NAIZ (Fotos: Raul Arboleda | AFP)

Las lecciones ambientales de los ‘mamos’ arhuacos

A la sombra de un árbol sagrado, en plena Sierra Nevada colombiana, ancianos arhuacos hablan con preocupación sobre el futuro de la cordillera costera más alta del mundo. Con una calabaza en la que respiran sus pensamientos, los líderes, ‘mamos’, comparten inquietudes y posibles soluciones.

Los indígenas arhuacos conviven en estrecha relación con la naturaleza.
Los indígenas arhuacos conviven en estrecha relación con la naturaleza. (RAUL ARBOLEDA | AFP)

«Guardianes» del sistema montañoso costero más alto del mundo, los indígenas arhuacos viven desde hace siglos en «armonía» con la Sierra Nevada de Santa Marta, en el norte de Colombia.

Desde el poblado amurallado de Nabusímake, en la comuna de Pueblo Bello, a unos 1.900 metros sobre el nivel del mar, sus líderes políticos y espirituales han querido compartir algunas de sus ancestrales enseñanzas para cuidar el planeta en medio del calentamiento global provocado por la actividad humana.

Vestidos con túnicas blancas y sombreros tejidos a mano, los líderes espirituales intercambian hojas de coca asadas, con propiedades estimulantes, mientras se saludan, como lo hacen en cada nuevo encuentro. Masticadas con cal, se transforman en una especie de arcilla con la que «escriben» sus pensamientos en pequeñas vasijas de calabaza que las acompañan desde el matrimonio hasta la muerte.

Estrecha relación con la naturaleza

Una de esas lecciones aborda la conexión con la Tierra, algo que ellos siempre han practicado. Habitan desde el siglo III esta montaña sagrada en estrecha relación con la naturaleza: escalan los cerros para buscar la paja con la que techan sus casas de barro, crían y esquilan ovejas para realizar sus tejidos tradicionales y mantienen pequeñas huertas para cultivar sus propios alimentos.

Aunque es un estilo de vida difícil de imitar en las grandes ciudades, el mundo sería otro si siguiera al pie de la letra esta máxima, sostiene Leonor Zalabata, primera indígena que representó a Colombia en Naciones Unidas. «La humanidad tiene que ser humanidad al pie de la naturaleza. Los dirigentes del mundo tienen que conocer la naturaleza; parece que no la conocen, solamente en la historia y en la academia. Hay que pasar ya del discurso a la práctica».

Pensar en colectivo es la segunda “regla” de esta comunidad. Reconocido por la Unesco como patrimonio inmaterial de la humanidad, el «sistema de pensamiento» compartido por los arhuacos y sus pueblos vecinos en la Sierra prioriza lo colectivo. «Nuestra manera de pensar es que la vida colectiva está en todos los espacios, en la humanidad (...) Sin embargo, la mentalidad que hemos creado es que somos dueños de lo individual, y lo individual nos hace abandonar lo colectivo», reprocha Zalabata al pensamiento occidental.

Mientras teje en su jardín una de las tradicionales bolsas arhuacas, la líder Seydin Aty Rosado confiesa sentirse conectada con «todas las mujeres del mundo». «Hay un solo hombre, una sola mujer. Por eso si le pasa algo a un hombre, esté donde esté, está conectado con todos. Igualmente con las mujeres», explica Rosado, quien se inspira en el trueno y las montañas que la rodean para decorar sus tejidos. «No estamos solos –insiste–, ni separados de los otros seres humanos, ni de los animales, ni de nada de lo que existe en la Tierra».

Respeto a la vida

El respeto a la vida es también de obligado cumplimiento en la comunidad de los indígenas arhuacas. La embajadora Zalabata no cree que haya «seres inertes». «No lo son para nosotros. Hacen parte de un colectivo que mantiene un equilibrio de la naturaleza», sostiene.

Su hijo, Arukin Torres, cita algunos ejemplos: «Los lugares donde hay bosques, donde hay agua, los ríos y los nevados, son para nosotros sagrados. Son espacios de vida que debemos conservar para garantizar el futuro de nuestros hijos».

Para la embajadora, incluso los minerales merecen consideración: «Una piedra conserva el clima, conserva el ambiente de un lugar y debe ser sagrado respetarle a cada piedra su lugar».

Y, finalmente, buscar un balance sería la cuarta premisa. En este sentido, sus habitantes apuestan por un balance equilibrado entre elementos opuestos. Por eso no es extraño encontrar un teléfono celular dentro de la bolsa tejida de un arhuaco.

A pesar de conservar su vestimenta típica, creencias ancestrales y la costumbre de mascar hojas de coca, estos indígenas no se cierran al mundo occidental. Usan relojes y tienen energía eléctrica en sus chozas comunales con paneles solares. Aprenden español desde niños y algunas familias envían a sus hijos a estudiar a universidades públicas en ciudades vecinas.

Equilibrio

«Para nuestra cosmovisión, la creación del mundo se dio mediante la construcción entre el frío y el calor, el invierno y el verano. Pensamos y creemos que la vida es posible, siempre y cuando haya un equilibrio. Si hay desequilibrio ahí, entonces ya no es posible la vida», dice Torres. «Por eso nuestra insistencia en que no podemos alterar más el medio ambiente», agrega.

Como «consecuencia de las actividades humanas, cada año hace un poco más de calor», se lamenta Ángel Manuel Izquierdo. Y los datos oficiales confirman su preocupación: De los 14 glaciares tropicales que existían en Colombia a principios del siglo XX, únicamente quedan seis. La superficie glaciar de la Sierra Nevada de Santa Marta, que alcanza un máximo de 5.775 metros, ha disminuido de 82 km2 a mediados del siglo XIX a 5,3 km2 en 2022, según el Instituto Meteorológico de Colombia.

Cuatro comunidades indígenas –arhuaco, wiwa, kogui y kankuamo– viven en estas montañas del extremo norte de los Andes, cuyas tierras bajas cubiertas de bosques tropicales van dando paso a sabanas de gran altitud y luego a bosques espinosos.

Y, cuando hablan los líderes de estas comunidades, no hay que olvidar que la tradición indígena de la «sierra sagrada» de Colombia, el conocimiento ancestral de sus habitantes, fue reconocida hace dos años por la Unesco y declarada patrimonio inmaterial de la Humanidad.

El título de ‘mamo’ lo distingue como una de las autoridades que transmiten el pensamiento ancestral de generación en generación en esta majestuosa cadena montañosa en forma de pirámide, ubicada a 42 kilómetros del mar Caribe y declarada reserva de la biósfera por la Unesco en 1979.

En un vasto territorio que va desde el nivel del mar hasta los 5.770 metros en el norte de Colombia, los pueblos originarios Kogui, Arhuaco, Wiwa y Kankuamo atesoran «conocimientos que nos conducen a la paz, a la conservación de la tierra y del universo», destaca Zalabata.

Bajo jurisdicción indígena, en los resguardos de la Sierra viven unos 26.500 habitantes en chozas de paja. Abarcan unas 380.000 hectáreas delimitadas por lo que llaman la «linea negra», que separa sus territorios de los de los colonos.

Llamada en lengua indígena Goanawindwa-Shwndwa, la Sierra Nevada está registrada en los Guinness World Records como el sistema montañoso costero más alto del mundo.