Natxo Matxin
Redactor, con experiencia en información deportiva
Interview
José Luis Fdez. Casadevante «Kois»
Experto en soberanía alimentaria

«Estamos en un proceso de mercantilización del sistema alimentario»

Sin caer en la fantasía de que puedan llevarnos a la autosuficiencia, las huertas urbanas sí que se presentan como una alternativa más, junto a la agricultura y ganadería familiares, para contrarrestar la cada vez más acentuada realidad de que el sistema alimentario está mercantilizado por los grandes inversores.

José Luis Fernández Casadevante.
José Luis Fernández Casadevante. (Andoni Canellada FOKU)

En mayor o menor medida, las huertas urbanas siempre han existido, pero en los últimos años han protagonizado un importante repunte. «La hipótesis que planteo es que ya no va a haber proceso de recesión de la agricultura urbana, en la medida que metemos la variable de la crisis ecosocial, que no es coyuntural», defiende José Luis Fernández Casadevante, «Kois». Detrás de estas iniciativas no solo está el aspecto productivo, también generan cohesión social y sirven para trabajar con dinámicas de exclusión y reinserción social.

Cuando parece que cada vez estamos más rodeados de cemento, comenta usted en su libro que asistimos a un auge global de la agricultura urbana. Digamos que las ciudades históricamente han tenido una relación simbiótica con la agricultura. Los asentamientos humanos se ubicaron allí donde había acceso a agua potable y zonas de cultivo. Esa relación que era tan evidente a lo largo del tiempo salta por los aires con la revolución industrial y entonces ahora parece que la estamos redescubriendo. Conforme se ha agravado la crisis ecológica, también la agricultura urbana ha ido ganando en términos estadísticos, de relevancia e importancia. Es una herramienta que viene, que ha suplido algunos puntos ciegos que tenía la agenda del ecourbanismo, como era todo el tema del funcionamiento de los sistemas alimentarios, o como una estrategia también de renaturalización con elementos comestibles dentro de las ciudades.

Habla de que esa dinámica suele coincidir con fases de crisis. Hay una relación histórica entre episodios de emergencia y el que la agricultura urbana salga de los rincones y gane otra vez la importancia que se merece. Se trata de periodos turbulentos, bien sean crisis económicas, guerras mundiales, la crisis energética durante los años 70, o bien momentos singulares, donde podríamos encontrar el periodo especial en Cuba, el interesante fenómeno de Detroit en Estados Unidos o el caso de Argentina durante la crisis del Corralito. En el propio Estado español se podría hablar de la crisis de 2010, donde se pasa de 16 municipios que tenían proyectos de agricultura urbana a más de 400 en un tramo de cinco años. Por tanto, la correlación es clara. La hipótesis que planteo es que ya no va a haber proceso de recesión de la agricultura urbana en la medida que metemos la variable de la crisis ecosocial, que no es coyuntural. Es estructurada, de largo recorrido y, por lo tanto, la agricultura urbana va a ser como una pieza o una herramienta que nos va a permitir intervenir sobre esta crisis y un elemento clave a la hora de pensar las transiciones desde los espacios urbanos.

También que no es un invento reciente, sino algo que ya lleva bastante tiempo existiendo. Aquellos países que iniciaron antes su etapa de industrialización, también lo hicieron respecto a procesos de normalización de la agricultura urbana. Pienso, por poner un ejemplo, en el Reino Unido, que tiene más de un siglo de políticas que normalizan e incluso obligan a las administraciones públicas a ofrecer a la ciudadanía parcelas de cultivo, como un derecho conquistado cuando los movimientos de aquel entonces lucharon contra lo que fue la clausura de los comunes. En Francia sucedió igual, hay una historia que se remonta más de un siglo, en la cual convivían propuestas más asistencialistas, vinculadas a la Iglesia, en las que, para poder optar a cultivar tu pequeña parcela, tenías que ir a misa y cumplir una serie de valores. Y luego había una vertiente más vinculada a los movimientos obreros, que también entendieron que los huertos eran un lugar de socialización y donde generar esa cultura alternativa. Eso ha convivido también a lo largo de todo este tiempo.

