MIKEL INSAUSTI
CINE

«Billy Lynn’s Long Halftime Walk»

A ng Lee llega con su nueva y largamente preparada película a un momento clave en su carrera, que suele ser cuando un cineasta de prestigio como él se la juega con el más ambicioso y arriesgado de sus proyectos. Las críticas previas no le están siendo muy favorables, pero por experiencia se sabe que en este tipo de experimentos los avances conseguidos tienden a ser reconocidos con el paso del tiempo. El taiwanés tal vez se haya adelantado demasiado a la hora de conjugar las nuevas tecnologías con el cine dramatizado o de contenido, pues a menudo se asocia la revolución de los efectos visuales en general con el género fantástico. Y su anterior “La vida de Pi” (2012) disponía de elementos fantásticos que justificaban la utilización del 3D en las tomas de fondos marinos como nunca se habían visto antes, mientras que “Billy Lynn’s Long Halftime Walk” es un drama posbélico de trasfondo mucho más crítico y realista.

“Billy Lynn’s Long Halftime Walk” se sitúa a la vanguardia de la imagen en alta definición, dentro de una lucha que hoy por hoy se centra en la conquista de la velocidad de grabación. El tradicional 24 fotogramas por segundo de la era del celuloide fue superado en el nuevo universo digital por Peter Jackson, al probar para su trilogía de “El hobbit” con los 48 frames por segundo en 3D. Aunque la crítica todavía anda discutiendo sobre su validez, la cuestión es que la sensación vivida por el espectador era la de estar asistiendo a una retransmisión en directo desde la Tierra Media, con lo que se plantea el dilema entre fotografía hiperrealista y contexto imaginario. James Cameron no tardó en anunciar que su siguiente entrega de “Avatar” iría a velocidades de vértigo, pero por ahora es Ang Lee el que se ha adelantado a todos al grabar en 120 fps por segundo en 3D.

El debate está servido, ya que las reacciones en contra no se han hecho esperar. La perfección visual alcanzada es tal que intimida, y de ahí que esas primeras críticas hablen de artificio frente a emoción. Es como si la cámara desnudara a los intérpretes, haciendo visible cada poro de su piel. A decir de los primeros asistentes a los pases preliminares, en las escenas íntimas la nitidez de la fotografía resulta perturbadora y hasta intrusista, dando lugar a un punto de vista demasiado frío y en exceso desvelador. Se gana en poder de focalización a costa de renunciar al misterio y la capacidad de imaginación del público, que ya lo puede ver todo al detalle.

Tal vez donde resida el problema es en que la premiada primera novela de Ben Fountain es demasiado importante, narrativamente hablando, como para servir de pretexto para una probatura de orden técnico. Por un lado, es una sátira del patriotismo mediático, que pone de relieve las diferencias entre la guerra real y la virtual que vive la audiencia desde sus casas. Por el otro, es un estudio sicológico del combatiente, a partir del momento en que es convertido en un héroe de masas y recibido como tal. El soldado Billy Lynn no está preparado para un regreso a casa tan desmedidamente triunfal, máxime cuando en su cabeza se suceden los flash-backs que le devuelven mentalmente a la campaña de Irak.

Como el título original da a entender, el relato sigue el proceso del protagonista hasta su llegada al estadio de los Cowboy Dallas, en el que va a desfilar junto a sus compañeros durante el descanso de un partido del día de Acción de Gracias en medio de las fanfarrias y los fuegos artificiales. Es la culminación de la película, y así lo refleja el tráiler cuya banda sonora es un coro de niños y niñas cantando el “Heroes” de David Bowie. Un ambiente que abruma al protagonista, mientras su rostro aparece sobredimensionado en la pantalla gigante, tal como se debió sentir el joven actor debutante Joe Alwyn.