Alfons Rodríguez
la complicada lucha contra una enfermedad mortal

Malaria, hacia la batalla final

La última década ha dejado importantes avances en los intentos de erradicación de la malaria. La OMS ha marcado unos objetivos ambiciosos hasta el 2030: reducir la mortalidad por esta enfermedad en un 90% y eliminarla por completo en al menos 35 países. Una de las puntas de lanza de esa lucha se llama Rosa Mouzinho y es mozambiqueña. Esta es su historia.

Rosa Mouzinho se levanta muy temprano, con las primeras luces del alba. Le cuesta salir de la calidez y confortabilidad que le ofrece su cama, por ese ofrecimiento y por la presencia reconfortante y amorosa de su hija pequeña Camila, con quien la comparte. Pero la profesionalidad, la necesidad de sacar adelante una familia y el compromiso con la sociedad son importantes para Rosa. Ella es madre soltera y tiene 39 años. Magude, la ciudad que la vio nacer y en la que vive con su familia, se encuentra al sur de Mozambique. Es una ciudad tranquila, limpia, agradable, no como otras urbes africanas: superpobladas, ruidosas e intensas. Aunque tampoco todo es bueno en Magude, ni en sus calles ni en el distrito del mismo nombre que la rodea.

La región austral de Mozambique, donde se halla Magude, es uno de los territorios con mayor carga de malaria del mundo. Este país sufre unos ocho millones de casos de esta enfermedad por año y cuenta en unos 14.000 los fallecidos anualmente por esta causa (datos del 2016), sobre todo niños menores de 5 años y mujeres embarazadas. En el mundo y durante 2016, murieron más de 400.000 personas y hubo unos 216 millones de casos de malaria.

Con este escenario diario, Rosa no puede perder el tiempo descansando demasiado. Tiene una batalla que librar. Su lucha es uno de esos enfrentamientos difíciles. Un enemigo casi imperceptible, frágil y minúsculo, pero devastador y cruel. Duro de batir pero, por otro lado, no invencible.

Rosa Mouzinho es una de las trabajadoras de campo del CSIM (Centro de Investigación de la Salud de Manhiça), una organización hispano-mozambiqueña que lleva 23 años combatiendo la malaria y consiguiendo grandes hitos en la carrera por erradicarla. El centro que el CSIM tiene en Magude, a unos 70 kilómetros al noroeste de las instalaciones centrales de Manhiça, que a su vez se encuentran a unos 84 km al Norte de Maputo, tiene un cometido claro y unos objetivos muy concisos.

Unión de fuerzas. Desde el inicio de su fundación en 1995, el CISM se ha erigido como un referente en el campo de la investigación en lo concerniente a la malaria y en uno de los centros de investigación biomédica más prestigiosos de África. El centro fue creado gracias a la suma de fuerzas y a las sinergias del Hospital Clínic de Barcelona, la Agencia Española de Cooperación y Desarrollo, el Instituto Nacional de Sanidad de Mozambique y la valiosa aportación del doctor Pedro Alonso.

Por otro lado, están los objetivos del proyecto, es decir, generar evidencias científicas como base para la lucha por la eliminación de la malaria, que siempre han sido complejos y complicados de abarcar y, por ese motivo, han necesitado la unión de intereses y energías diversas. Aquí es donde entran el Programa Nacional de Malaria de Mozambique y la Universidad Eduardo Mondlane de Maputo junto al Instituto de Salud Global de Barcelona ( ISGlobal) y la cooperación de la Universidad de Barcelona. Unos objetivos impulsados gracias a la financiación de la Obra Social de La Caixa y de la fundación Bill y Melinda Gates.

Para Rosa Mouzinho, el CISM y su centro auxiliar de Magude, donde ella desarrolla su función en todo este engranaje, son más que un lugar de trabajo y un punto clave en la investigación sobre la malaria. Para esta mujer con tres hijos (Camila, de 8 años; Odicio, de 17 y Mamike, de 21 y ya independizada del hogar y con una hija) haber conseguido este puesto de responsabilidad ha supuesto un gran avance en su rol como mujer luchadora y como cabeza de familia y en su prosperidad como profesional. Gracias a ello ha conseguido un hogar digno, les está dando una educación a sus hijos y los está haciendo crecer de una forma saludable y relativamente cómoda. De lunes a viernes, Rosa ocupa casi la totalidad del día en su trabajo. La enfermedad y los afectados no entienden de descansos. Los fines de semana hay que preparar la semana que llega, hacer las compras, la colada, visitar a los familiares y disfrutar de los hijos y la nieta. Los lunes todo vuelve a empezar. La malaria causa la muerte de un niño cada minuto en África, por lo que no hay tiempo que perder más que el mínimo para poder retomar el trabajo con garantías emocionales y físicas.