Aunque solo sea a nivel simbólico, ¿puede servir para acercar el mundo urbano y rural, cada vez más alejado el uno del otro? Mi apuesta es que sí. Claramente, la agricultura urbana es relevante, no por a cuánta gente da de comer, sino por cuánta es capaz de tomar parte en lógicas alternativas para relacionarse con el sistema alimentario. Es cierto que puede ayudarnos a reducir los umbrales de vulnerabilidad más de lo que creemos, su capacidad meramente productiva es mucho mayor de lo que pensamos, pero no debemos caer en miradas un poco fantasiosas de autosuficiencia, de que nos vamos a dar de comer solos. Cuando uno empieza a cultivar, aunque sea una pequeña parcela en la ciudad o un huerto comunitario, se da cuenta de lo difícil que es producir comida y empieza a valorar mucho más dicha actividad. Permite dejar de darnos la espalda y comenzar a darnos la mano, y entender que los huertos urbanos son enclaves y cabezas de puente para realmente iniciar la reconstrucción de estos sistemas alimentarios, en los cuales el espacio periurbano y el rural deben tener un marcado protagonismo.

Paradójicamente, ese distanciamiento no es consciente de la vulnerabilidad alimentaria que tienen las ciudades. Ese es el gran problema, que las ciudades son muy prepotentes y encubren esa vulnerabilidad. Hablamos de entornos tan altamente artificializados que no producen prácticamente nada que sirva para estar vivos. Pienso en ciudades hiperespecializadas en el sector servicios, donde la relación con aquello que nos mantiene vivos es muy distante en lo afectivo y lo kilométrico. Yo vivo en Madrid, cuya área metropolitana engloba seis millones de habitantes. Si lo multiplicas por la media de la huella ecológica de un habitante de España, se necesita media Península Ibérica para sostener su estilo de vida, con todas sus desigualdades y variables. Cuando hacemos esos cálculos, nos damos cuenta de que el funcionamiento y metabolismo de estos grandes aglomerados urbanos son tremendamente frágiles y necesitados de cadenas de suministro globales. Y ya vimos en la pandemia que pueden fallar, lo que les hace extremadamente dependientes.

(Editorial Capitán Swing)

Y esa inercia dependiente se antoja que va a aumentar a futuro. La tierra cada vez está más concentrada en menos manos, especialmente en fondos de inversión. Claramente ahora mismo hay un proceso de mercantilización del sistema alimentario, en el que se están concentrando económicamente y a nivel de poder todos los eslabones de la cadena alimentaria. Es decir, la tierra y la producción, pero también todo lo referido a las semillas y la maquinaria. Del mismo modo, la logística, a través de los conglomerados de distribución y las grandes cadenas de supermercados. Muy pocos agentes y actores acaban determinando qué es lo que podemos comprar. Cuando llegamos al supermercado y vemos todo el gran catálogo de alimentos ultraprocesados, nos da la sensación de que tenemos mucha libertad de elección, cuando en realidad no es así.

Las zonas rurales se despueblan, el relevo generacional del primer sector no termina de cuajar… ¿hay que actuar de inmediato para impedir el monopolio de la agroindustria, tal y como ya ha sucedido en otros servicios esenciales? Deberíamos avanzar hacia una transición social agroecológica, que sea un paradigma para fomentar unas políticas públicas en las que la alimentación sea un elemento importante. Creo que, además, puede ayudar a transversalizar estas transformaciones, ya que toca ámbitos muy diversos. La alimentación abarca agricultura, medio ambiente y economía, pero también tiene que ver con la salud, educación y cultura. Con la cultura alimentaria tan erosionada que tenemos, podría ser una herramienta que, trabajada de forma integral y con esa vocación transformadora, ayudaría a cambiar el funcionamiento de nuestras sociedades.

¿El constante incremento de la cesta de la compra puede ser otro factor que anime al autocultivo? Ciertamente, puede ser una variable. En contextos de crisis socioeconómica, empobrecimiento y auge del paro, se han dado políticas públicas de impulso de la agricultura urbana orientada a estos grupos sociales. Se corre el riesgo de que pueda acabar siendo estigmatizada o asociada esta actividad a la precarización o empobrecimiento, dejando de resultar atractiva para otros perfiles de población, cuando puede cumplir otro montón de funciones sociales, de las que más adelante podemos hablar. El libro precisamente plantea que no debemos mirar la agricultura urbana con una perspectiva reduccionista, que el huerto, aparte de su actividad principal productiva, también tiene otro montón de potencialidades para incidir en aspectos de la vida.

