IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Dueños, dueñas de sí

Comienza un nuevo año y quien más y quien menos nos planteamos un escenario para la vida de hoy en adelante en este recién estrenado 2016. Nos fijamos en el calendario, repleto de hitos y “posadas” naturales, y calculamos los periodos de vacaciones por venir, un horizonte a corto plazo para racionar nuestros recursos hasta poder tomarnos un descanso de la rutina que ya anticipamos nada más empezar. Pero también repasamos los cumpleaños, las fechas límite para terminar algún trabajo en estos meses venideros o algo más íntimo, como el momento en que mi familiar se recupere de esa operación, nazca mi hijo, mi nieta, regrese mi pareja o finalmente compremos esa casa.

Estos márgenes nos ayudan a dar una estructura a nuestro tiempo, que de otro modo se desparramaría, en particular en un modo de vida como el nuestro, en el que no hay exigencias inmediatas para salir ahí fuera a cazar, pescar o recolectar la comida de cada día como tal. Y es que a pesar de las dificultades que pueda suponernos el echar la vida hacia adelante, nuestros privilegios a este lado del mundo son tantos que hasta podemos malear el tiempo mismo en función de nuestras necesidades y deseos.

Estas navidades he dedicado un rato a leer un librito escrito por un siquiatra vienés que pasó varios años en campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Se titula “El hombre en busca de sentido”, de Viktor Frankl, y quizá los lectores lo conozcan. Es un libro impactante por directo y explícito, pero también esperanzador, dadas las condiciones extremas que reflejan. En los límites de la humanidad, Frankl trata de hacer un estudio in situ de cómo las personas se adaptan y sobreviven física y sicológicamente a un encierro así, y uno de los aspectos que más me han llamado la atención es cómo aquellas personas más pronto que tarde perdían el sentido de futuro, el sentido de vivir. Entonces, la existencia estaba centrada solo en la supervivencia y una adaptación rápida a un entorno en el que la muerte se paseaba despreocupadamente. Sin embargo, al mismo tiempo que esa estrategia tenía éxito para algunos, también se iba posando en ellos un desasosiego profundo que devoraba una de las características más íntimas de los seres humanos, la de inventarse a uno mismo, a una misma, la de decidirse –literalmente–, la de ser dueños de nuestro destino… A pesar de las circunstancias. Igual que el cuerpo en situaciones de hambruna extrema termina por canibalizarse usando las proteínas de los propios músculos para alimentar los órganos vitales, quizá la mente también se consumía a sí misma, anulando la capacidad de soñar en pro de la mera supervivencia y el mantenimiento de algo parecido a la cordura.

No deseo empezar este año con un recuerdo tétrico de estas situaciones todavía cercanas a nuestro tiempo, pero sí quiero honrar ahora, en este mes de enero, el derecho y la responsabilidad que todos tenemos de usar nuestro tiempo de vida, sea el que sea, más allá de simplemente pasarlo. Con la valentía inherente al mero hecho de vivir, la que nos da tener solo este tiempo y poder pensar, sentir, imaginar y actuar, quizá para este año que comienza merezca la pena buscar el sentido, el nuestro.

Por extraño que suene, la mayoría de nosotros tenemos el privilegio de tener un calendario, de poder planificar a un año vista, así que por qué no poner nuestros recursos, nuestra libertad, a trabajar para encontrarlo o para alimentarlo este año, sean cuales sean nuestras circunstancias. No en vano, Frankl concluía: «Se le puede arrebatar todo a una persona menos una cosa, la última de las libertades humanas, la de elegir la propia actitud en unas circunstancias dadas, la de escoger el propio camino». Y un privilegio más: tenemos compañía para hacerlo.