El principal cometido de Rosa es la actividad conocida como REACT (por sus siglas en inglés, Reactive Case Detection, que significan Detección Proactiva de Casos), que consiste en el seguimiento, control y tratamiento de casos de malaria en el distrito, con ayuda de los centros de salud de las comunidades, pero también se encarga de otras tareas complementarias de forma esporádica. Una heroína de base, como sus compañeras y compañeros de trabajo.

El mal aire. Sergio Elías Matavel acaba de cumplir 9 años. Yace sobre una alfombra y bajo la sombra de un árbol, a las puertas de su hogar en la aldea de Massinga, con la mirada vidriosa por la fiebre provocada por la malaria. Cuando Rosa alcanza el lugar, la familia entera espera bajo la misma sombra que Sergio. Es un proceso que para ella es rutinario, pero que para la familia supone un momento solemne: la visita del equipo de prevención y control a domicilio. Rosa pregunta a los padres por el estado del pequeño y, sin pausa, prepara los test rápidos de detección de malaria para determinar si alguien más de la familia ha sido contagiado por el parásito Plasmodium falciparum, trasmitido por el mosquito de la especie Anopheles. Tras el diagnóstico, se preparan y entregan los medicamentos, un compuesto profiláctico a base de dihidro-artemisinina-piperaquina, a todos aquellos casos positivos, si los hay, y también a las personas en riesgo de contagio por proximidad con las personas enfermas. No solo se trata de curar si no que es igual de importante prevenir.

La palabra malaria procede del italiano medieval “mal aire” y su otra denominación, paludismo, proviene del latín palus: ciénaga. La lógica es aplastante: los malos aires de las zonas húmedas y pantanosas provocaban esta terrible enfermedad para los antiguos, hasta que se descubrió que era provocada por la picada de un mosquito (mejor dicho, mosquita, pues son las hembras las que se alimentan de sangre, mientras los machos lo hacen de néctar vegetal) y la trasmisión de los parásitos del género plasmodium.

Cómo se alimentan los mosquitos lo saben bien en la sección de entomología del CISM en Manhiça. Victoria Manyate trabaja hoy en el insectario número dos de este centro de investigación. En el interior se respira una atmósfera muy cargada debido a una alta humedad y a la presencia amenazante de miles de mosquitos, por lo que la científica suda profusamente. Esa temperatura y esa humedad son necesarias para que los mosquitos sobrevivan en cautividad y se les pueda observar y estudiar. Victoria prepara sangre vacuna para alimentar a los Anopheles enjaulados, aunque en ocasiones se testean comportamientos simplemente metiendo el brazo en el interior de las jaulas y dejando que los mosquitos libres del parásito se nutran a discreción con sangre humana.

Algunos sectores del CISM son sobrecogedores, aunque muy necesarios para la investigación. Mara Francisco Máquina, investigadora junior y entomóloga responsable del insectario (que cuenta con un equipo de cinco personas), inspecciona las jaulas donde miles de mosquitos esperan para ser estudiados. Provienen de diferentes zonas del país e incluso se crían estirpes de África del Sur. Los ejemplares se utilizarán para testear y validar eficacias de controles vectoriales, sobre todo de malaria, pero también de otras enfermedades como la tuberculosis. La zona compartimentada que más impresiona es la número tres; en esta especie de guardería se crían a la vez hasta 10.000 larvas y pupas clasificadas por edades, que irán creciendo y desarrollándose en sus recipientes con agua hasta convertirse en ejemplares adultos. La vida de un mosquito se estima entre treinta y sesenta días para sus cuatro fases: huevo, larva, pupa y adulto. Puede parecer breve, pero es suficiente para crear esta terrible enfermedad.

Rosa Mouzinho contribuye también en esta parte del proceso desde la oficina del CISM en Magude. De forma esporádica, acompaña a algunos de los trabajadores de entomología al terreno para capturar larvas en las charcas de lluvia estacionales, utilizadas normalmente como abrevaderos para el ganado. La charca escogida hoy está a menos de una hora de Magude. Albino Vembane y Agustinho Sitoé se calzan las botas de agua y penetran en el fango de la orilla. Se agachan y comienzan a capturar larvas de las oscuras y sucias aguas utilizando una pipeta y un recipiente donde depositarlas. Aquí se origina todo. Es el tenebroso caldo de cultivo primigenio de la malaria. Las larvas serán trasladadas con diligencia a Manhiça para entrar en el proceso de experimentación.