¿Y el hecho de alimentarse de manera correcta? Somos lo que comemos, pero me gusta añadir el cómo comemos lo que comemos. Aparte de comer peor, cada vez lo hacemos menos en familia, con amigos, en grupo... Una metáfora extrema podría ser el estudio que ha evaluado que el 12% de las comidas de los estadounidenses las realizan dentro del coche. Por contra, hay otros informes que plantean que aquellas personas que cultivan sus propios alimentos o participan de proyectos de agricultura urbana comen más verduras y más productos de temporada, al preocuparse por su origen y por las condiciones en las que han sido cultivados. Existe una correlación entre ese vínculo con los alimentos y el cambio de hábitos. Así, si se da un mayor compromiso personal, los ciudadanos realizan prácticas de compostaje o comienzan a desplazarse en bicicleta. No solo se cultivan alimentos, también hábitos.

(Editorial Capitán Swing)

En el libro se destaca el aumento de políticas públicas en apoyo a la agricultura urbana pero, ¿le queda mucho margen por recorrer al impulso institucional? En nuestro contexto, muchísimo. Estamos asistiendo al desarrollo inicial de políticas públicas que deberían ser mucho más complejas e integrales, empezando a mirar todas las potencialidades que tiene la agricultura urbana de una forma amplia. La agricultura en tierra como estrategia de adaptación climática, pero también de reconexión con la naturaleza y el cultivo de alimentos. Habría que comenzar a pensar en lo que denominamos ortodiversidad, descubrir la diversidad de tipologías, espacios de cultivo y ubicaciones que podemos encontrar dentro de una ciudad, pensando en que cada huerto puede cumplir funciones sociales, ambientales y económicas distintas. Por ejemplo, Nueva York sí que es una ciudad que se lo está tomando muy en serio, con su concejalía de agricultura urbana correspondiente, que se encarga de integrar todas las políticas de huertos escolares, comunitarios, sociales, vinculados a la lucha contra la exclusión o en equipamientos públicos, huertos demostrativos, azoteas e incluso granjas verticales en interiores de edificios. Es una apuesta por hacer políticas que sean más integrales y ambiciosas.

¿De qué sería capaz la agricultura urbana con mayor legitimidad, apoyo y reconocimiento? ¿Qué potencialidades de cambio estamos desperdiciando por la desconfianza entre instituciones y ciudadanía? Muchas veces asistimos a una visión muy simplificada de la agricultura urbana. Por ejemplo, Vitoria tiene mucha tradición de este tipo de agricultura desde hace años, pero en sus inicios era solo para jubilados, como si el huerto fuera una especie de lugar de retirada, cuando alguien ya no tiene que intervenir sobre el mundo. Todo lo contrario, hay que pasar a la ofensiva en la transformación de la propia ciudad, pensar en el huerto como un espacio que sirve para reunir personas, en el que entran de una en una, pero salen de cinco en cinco, para frenar dinámicas individualistas o las inercias culturales que tenemos hoy día. En el ámbito anglosajón ya comienzan a formar parte del sistema nacional de salud, vinculando el mundo de la medicina y el del cuidado de las plantas. Aquí se está empezando a explorar, es un camino enorme que queda por recorrer.

Sin dicho apoyo oficial, ¿qué se puede hacer a nivel individual para caminar hacia cierta dosis de autoabastecimiento? ¿Qué pequeñas acciones podemos realizar? Siempre se puede hacer algo. Hay como dos líneas. Una primera, en la que hay que actuar en el ámbito doméstico, manteniendo una relación más intensa con las plantas, sean o no alimentarias. Siempre hay lugar para una pequeña maceta, con plantas aromáticas o especias, muy sencillas de cultivar y que no requieren ni de cuidados muy complejos, ni superficies muy grandes. De hecho, hay manuales de cultivo de espacios reducidos, optimizando balcones o cocinas. La segunda, y creo que más importante, es que hay que dejar de actuar como individuos y empezar a trabajar más de forma colectiva. Me refiero a salir del portal y buscar en tu localidad o barrio alguna experiencia que ya exista, o trabajar por su reivindicación, reclamando que haya espacios de ese tipo. Que se empiece a concebirla como una infraestructura social importante, lo mismo que sucede con polideportivos, centros de salud, casas de cultura, parques, centros educativos...

