IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Estoy confuso… Vamos bien

Se podría considerar que la confusión es una sensación desagradable, no deseable y simplemente el desecho mental resultante después de tratar de digerir informaciones, sensaciones o emociones contradictorias. En principio no se puede aprovechar nada de ella y, sin duda, es un obstáculo para aprender o para guiar nuestros pasos en general, pero aun así, nos sucede. ¡Qué fastidio! Sin embargo, quizá no todo sean desventajas.

Como describe la sicóloga Tania Lambrozo, para empezar, la confusión puede ser una señal de que algo importante está ocurriendo a nivel mental, es decir, la persona percibe una inconsistencia o una deficiencia en las creencias propias o en algunas ideas previas que están siendo desafiadas por algo nuevo, y se ve impulsada a hacer algo con ello. Esa sensación de estar viendo dos realidades a la vez que no terminan de casar, por lo menos nos motiva a estar atentos y tratar de encontrarle a todo ello un sentido.

Cuando se trata de aprender algo, la confusión la genera esa nueva información que queremos incorporar, que es algo tan nuevo que nos resulta difícil de encajar en el mapa mental general que tenemos hasta entonces. Si somos capaces de atravesar esa niebla y reconciliar lo nuevo y lo viejo, el aprendizaje resultante es más profundo, se fija como un nuevo marco cognitivo. Sin embargo, a veces lo que nos confunde no es tener que cuadrar datos aparentemente contradictorios, sino algo irrelevante en relación a lo que queremos aprender, algo ajeno que nos impide poner en marcha los recursos para resolver la inconsistencia natural entre lo que ya sabemos y lo que tratamos de aprender.

Por ejemplo, una mala explicación, un texto mal redactado, pero también un ambiente de aprendizaje hostil o basado en la crítica hacen que la energía se desvíe de lo importante y se emplee en tratar de afrontar dichos obstáculos más inmediatos y evidentes, como descifrar las frases incomprensibles o aguantar o esquivar los comentarios hirientes. La confusión, entonces, pasa de ser parte de un proceso de creación de nuevo conocimiento a restarnos recursos para lograrlo. Así que la confusión puede ser beneficiosa para aprender, pero solo en ciertas circunstancias: cuando está relacionada con el material que se trata de aprender y cuando hay apoyo para atravesar esa sensación tan desagradable, proceda dicho apoyo de los propios recursos o de otras personas.

A lo largo de la vida, también nos sentimos confusos en muchos otros momentos que no tienen que ver con el aprendizaje al estilo académico o de adquisición de capacidades nuevas. Los grandes cambios también nos traen confusión, los giros vitales, los consideremos positivos o negativos, a menudo tienen un prólogo de confusión. Leer esta sistemáticamente como un signo de que algo no va bien, a menudo también es injusto con nosotros mismos. Es cierto que la sociedad productiva en la que vivimos ha tendido a asociar la duda con la debilidad, la ambivalencia con la incoherencia y la contemplación con la inacción, pero estar confuso cuando la vida cambia es una manera de darnos el tiempo y la oportunidad para encajar las piezas de una forma nueva e inevitablemente creativa, por lo que ese impasse es, digamos, necesario.

A pesar de que deseáramos atravesar un cambio de vida sin incertidumbre, sin sentir el suelo temblar bajo los pies y notar que «no estamos finos», para ello probablemente sería necesaria cierta desconexión con nosotros mismos y nuestras sensaciones. Abrazar la confusión es harto difícil, pero es importante recordar que mientras nuestra mente consciente no es capaz de ver a través de esa niebla de la que hablábamos antes, nuestra mente inconsciente es capaz de agudizar el oído, el tacto, el olfato y el gusto sin que nos demos cuenta, y nos guiará en alguna dirección hasta volver a ver.