Por la vía de la incertidumbre

Supongo que parte del proceso de estar vivos, vivas, implica esto de permanecer y cambiar al mismo tiempo. Al mismo tiempo somos quienes somos, y estamos dejando poco a poco de ser quienes fuimos, sin darnos cuenta. Como las plantas, crecemos sobre nosotros mismos, nosotras mismas, de forma continua, así que no es posible trazar líneas rotundas que marquen los cambios de ciclo personales, relacionales o incluso sociales, porque todo sucede en marcha
Y, como organismos, también nos tenemos que adaptar a un mundo vivo, que cambia constantemente y al que subirse también ‘en marcha’. Pero ese movimiento muchas veces nos inquieta, nos incomoda ver que el mundo se nos mueve delante de los ojos cuando lo miramos. Incomodan los estadios intermedios de muchas cosas porque no podemos decidir claramente, actuar claramente, o tener una idea clara de las cosas. Y la claridad, lo concreto, nos da seguridad.
Incomoda «no saber si somos pareja o amigos», «no saber si finalmente nos mudaremos o no» o, simplemente, «no tener la respuesta». De hecho, nos incomoda tanto que buscamos certezas incluso tratando de frenar los procesos que están en movimiento, en cambio. A veces, ante la vida que avanza pedimos ideas claras, conclusiones, pruebas o hechos, sin caer en la cuenta de que todas estas palabras hacen referencia a lo que ya ha sucedido, a lo que ya se ha terminado, a un resultado de algún tipo de proceso que ha tocado a su fin (si no, no habría un resultado). Pedimos el destino sin hacer el camino.
Movernos con tino por la vida requiere de que tomemos decisiones adecuadas a nuestros objetivos y, para ello, por supuesto que necesitamos tener respuestas a las que agarrarnos, pero parte de esas respuestas solo las vamos a encontrar en la acción, en el movimiento mismo.
Adaptarnos a nuevas etapas requiere estar en la acción el tiempo suficiente como para que los resultados no sean ni repeticiones de lo anterior. Y es que, cuando tenemos una respuesta clara antes de iniciar un proceso, lo esperable es que no suceda nada nuevo, sino una réplica que lleva a ese resultado. Por ejemplo, si parto del hecho de que mi nueva clase del euskaltegi va a ser un aburrimiento, lo más probable es que lo sea, si es que cada día voy anticipando el resultado que conozco de una experiencia previa. Necesitaré ‘no saber’ qué va a pasar para abrir una puerta a la incertidumbre, el tiempo suficiente como para que pase algo distinto esta vez.
Tener las cosas demasiado claras nos evita a veces el proceso de descubrir lo que pasará en esta ocasión, diferente, por definición, a las anteriores, y a las posteriores… A no ser que forcemos un resultado, sin darnos cuenta, con la anticipación de lo que hemos conocido en otras ocasiones.
Defender la incertidumbre y la duda es defender la posibilidad de que nos pasen cosas nuevas.





