Teresa Villaverde
LA SUIZA ácrata

Anarquismo internacional, la otra historia de Suiza

La confederación helvética presume de ser uno de los países más ricos del mundo y también de ser la sede de organismos como la ONU, la Cruz Roja o la UEFA. Lo que suele obviar la historia oficial es que también fue la sede de la Internacional Anarquista en 1872, en el primer encuentro antiautoritario tras la ruptura de Bakunin y Marx, y que volvió a serlo en 2012 como conmemoración de aquel hecho histórico. Hoy en día, los anarquistas suizos siguen luchando contra un sistema político que, aseguran, dista mucho de ser una «democracia perfecta».

El mito de Suiza como país modélico se ha construido escribiendo una historia sesgada que, a base de repetirse, compone el imaginario del país. Paz, prosperidad, riqueza, orden y una democracia semidirecta son los elementos de un régimen casi perfecto. Por supuesto, también está el detalle de que es el centro neurálgico de muchas cuentas opacas con ingresos provenientes de negocios poco claros de todas partes del mundo. Pero, hay que reconocerlo, otros países que ofrecen «servicios financieros», es decir, señalados como paraísos fiscales, no disfrutan de la prosperidad suiza. Su política de neutralidad, su plurilingüismo y diversidad cultural, contribuyen así mismo a alimentar la idea de paraíso. Ya lo decía Harry Lime en “El tercer hombre”: «En Italia, en treinta años de dominación de los Borgia, hubo guerras, terror, sangre y muerte, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza hubo amor y fraternidad, quinientos años de democracia y paz y… ¿qué tenemos? El reloj de cuco».

Y, sin embargo, fueron los relojeros suizos situados en el macizo del Jura los que, junto con Bakunin, organizaron la Primera Internacional Anarquista cuando los antiautoritarios decidieron separarse de Marx –o fueron expulsados– en el Congreso de la Haya. Es decir, Suiza, además de ser la sede de la FIFA, de la UEFA, de la Cruz Roja, de la ONU y hasta del movimiento scout, fue la sede del anarquismo internacional el 15 de setiembre de 1872. Aquella internacional tuvo lugar en St-Imier, pueblo de 5.000 habitantes situado en las montañas del Jura bernés, y volvió a serlo, en el mismo lugar, en 2012, donde anarquistas de diferentes países se reunieron para conmemorar el 140 aniversario de aquel encuentro.

Michel Nemitz es un anarquista suizo de la vieja guardia, curtido en distintos movimientos obreros y libertarios, que vive precisamente en el Jura, donde sigue trabajando desde Espace Noir, local autogestionado de St-Imier. En él se encuentra el cine más pequeño de Suiza –con capacidad para 35 personas– y cuenta con librería, teatro, sala de exposiciones y una cafetería con cervezas a 2.50 francos suizos, un lujo si se tiene en cuenta que el precio de una caña en el país es, por lo general, de 4 francos en adelante. En este espacio se combinan la difusión del anarquismo, la autogestión y la forma cooperativa, articulando este trabajo con la comunidad St-Imier y con otros movimientos que comparten sus valores generales.

En 1978, Nemitz participó también en la creación de la Federación Libertaria de las Montañas, heredera de la Federación Jurasiana fundada por Bakunin que organizó aquella Primera Internacional Anarquista. Michel también tomó parte en la reedición de “Réveil Anarchiste” en los años 70 y 80, periódico que había sido el medio de difusión anarquista más emblemático en Suiza hasta finales de la II Guerra Mundial. Según explica, los elementos para que se diera aquel encuentro antiautoritario son variados. En un principio está el hecho de que Suiza fue el refugio de anarquistas como Kropotkin o Bakunin cuando se exiliaron de la Comuna de París. Pero además alude a otros pensadores como Rousseau –nacido en Ginebra– que habían generando un bagaje cultural. «Es difícil saber por qué un determinado pensamiento tiene éxito en un sitio y no en otros, pero se puede decir que el federalismo, la mezcla, jugó un papel importante».

Otra de las razones fue la idiosincrasia de la industria relojera en la región, orientada a la exportación. Los relojeros «vieron la importancia de internacionalizarse. En aquel tiempo trabajaban en talleres en sus casas –explica–, lo cual les daba cierta autonomía y la posibilidad de culturizarse, porque podían leer. Esta forma de ser se vio amenazada cuando las grandes industrias empezaron a instalarse en las ciudades. Eran conscientes de que tenían que unirse contra estas grandes fábricas y la concentración de la producción. Habrían querido hacer la revolución, claro. Otro motivo es que la industria relojera se desarrolló en solo cien años: La Chaux de Fonds pasó de tener 5.000 habitantes en 1800, a 35.000 en el año 1900, atrayendo a gente de la Suiza alemana, de Francia, de Italia, lo cual propició una mezcla de pensamientos. Todo ello contribuyó a que las ideas socialistas se desarrollaran aquí. Además la revolución de 1848 que fracasó en otros sitios de Europa, en Suiza triunfó».

