IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

El despiste al apreciar el patrimonio

Mi intención era hacerme una casa contemporánea, con tejado plano, pero el Ayuntamiento me obligaba a hacer un tejado a dos aguas». Como si de un confesionario ambulante se trataran, los arquitectos suelen oír este tipo de penitencias de sus conciudadanos. En alguna ocasión he tenido la ocurrencia de explicar que una cubierta plana, como elemento diferenciador del Movimiento Moderno, ya va por el centenar de años, por lo que llamarlo «contemporáneo» es algo valiente.

En general, la ciudadanía vaga sin rumbo a través de la posmodernidad arquitectónica. El significado y el significante de la arquitectura se mezclan en una coctelera, salen mezclados y se inoculan a través de mensajes contradictorios de los medios de comunicación. El último episodio que demuestra este despiste generalizado sobre el patrimonio construido lo ha protagonizado la consolidación del castillo de Matrera, en el gaditano municipio de Villamartín, proyecto del arquitecto sevillano Carlos Quevedo que ha levantado no poco revuelo en medios generales y sociales.

La torre fue un enclave militar construido por los musulmanes en el siglo XI y posteriormente cambió de manos hasta acabar en las del cristiano Alfonso XI en el siglo XIV. Paulatinamente, su uso militar cayó en desuso y en 1949 fue declarado Monumento Nacional y posteriormente, en 1985, llegó la denominación de Bien Cultural.

Sin labores de restauración, el deterioro de la torre de homenaje comenzó. La argamasa de los mampostes se fue lavando con la lluvia y en 2013, la última bóveda de la torre se derrumbó por unas copiosas lluvias. En ese momento, el arquitecto estaba consignando un proyecto de consolidación que, a todas luces, llegaba tarde. Cinco años después, las labores de restauración acaban y comienza la polémica.

Amparado por una lectura radicalmente estricta de la Ley de Patrimonio Histórico de Andalucía, la consolidación de la torre parte de la diferenciación total de lo derruido con aquellos restos que aún quedan en pie. De esa manera, Quevedo trae de vuelta tanto el acabado original, en un revoco blanco, como las dimensiones originales, en una reconstrucción que se limita a aquello necesario para estabilizar la estructura de la torre.

La intervención, financiada por el mismo capital privado que ostenta la titularidad del castillo, llega tarde, habiéndose perdido segmentos importantes del muro y la doble estructura abovedada que conformaba el basamento. La sociedad Hispania Nostra denunció la intervención y esa estricta interpretación de la ley, aduciendo que lo correcto habría sido tratar de estabilizar lo existente y dejarse de intervenciones.

Esa denuncia era perfectamente coherente y pertinente, más aún, habiendo ejercido de piloto rojo de alerta ante la Junta de Andalucía debido al lamentable estado de conservación. Sin embargo, la polémica se encendió, principalmente, al saltar la noticia a las secciones de medios tan importantes como “The Guardian” y “The New York Times”, que se apresuraron a comparar la obra con un Ecce Homo arquitectónico.

Ahí es donde el despiste se manifiestó. Hordas de indignados comentaristas de redes sociales se apresuraron a denunciar la falta de sensibilidad de las instituciones y de los responsables del proyecto, haciendo leña del árbol caído. Y sin embargo, el arqueólogo Gutiérrez López se lamentaba que, tres años antes, no había conseguido reunir cien firmas para la rehabilitación del inmueble. Al mismo tiempo, el arquitecto intentaba salvar la honra dejando patente la cantidad de esfuerzo invertido durante cinco años para conseguir un resultado totalmente medido.

Quien esperara una reconstrucción de cartón piedra, limpia e invisible, y echa pestes sobre lo construido sin deternerse un segundo a reflexionar sobre el sentido último de la intervención en el patrimonio, debería tratar de denunciar la falta de cuidado previo, pero no una solución a este supuesto.

Más allá de la discusión en la que se determina qué es patrimonio o no, y en qué modo este patrimonio debe protegerse, el despiste general se da cuando lo que vemos no corresponde con la idea sobre lo que es «antiguo» y lo que no. En Matrera, partimos de la barbarie de haber dejado llegar al estado de deterioro en el que comenzó el proyecto arquitectónico. Pero, en mi opinión, la intervención dignifica la torre, es contenida y reafirma la poética de un patrimonio bélico o castrense que, haciendo un aporte personal, puede que reciba de nuestra sociedad más atención de la que debiera.