No son solo los productos cultivados y su función alimentaria. ¿Qué otros beneficios aportan los huertos urbanos? Si los huertos se gestionan bien, van más allá de su capacidad productiva y pueden desarrollar otras vertientes que todavía han sido muy poco exploradas. Hablamos de trabajar con dinámicas de exclusión y reinserción social, cárceles, procesos de reconciliación en conflictos postbélicos, terapias hortícolas frente a enfermedades de tipo mental, físico o toxicomanías, entre otros campos en los que se puede interactuar. La agricultura no deja de ser una apuesta, se siembra una semilla y después habrá frutos que compartir y disfrutarlos. Y tiene su parte filosófica de trabajo en equipo y con colectivos, comprometiéndose con actividades a más largo plazo.

(Editorial Capitán Swing)

Le da importancia a la narrativa, cómo transmitir estos proyectos para que cuajen. ¿Tan necesaria es esa labor de convencimiento, incluso proselitismo podríamos decir? Para cambiar las cosas, tenemos que convertirnos en mejores narradores, transmitir historias que empaticen y darle valor a esa parte más poética y comunicativa. La neurociencia dice que la información fría, meramente estadística y trasladada a través de datos, es entre 12 y 13 veces menos eficiente que otra difundida a través de un relato de ficción, una narración o una historia vital. En este segundo caso, nuestro cerebro conecta inconscientemente y se activan las neuronas espejo, empezando a buscar similitudes con aquello que nos están contando. Nos conmueve más y se genera un vínculo diferente. Se trata de que las prácticas que consideramos que puedan resultar inspiradoras se trabajen desde esa fórmula mucho más accesible.

Estamos en Donostia, una ciudad castigada por la gentrificación turística. Refleja en el libro que algunos cambios en zonas urbanas potenciando huertos y áreas verdes han provocado similar efecto nocivo, consiguiendo el objetivo contrario que se perseguía. Es una de las tensiones que no queríamos eludir, lo que denominamos como gentrificación verde. Consiste en que cualquier iniciativa de tipo social que mejore y dé calidad a determinados espacios, como es el caso de las experiencias en agricultura urbana, acabe siendo acaparada por los propietarios de suelo e inversores, acelerando dinámicas de expulsión de la población que estaba en origen y que incluso ha podido ser la protagonista e impulsora de dichos cambios. Por ejemplo, se trata de gente que lucha a favor de la construcción de un parque, algo que se acaba logrando, la zona se revaloriza, y esas personas que vivían en alquiler y han peleado por ello acaban siendo expulsadas. Esto nos obliga a los movimientos vecinales a repensar nuestro ámbito de acción, siendo conscientes de los riesgos que conllevan estas intervenciones y exigiendo a las administraciones que desarrollen cláusulas y garantías impidiendo que se produzcan estos fenómenos de expulsión y garantizando que esa mejora en la calidad de vida la reciban quienes más lo necesitan.

Tampoco la hipertecnologización de la agricultura urbana sale bien parada en su libro. Es otro de los elementos críticos con los que hay que tener bastante cautela. En estos momentos existe una importante burbuja financiera con todo lo relacionado con el cultivo de plantas en interiores, luces LED, tablets y entornos hipertecnológicos, completamente artificializados, es lo que se denomina como agricultura de precisión. Sin duda, es una vertiente que puede tener cierto sentido en algunos contextos geográficos, donde se dan climas muy extremos o también en zonas deprimidas, todo ello usando hardware y software libre, pero no sucede así en la mayoría de casos. Muy al contrario, detrás de esa burbuja financiera se encuentran grandes fondos de inversión y empresas tecnológicas con un discurso bastante prepotente, en el que ya no hay ese vínculo ni con la transformación del sistema alimentario y su democratización, ni con la reconexión o revinculación con el mundo rural.

El dicho zapatista de que la agricultura urbana sería la llave para una puerta que todavía no existe, ¿se puede interpretar como un halo de esperanza? ¿Un punto de partida? La agricultura urbana y los huertos comunitarios debemos entenderlos como acciones que realmente pueden sembrar esperanza en nuestros entornos, una práctica que apunta hacia un modelo de ciudad alternativo. Es su gran virtud y, si le quitamos ese horizonte transformador a dichas experiencias, podemos acabar en meros ejercicios de jardinería, que es una de las críticas que se le puede hacer. Tenemos que mantenernos fieles al propio proceso del regreso de la agricultura urbana a la ciudad para enfrentar distintas y sucesivas crisis y, por lo tanto, convertirse en una herramienta de transformación social.