Amaia Ereñaga
Ese autor joven

El espíritu de Shakespeare se pasea por the globe

En el primer acto de una de las tragedias más representadas de la historia, el espíritu del rey Hamlet de Dinamarca se le aparece a su hijo, tan impresionable él, para terminar de convertirlo en un alma atormentada. No es que William Shakespeare se pasee así por el «clon» de su propio teatro, pero The Globe, que es como se llama este «altar» cultural londinense, mantiene vivo el espíritu juguetón y «outsider» de aquel actor y dramaturgo que sigue siendo joven a sus 400 años.

No nos engañemos; a pesar de la pátina de seriedad adquirida al convertirse en un autor universal, para los parámetros de la época William Shakespeare (Stratford-upon-Avon, 1564-1616) y sus amigos actores eran gentes de mala reputación, poco más o menos que pícaros y vagabundos. Que luego, en vida, Shakespeare adquiriera tal reconocimiento, fama y dinero que, salvando las distancias, más pareciese una estrella del Soho –la zona de teatros del Londres actual– que un dramaturgo fue gracias a que vivió en la época de oro del teatro inglés, cuando, durante el reinado de Isabel I de Inglaterra, el arte de Talía provocaba olas de pasión popular. No es que la obra del bardo de Stratford-upon-Avon –uno de los sobrenombres pomposos con los que se le conoce– necesite de fechas redondas y aniversarios con los que reverdecer su memoria, pero la celebración este año del 400 aniversario de su muerte sí que puede ser una buena excusa para recalar en The Globe, la reconstrucción del teatro para el que escribió tantos dramas y comedias.

De hecho, y salvando las distancias, la compañía teatral The Globe sigue practicando aquel espíritu golfo del teatro isabelino al lanzarse, por ejemplo, a un gira de dos años con una troupe que, como entonces, rota los papeles y representa el mundo shakesperiano sobre una escenografía compuesta por las maletas en las que transportan sus trastos. Eso sí, entre las muchas cosas que han cambiado en estos cuatro siglos se aprecia una notable diferencia: ahora The Globe es una institución nacional, parte de un patrimonio cultural que desde las instituciones se mima y se «vende» a todo el mundo. Un caso del que otros –y no miramos a nadie– podrían tomar ejemplo.

En la orilla golfa del Támesis. El primer teatro como tal erigido en Londres se llamó The Theater. Corría el año 1576 y antes las representaciones se realizaban en mesones, la corte o en la calle, pura y dura. Se puede decir que el actor James Burbage, un carpintero del mismo pueblo que Shakespeare que luego interpretaría papeles protagónicos en obras como “Ricardo II”, “Hamlet” u “Otelo”, fue el primer empresario teatral inglés... gracias a un contrato de arrendamiento y un permiso para abrir una casa de apuestas. No es extrañar, porque prohibido por las autoridades en Londres, el teatro se representaba en el «exilio»: al otro lado del Támesis, en la ribera sur del río, en Bankside. En aquella zona del «mal vivir» estaban los burdeles y las arenas de luchas de animales, a donde peregrinaban los londinenses para jugarse los cuartos en la actividad de moda de la época: las peleas de perros contra osos encadenados. En aquella floreciente metrópolis y centro comercial con ultramar, el teatro se convirtió en el lugar donde la población se divertía y se enteraba de lo que pasaba en el mundo gracias a aquellas historias sobre amores y odios, peleas y muertes en el escenario, representadas todas, por cierto, por hombres, incluso en los papeles femeninos. En aquella época, y hasta la restauración, era ilegal que las mujeres actuaran.

