TERESA MOLERES
SORBURUA

Darwin y las plantas

S i una persona estudiosa de las teorías de Darwin viaja al actual Brasil y visita la selva de la Mata Atlántica, tendrá difícil encontrar la diversidad que localizó el científico inglés en su viaje de 1832, sobre el que escribió 22 años más tarde “La evolución de las especies.” En la Mata Atlántica sobreviven fragmentos aislados, solo el 7% de los bosques que maravillaron a Darwin. Hace poco se taló un último trozo para la creación de un centro comercial con aparcamiento. Y como curiosidad, solo sobreviven treinta matas, especialmente cuidadas y vigiladas, de la planta Anomochloa marantoidea, la antepasada genética más antigua de las plantas existentes.

En relación a las plantas, Darwin estudió la adaptación de los mecanismos de fertilización y relación sexual. Por ejemplo, que las orquídeas reciben el polen por medio de los insectos con una precisión tal, que solo una orquídea de una especie concreta es polinizada por un insecto también de una especie específica.

Descubrió el comportamiento de las plantas carnívoras Drosera y Dionaea y su extraordinaria especialización para alimentarse de proteínas. La planta responde con rapidez al contacto de un insecto atraído por su olor, inmediatamente lo enjaula cerrando los pétalos y comienza a digerir al incauto.

Los experimentos de Darwin lograron descubrir el «tropismo» y «geotropismo», los movimientos que hace la planta al recibir el estímulo de la luz o la gravedad. Comenzó plantando gramíneas de alpiste y avena, que colocó en una habitación iluminada solamente por una lámpara a tres metros de distancia. A los ocho días, las plantas habían desarrollado sus tallos diminutos hacia la luz. A continuación, para saber a través de qué «ojos» recibían la luz, tapaba y destapaba los ápices de los tallos. Concluyó que era por los ápices por donde entraba el estímulo de la luz y que por medio de «alguna sustancia» que se movía desde el ápice a la base, podía curvarse hacia la luz. Treinta años más tarde se demostró que la sustancia viajera era la auxina o sustancia del crecimiento.

En “La evolución de las especies”, Darwin denominó «selección natural» a la actuación de la naturaleza para que en cada generación solo sobrevivan y reproduzcan su herencia los más aptos, los que han sabido adaptarse a su entorno. Con su teoría, echó por tierra la creencia vigente hasta entonces de la Creación o interpretación literal de la Biblia.