Son libros, no bombas. La coyuntura suiza volvería a facilitar el asilo de anarquistas de diversos países durante la II Guerra Mundial y las dictaduras que recorrieron el globo en el siglo XX. «Suiza era un país neutro con poca represión política respecto a otros países y con pocos conflictos. Para ser años con tantas dictaduras, en el Este, en Rusia, España, Portugal y Latinoamérica, el riesgo aquí era mínimo», explica Marianne Enckell. Estos elementos propiciaron que un italiano insumiso, que se había refugiado en el país helvético a finales de los 50, sentara los cimientos de lo que hoy es el CIRA (Centre International de Recherches sur l’Anarchisme), el primero del mundo en habla francesa aunque contiene documentos en diversos idiomas. «En el año 61 hubo un atentado en el Consulado español de Suiza. Solo fue una pequeña bomba y no dejó muertos ni heridos, pero era la primera vez que ocurría algo así en Suiza y despertó el interés por la situación de represión española. Pero, al mismo tiempo, Suiza expulsó a los extranjeros ligados a actividades anarquistas, por lo que el responsable del proyecto tuvo que marcharse».

Así, en el año 63, Marianne, con 19 años, y su madre, Christine Mikhaïlo, decidieron continuar con aquella labor por estar «más familiarizadas con los libros que otros compañeros que eran viejos obreros», primero en Ginebra y luego en Lausana, en la propia casa de Christine. «En el 68 el interés por el anarquismo se despertó, comenzaron a editarse más libros. Si entre los dos años anteriores habíamos recibido cincuenta visitas, ese año tuvimos 500». El local era pequeño y se reducía a dos habitaciones, por lo que en 1980 decidieron construir la casa en la que se encuentra hoy: dos pisos con archivos, zona de consulta y biblioteca y un espacio de cafetería. «Estuvimos más de cincuenta personas trabajando en ello. Fue una experiencia muy rica en cuanto a amistades, contactos de todo el mundo que vinieron a ayudar. Además, era una experiencia anarquista, pues combinaba el trabajo intelectual y manual, sin jerarquías, todos hacíamos de todo. Así se construyó este lugar que hoy es propiedad del movimiento anarquista. Es muy importante este detalle. En el CIRA de Marsella, por ejemplo, no tienen local propio y tienen que cambiar de ubicación cada 5 ó 10 años, lo que complica el trabajo», explica Marco, voluntario del centro. El CIRA cuenta con voluntarios expertos en archivos y con un sistema de conservación profesional, aunque, eso sí, la financiación sigue siendo alternativa y se sustenta con donaciones particulares de distintos perfiles como estudiantes, militantes o profesores de universidad. En total son 25 socios y 150 lectores.

El centro estuvo controlado por la Policía durante años «de forma leve». «Decían que era una tapadera y que escondíamos un laboratorio para hacer bombas –dice Marianne sonriendo–. La respuesta era que los libros son peores porque pueden hacer explotar el pensamiento. Hoy la censura es suave, es la de la ignorancia. La universidad no nos considera, hay alumnos que vienen y los padres llaman para saber qué hacen sus hijos. ¡Solo leer libros! También organizamos algunas charlas».

Según cuenta, la memoria histórica de esta tradición anarquista se ha perdido durante muchos años, aunque siempre ha habido una presencia de fondo. Michel Nemitz ahonda en el mismo tema: «Hay libros sobre ello, claro, pero está olvidada fuera de los círculos iniciados. En Suiza, la historia oficial está poniendo el acento en los valores de la mayoría: burgueses y capitalistas». Si bien Lausana es uno de los lugares donde más presencia tiene aún la corriente antiautoritaria, la presencia en la capital ginebrina hoy ha perdido bastante fuerza.