Después de The Theater abrieron otros teatros, aunque solo se han preservado los nombres de unos pocos, como Rose Theatre, Hope Theatre y The Globe, el más famoso de todos y en el que Shakespeare estrenó la mayoría de sus obras. No es de extrañar, porque el dramaturgo era uno de los socios de The Globe. El dueño del local donde se asentaba The Theatre les había querido subir el alquiler y los hijos de Burbage –para entonces este había muerto– ofrecieron a la troupe, que se llamaba Los hombres de Lord Chamberlain, la posibilidad de participar en la nueva empresa: desmontarían el teatro tabla por tabla y lo trasladarían a una nueva parcela al sur del río. Así, con los Burbage y cuatro actores como socios, nacía en 1599 The Globe, un teatro en el que Shakespeare actuaba, dirigía y estrenaba sus obras. Aquel hombre tenía una capacidad de trabajo descomunal: escribió 37 obras de teatro y 154 sonetos; es decir, un promedio de 1,5 obra de teatro por año. De hecho, así surgieron teorías sobre que si tenía un «negro literario» o varios, pero es que Shakespeare era un misterio... tal vez alentado por él mismo. Lo cierto es que la grandeza de sus obras provoca una real intriga sobre su creador, un genio que conocía los pasadizos oscuros de los deseos y las ambiciones en el alma humana.

El inventor de palabras. Mucho se ha escrito sobre William Shakespeare, aunque, en realidad, poco se sabe de él. Por herencia familiar, no parecía que fuese a meterse a cómico de la legua: era uno de los ocho hijos de un curtidor y comerciante de lanas bien situado y de la hija de un granjero próspero, posiblemente analfabetos, y a los 14 años dejó la escuela, donde en aquella época se impartía latín y se centraba en la enseñanza de los clásicos. Con la fortuna familiar venida a menos debido a los problemas financieros de su padre, a los 18 años se casó con Anne Hathaway, de 26 años, la hija de un campesino acomodado que llegó embarazada al matrimonio. De aquella unión nacieron cuatro hijos. Luego, entre 1585 y 1592, llegaron lo que los historiadores llaman «los años perdidos», porque no hay constancia de qué hizo el joven William. Algunos mantienen que estudió Derecho, que viajó por Europa, que fue profesor de colegio o que se unió a una compañía teatral a su paso por su pueblo. La verdad es que no se sabe cómo se decidió a meterse a cómico, pero en 1592 ya aparece en Londres citado por un dramaturgo rival.

Si su padre perdió sus bienes, su hijo logró amasar una gran fortuna. Entre estreno y estreno, compró diferentes propiedades en Stratford-upon-Avon, a donde se retiró y murió a los 52 años. Enterrado en la iglesia Holy Trinity, desde su epitafio lanzó una maldición sobre cualquier persona que molestara su tumba y seguramente le hubiera divertido sobremanera saber que la localidad se haya convertido en una especie de Disneyland, en versión culta por supuesto, dedicada a su memoria. A Shakespeare probablemente también le hubiera sorprendido saber que, 400 años después de su muerte, en Google existen 15 millones de páginas que hablan de él –más que de Elvis Presley, con 2,7 millones de páginas– y que su “Macbeth” es la obra más producida del mundo: se calcula que se representa a diario, cada cuatro horas, en algún punto del planeta. ¿Le hubiera producido amazement (asombro)? Es una de las 1.700 palabras y expresiones que inventó –o al menos fue el primero en escribirlas en inglés–, entre las que se encuentran algunas tan utilizadas en la lengua inglesa actual como bloody (sangriento), assassination (asesinato), courtship (cortejo), laughable (risible) o road (camino).

Del Londres del XVI al del XXI. Pongámonos en situación: Londres era entonces el Nueva York de la actualidad, un lugar en transformación continua, donde, sin perder su pátina de canalla, el teatro era el espectáculo de moda al que no hacían ascos ni los reyes y, por tanto ganarse la vida como actor, escritor y accionista de una obra de teatro era posible. Si a eso le unes que eres un genio y que tienes una compañía teatral con unos actores excepcionales, el resultado es una explosión de creatividad.

Pero The Globe se incendió durante una representación de “Enrique VIII” en 1613, cuando una tela del escenario prendió y el fuego acabó extendiéndose al techo de paja, consumiendo toda la construcción de madera. Aunque el edificio fue reconstruido rápidamente, la administración puritana de la ciudad cerró todos los teatros en 1644 y fue demolido dos años después, mucho antes del gran incendio que devastó Londres en 1666.