El trabajo de los entomólogos no es solo lo anteriormente descrito. Otra actividad importante es la que tiene lugar con los bioensayos. Tal vez estas pruebas supongan uno de los procesos más “artesanos” de la investigación. Consisten en instalar con cinta adhesiva unas minúsculas jaulas cónicas de plástico transparente en las paredes de los hogares ubicados en las comunidades rurales, en plena tierra de mosquitos. En dichas gavias se introducen mosquitos utilizando unos estrechos tubos rígidos unidos a unas mangueras flexibles, a través de las cuales los miembros del equipo de entomología aspiran o soplan a los mosquitos con su propia boca y aire para capturarlos de las jaulas donde los guardan o dejarlos ir en el interior de los mencionados receptáculos cónicos. De ese modo, entran en contacto con las paredes previamente rociadas con insecticida, de una forma y en una ubicación controlada. Este proceso sirve para probar la resistencia o reacción de los Anopheles a las sustancias empleadas para su aniquilación o para ahuyentarlos de los hogares.

Joane Cossa y Ngovene Wine se protegen con trajes especiales, guantes y máscaras antes de entrar en la casa de turno con los equipos de pulverización. Tapan los muebles con telas y, con cierta ceremonia, comienzan su metódico trabajo. En el proceso de fumigación intradomiciliaria con el insecticida en las paredes de las viviendas, previo a los bioensayos aludidos anteriormente, tiene mucho que ver la ONG mozambiqueña Tchau Tchau Malaria, donde trabajan Joanne y Ngovene. Esta organización es uno de los eslabones del proyecto MALTEM (siglas inglesas para Alianza Mozambiqueña para la Eliminación de la Malaria) y su parte del trabajo conjunto consiste en la pulverización a puerta cerrada y durante dos horas en los domicilios incluidos en el programa de investigación. A continuación, se abren puertas y ventanas durante una hora para que se ventile. Serán tres horas durante las cuales los habitantes permanecerán alejados del entorno. Transcurrido este tiempo, se eliminarán los insectos caídos, recogiéndolos y enterrándolos en el exterior o lanzándolos a través de los desagües sanitarios donde los haya. La durabilidad del efecto insecticida se calcula en unos seis meses, durante los cuales no se podrá ni pintar las paredes ni lavarlas. El principal objetivo del MALTEM es ayudar a generar evidencias científicas de las investigaciones y experimentaciones llevadas a cabo para la erradicación de la malaria. El proyecto, iniciado a finales del 2014 en Magude, abarca a unos 52.000 habitantes del distrito y en los dos primeros años los resultados fueron más que esperanzadores con una disminución del 71% de la prevalencia de la enfermedad en esa área geográfica. Para afianzar este progreso, desde 2017 se implementó el REACT antes mencionado, que constituye la actividad principal de Rosa Mouzinho.

Más allá de la enfermedad. Otro gran avance del proyecto MALTEM es, sin duda, la inserción del problema de la malaria en la agenda política del país. Sin la voluntad del Gobierno y su ayuda el camino sería mucho más difícil. Pero, si este es uno de los extremos, el otro es más de base y tiene que ver con los habitantes de las zonas rurales, quienes son los que verdaderamente comparten hábitat con los mosquitos.

Palmeiras es una comunidad pequeña formada por unos pocos cientos de personas. En su centro de salud se encuentra el doctor Pirai Sefo examinando a la pequeña Olinda Paul, de 12 años de edad. Olinda ha tenido que abandonar esta mañana el colegio para acudir a la consulta en el centro de salud, porque la fiebre ha empezado a ser alta. Tal vez por iniciativa propia, por la de sus padres o por la de sus maestros, la niña se ha desplazado hasta el médico para verificar si lo que le ocurre es por culpa de la malaria u otra cosa. Esta vez el test da negativo. La importancia de esta escena es vital para ganar esta guerra. Concienciar a la población de que al menor síntoma debe ser examinada para frenar el desarrollo de la enfermedad es absolutamente determinante, tanto para uno mismo como para evitar el contagio a los familiares y amigos cercanos. Tampoco se puede olvidar que el uso de repelentes y mosquiteras es importante, aunque son caros y no siempre están al alcance de la economía rural.

Este es precisamente otro de los cometidos de los equipos de campo del CISM, hoy formado por Hotisha Nhantumbo y Helder Djive; es decir, la movilización y sensibilización de la población local para que tomen conciencia de que solo así se puede avanzar en la lucha contra el mosquito y el parásito que transmite.

Varias docenas de hombres y mujeres, separados por una distancia prudencial, se reúnen bajo la sombra regalada por un grupo de grandes árboles, en una zona céntrica de la aldea de Palmeiras. Atienden a las explicaciones de Hotisha y Helder, y lanzan sus dudas o formulan sugerencias. Se les explica por qué es necesario e importante que permitan entrar a los equipos de pulverización con insecticida y a los de bioensayos en sus hogares como uno de los principales caminos para librarles de la malaria. Para que permitan entrar en sus vidas a personas como Rosa Mouzinho, que ha venido para ayudarles y para que confíen en un equipo humano, científico y profesional que ha acabado por convertirse en un ejército cuyas armas son la determinación y el compromiso, las probetas y los microscopios, dejando esperanza y vida donde otros solo dejan un maldito y mortífero parásito.