La democracia del dinero. Para Pierre era importante abrir una librería de temática anarquista en una ciudad como ésta, «llena de bancos y reflejo del poder financiero». En el 24 de la Rue Voltaire se encuentra Fahrenheit 451, que combina textos sobre antiautoritarismo con otros de izquierda: «Hay que diversificar para sobrevivir, pero de derechas no tengo nada. Cuando vienen preguntando por mierda de esa me dan ganas de decir que se monten su librería. Eso sí, hay gente que viene sin saber lo que es esto y luego ya se van interesando por el tema». En el mostrador guarda, sin embargo, el detalle de algún adversario del local: una piedra que fue lanzada contra el escaparate, rompiendo el cristal y aterrizando sobre el libro “El sabor de la revuelta”. «Es historia de la tienda», dice.

En este sentido, la batalla perdida es la de la concienciación y participación ciudadanas, y eso incluso en un país que cuenta con el recurso del referéndum ciudadano vinculante para cualquier ley o cambio constitucional. «Todos saben, incluso los que creen que Suiza es una democracia perfecta, que lo único que importa aquí es el dinero, y el dinero mata la democracia. La UDC, el partido de extrema derecha, tiene un presupuesto que es igual al del resto de partidos juntos. El poder real está en manos de los ricos y del poder financiero, no del pueblo, e influye no solo en la votación sino también en la utilización que se hace del federalismo, que es una idea cercana a la anarquista, pero que se desvirtúa. Cada cantón tiene su propia política fiscal y los ricos invierten en aquellos en los que pagan menos impuestos, con lo que el resto de cantones bajan los impuestos de los ricos para atraerlos a su vez, y así el dinero no se distribuye. Suiza no es una democracia, y menos una democracia directa», resume Michel.

Ariane Mieville, que se ocupa de conservar y clasificar los archivos del CIRA, también es crítica respecto a la política de la confederación helvética. «He escrito mucho sobre el tema de si éste es uno de los mejores regímenes. En la democracia antigua de Grecia solo podían participar algunos ciudadanos. Lo mismo pasa aquí. Es una minoría la que tiene el dinero y ostenta el poder. Con dinero extranjero puedes permitirte pagar una democracia así. Es cierto que es semidirecta y confederada, pero en un país con cuatro idiomas no quedaba otra. Suiza no podía estar unida de otra forma».

El triunfo mediático de la derecha ha provocado el voto a favor de algunas leyes polémicas, como la limitación de la inmigración, pero Marianne, por ejemplo, no ve el problema tanto en la opinión pública sino en la misma conformación del Gobierno suizo y de su estructura: «Este es un sistema capitalista y burgués que está configurado para que nada cambie. El referéndum es limitado, porque quien tiene el dinero es quien atrae los votos con propaganda», añade Ariane. La crítica sobre el conocimiento de la población respecto a los temas que se votan no es nueva. El think-tank Avenir Suisse, de corte liberal, ya alertó hace un año de que muchos votantes acudían a las urnas con poca información. Sin embargo, mientras la propuesta de este grupo era limitar el referéndum, los voluntarios del CIRA o del Espace Noir –que trabaja con la Asociación por la Defensa de los Parados de La Chaux de Fonds– abogan por seguir abriendo una brecha, por pequeña que sea, en la conciencia de la gente, difundiendo cultura y mediante otras formas de acción. «La propaganda no es suficiente –alerta Michel–, lo importante es la realidad concreta de la gente. Aquí, en St-Imier, hubo una huelga en una fábrica que fue comprada por especuladores. Entre los huelguistas había autonomistas a favor del cantón independiente de Berna, gente de izquierda y miembros de UDC. Bloquearon las rutas, aunque los sindicatos hicieron todo lo posible para que acabara la huelga y se perdió. Pero es una prueba de que la solidaridad es una alternativa si se trabaja sobre cosas concretas. La voz mediática de la derecha y de la burguesía tiene más impacto que la nuestra, pero nosotros somos más. Aunque es cierto que el hecho de que en Suiza la precariedad sea minoritaria, provoca una falta de movilización porque los afectados se avergüenzan». El CIRA, en cambio, no es un espacio militante, sino científico. «Aquí –Ariane se refiere a Lausana– los anarquistas se suelen encontrar en un centro social, Espace Autogéré, porque hacemos la distinción entre los archivos y la militancia».

Squatters y acción directa. En agosto de 2007 apareció una casa de paja en un parque público de Lausana, situado al lado del Espace Autogéré, un local ocupado que hace las veces de centro social y cultural. Según cuentan Ariane y miembros del movimiento Squat (movimiento ocupa), aquella construcción se convirtió en el foco de la atención ciudadana y mediática. En el libro “La maison de Paille de Lausanne” se explica que el proyecto de esta casa era una forma de oposición a lo que tildan de «catástrofe urbanística de Lausana». «Aquí se gana bien, pero en Lausana el alquiler de un piso de tres habitaciones es de 2.000 francos (unos 1.800 euros) al mes», cuenta Ariane. Aquella casa de paja era una demostración tangible de que existen alternativas, ecológicas y sostenibles, a la especulación inmobiliaria. Quizá por eso, unos meses después, alguien decidió quemarla.