En suma, que se hubiera quedado como una referencia para los libros de historia de no ser por un intérprete y director teatral de Chicago llamado Sam Wanamaker, quien, en 1949, llegó a la capital británica a la búsqueda de los rastros del antiguo teatro. Solo quedaba una placa que recordaba su ubicación, pero años después, y ya instalado en Gran Bretaña, Wanamaker impulsó la reconstrucción del teatro a tan solo 200 metros del emplazamiento original a través de la Shakespeare Globe Trust, la fundación que creó en 1970 y que promueve la producción teatral, la educación y la investigación de la obra del genio inglés. The Globe es una institución cultural, pero trabaja como organización sin ánimo de lucro y no recibe subvenciones públicas. Con unos presupuestos que rondan los 60 millones de libras esterlinas (más de 78 millones de euros), se financia gracias al mecenazgo, a las entradas tanto de público como de los numerosos turistas que visitan el lugar, al consumo de los visitantes en el restaurante del recinto y a los ingresos de merchandising.

Con la Tate Modern como vecina y el creciente conjunto de rascacielos de la City al otro lado del río, la réplica es un bonito edificio de forma poligonal, construido a la manera que se cree que eran los teatros de la época e inspirado en un antiguo plano diseñado por un discípulo del arquitecto británico Inigo Jones. Hay que tener en cuenta que no se sabe con certeza cómo era el original, por lo que se tiró de fuentes diversas, como mapas cartográficos, excavaciones arqueológicas y los testimonios escritos con referencias a representaciones en The Globe.

Al aire libre. El escenario de este teatro es poligonal –Shakespeare escribió muchas de sus obras pensando en este tipo de escenario, donde cada tarde se representaba una obra de teatro diferente– y se mantiene su espíritu original hasta el extremo de que solo se ilumina con velas. Revestido de madera de roble y pintado de verde y gris, con remates dorados, desde su inauguración en 1997, con Wanamaker ya muerto, se representan en él las obras de teatro de Shakespeare y otros clásicos con la lengua y los trajes originales de la época. El público se reparte entre los tres niveles de galerías sin importarle que los pilares no permitan una visibilidad perfecta o que las inclemencias del tiempo hagan que el frío húmedo tan típico de la ciudad les entre hasta los huesos. Aquí no hay más calefacción que la propia, pero, al menos, están a resguardo; no como quienes, por un precio casi simbólico, están a pie de escenario emulando al pueblo llano de otros tiempos. Las visitas guiadas al complejo de The Globe constituyen uno de los atractivos turísticos de Londres, porque esta es una experiencia que se puede disfrutar, además, solo desde mayo a octubre; por algo es un escenario al aire libre.

 

Algunas cosas para abrir boca

• Una buena ocasión para visitar The Globe es el fin de semana del 23 y 24 de abril. La compañía clausura en su «casa» de Londres la gira mundial de «Hamlet» que le ha llevado dos años y, paralelamente, pondrá en marcha «The Walk»: un largo recorrido interactivo a orillas del Támesis, entre Westminster y Tower Bridge, donde se proyectarán en pantallas unos cortos filmados especialmente para la ocasión: Cleopatra delante de las pirámides de Egipto, Romeo y Julieta en Verona...

• La Royal Shakespeare Company, la compañía con sede en Stratford-upon-Avon, se va hasta marzo de gira por China, con la esperanza de trasladar el mundo shakesperiano a la segunda mayor economía mundial. Y también en marzo, en su sede central, estrenará su propia versión de «Hamlet» con Paapa Essiedu (hasta agosto).

• El parque de Cristina Enea se convertirá este verano en un bosque mágico gracias a «Sueño de una noche de verano», en una versión preparada para Donostia 2016. Se estrenará con el solsticio, el 21 de junio, y se representará diariamente durante un mes.

• Este año, la figura de Shakespeare se glosará en todo el planeta; por contra, no se dará tanto bombo a Miguel de Cervantes. Ambos murieron en la misma fecha, el 23 de abril de 1616... pero no el mismo día. Inglaterra se regía por el calendario juliano, por lo que Shakespeare murió, en realidad, al 3 de mayo según el calendario gregoriano. El autor de «El Quijote» y Shakespeare fueron coetáneos, pero no se conocieron y posiblemente ni supieran el uno de la existencia del otro.