Xandra  Romero
Nutricionista
SALUD

Evitar un TCA desde la infancia no es tan difícil

La nutricionista de 7K vuelve a abordar los trastornos de la conducta alimentaria desde el punto de vista de la prevención. La actitud de la familia y de los profesionales es fundamental para no provocar la aparición de esta enfermedad. Por eso, señala lo que no se debe hacer.

(Getty)

A pesar de que este es un tema del que se ha hablado mucho en esta sección, me parece que sigue siendo muy necesario que sigamos hablando de ello. Y es que, aunque los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) son enfermedades mentales multifactoriales, es decir, que son múltiples las causas y factores predisponentes, lo cierto es que, si uno pasa suficiente tiempo rodeado de personas que sufren esta enfermedad y de su familias, encuentra algunos denominadores comunes que podrían haberse evitado.

Muchos de estos factores se inician durante la infancia, incluso durante la primera infancia, en la que se establece, por ejemplo, la conducta alimentaria. En esos momentos iniciales, la actitud de los padres hacia la comida y el comer de sus hijos puede ser clave.

Los estilos de alimentación más autoritarios en los que se obliga al niño a comer la ración que el adulto considera adecuada pueden acabar socavando la percepción de hambre y saciedad del menor. También puede aprender que debe “tragar” con todo lo que le impongan los demás, y que esto está por encima de sus necesidades o deseos.

Otro aspecto importante para evitar el desarrollo de un TCA es que los padres evitemos los estilos de alimentación restrictivos, puesto que los niños aprenden más de lo que ven que lo que se les dice; no podemos pretender que nuestros hijos tengan una relación y una visión sana de la comida si nosotros no la tenemos, o si hablamos de la comida en términos absolutos como “guarrada” o “saludable”.

Bajo ningún concepto se puede ni debe poner a dieta a un menor. Esto es importantísimo. Ningún profesional debería hacerlo y, mucho menos, ninguna familia debería restringir la alimentación de sus hijos menores para que luzcan más esbeltos en eventos del tipo comuniones, encuentros familiares, etc. Y esto, créanme, es muy habitual.

Del mismo modo, prohibir cualquier alimento o grupo de alimentos no es buena idea si queremos educar en una relación sana con la comida. Cualquier prohibición genera, o bien miedo, o bien mayor deseo de consumirlo. Temer la comida o no poder dejar de comerla, por encima incluso de nuestras necesidades, no enseña a relacionarse adecuadamente con la alimentación.

Y, por último, ningún profesional debería tampoco hacer un diagnóstico de sobrepeso u obesidad directamente al menor o a los padres en presencia del menor. Lo que decimos los profesionales, pero más aún cómo lo decimos, deja una huella imborrable de estigma en los menores.