La historia ilustra un hecho reciente de acción directa de Espace Autogéré. Este espacio se creó hace veinte años, aunque los tres primeros estuvo en otro edificio antes de ubicarse en el local actual. En él se celebran conciertos, charlas, comidas populares –con precios populares: un plato, 5 francos suizos– y se realizan labores de agricultura. Este espacio ocupado está estrechamente relacionado con el movimiento Squat como alternativa a un mercado inmobiliario que considera injusto. Desde Espace editan su propia revista trimestral, “T’Okup” (Tú ocupas), cuyos números pueden consultarse en internet, donde escriben sobre casas ocupadas, desalojos y otros temas de interés político. Gestionan, además, una web, editan una newsletter y tienen su propia maquinaria de impresión para serigrafiar carteles. El dinero que se recauda se reinvierte en el local y también se destina a pagar multas derivadas de la ocupación o de distintas manifestaciones. A veces, el dinero se envía a la Cruz Negra Anarquista, organización suiza, independiente de este movimiento, que recauda fondos para pagar abogados y otro tipo de gastos derivados de las movilizaciones.

Inmigrantes, autogestión y revolución. Entre otras acciones directas de Espace Autogéré destaca la creación del colectivo Jean Dutoit, un grupo de ocupación formado por inmigrantes africanos y squatters y miembros de Espace. «Éramos setenta inmigrantes durmiendo en la calle. Al Gobierno suizo la situación no le gustaba, pero no le daba solución –las autoridades municipales y cantonales dieron un ultimátum al grupo para abandonar el jardín en el que se encontraban–. Así que vinieron unos blancos y nos ayudaron a ocupar una casa. Por nuestro color, somos ilegales, aunque algunos tengamos papeles de otras partes de Europa», cuenta C., inmigrante africano que vive desde hace dos meses en el edificio ocupado situado en un polígono industrial de Lausana y en el que han conseguido la firma de un contrato de cinco meses con la compañía de transportes de Lausana, propietaria del inmueble. «La idea era apoyarles, enseñarles cómo ocupar y dejarles a ellos la gestión de su espacio», explica N., ocupa y miembro de Espace. De hecho, en la casa de Jean Dutoit las normas se deciden en común y son aceptadas por todos sus miembros: las tareas cotidianas como cocinar y limpiar se reparten en grupos rotativos que se deciden en reuniones semanales. También se organizan grupos para buscar la comida: «La conseguimos de la basura, pero si alguien consigue algo de dinero, lo trae». A veces logran trabajos esporádicos y temporales limpiando casas, garajes, realizando transportes... La prohibición de peleas y la necesidad de solidaridad son estrictas: «Todos sabemos que si alguien da problemas tendrá que hacer servicio comunitario en la casa, y si sigue, se le puede echar». Además, están creando una red de solidaridad no solo entre los habitantes de la casa –70 por contrato–, sino con los inmigrantes que llegan a Lausana.

La recogida de testimonios anónimos de aquellos que han sido torturados por la Policía es una de las actividades clave del colectivo. «Las autoridades de Lausana han mostrado algo de humanidad con nosotros, pero la Policía es el gran problema. No sabemos si actúan con conocimiento del Gobierno o no, pero creo que los ciudadanos desconocen lo que hacen. Desde hace un mes bloquean las dos salidas del polígono con los furgones, nos obligan a desnudarnos para buscar marihuana, droga, se quedan con nuestro dinero. Nos ven como no humanos. Hay un hombre arriba que tiene el ojo morado de un golpe», denuncia C. Aseguran que la situación en Suiza es más complicada para ellos que en otros países europeos. Aun así, se revuelve contra la visión occidental de los inmigrantes: «No necesitamos su pena; en África hay gente vibrante, inteligente, con futuro. La causa de nuestro problema son nuestros gobiernos, no nosotros».

El colectivo Jean Dutoit no se define como anarquista, pero su organización se basa en la autogestión. El movimiento que da vida a Espace Autogéré, por su parte, se compone de gente de distintas ideologías de izquierda, pero sus formas son las de la autogestión horizontal basada en la solidaridad. Como defienden anarquistas como Michel Nemitz: «Hay un error de pensamiento que es creer en la revolución. No creo en la espontaneidad de la clase obrera. La revolución se prepara».