MIKEL INSAUSTI
CINE

«Deus e o diabo na terra do sol»

Ha llegado el turno del cine brasileño, y nada mejor que comenzar por Glauber Rocha, que con tan solo 26 años de edad se consagró en Cannes con su segundo largometraje “Deus e o diabo na terra do sol” (1964) como el líder natural del movimiento Cinema Novo. Con esta película iniciaba su trilogía del Sertao, completada con “Terra em trance” (1967), que se llevaría en Cannes el FIPRESCI de la crítica internacional; y con “Antonio Das Mortes” (1969), premiada en Cannes a la Mejor Dirección. Dicho reconocimiento sirvió para dar paso a otros cineastas de su país que se sumaron al Cinema Novo, empezando por su colaborador Walter Lima Jr., y siguiendo por Rui Guerra, Nelson Pereira Dos Santos, Carlos Diegues o Joaquim Pedro De Andrade.

Con la llegada de la dictadura militar a mediados de los años 60, el grupo encontró serios problemas para continuar con su propuesta revolucionaria y, aunque Glauber Rocha intentó seguir rodando en su país, no tuvo otro remedio que marchar al exilio político. Primero fue a África e hizo en El Congo “El león de siete cabezas” (1970), acto seguido y en el Estado español con Paco Rabal sacó adelante “Cabezas cortadas” (1970), para asentarse en Portugal realizando títulos experimentales hasta su definitivo “La edad de la tierra” (1980), justo un año antes de su fallecimiento cuando apenas había sobrepasado los cuarenta años.

Desde su ópera prima “Barravento” (1962) Glauber Rocha estaba destinado a ser uno de los grandes cineastas de los años 60, con influencias de los documentales de la revolución cubana, del cine soviético de Eisenstein, de la Nouvelle Vague y de Godard, del surrealismo y el simbolismo de Buñuel, de los samuráis de Kurosawa, del western de John Ford, de los primeros planos de Bergman y del realismo social e histórico de Rossellini. Toda esta amalgama se puede encontrar en obras tan genuinas y personales a pesar de todo como “Dios y el diablo en la tierra del sol”, que parten de una mitología única e intransferible, la del Sertao, esa zona semidesértica del Nordeste de Brasil que conserva las tradiciones más antiguas en medio de una pobreza igual de inamovible.

La figura legendaria por antonomasia del Sertao es el “cangaçeiro”, rescatada y dignificada para el cine, más allá de las adaptaciones populistas, por el escritor Lima Barreto en su película “O Cangaçeiro” (1953). Glauber Rocha potencia el mito y lo sitúa en los años 40, cuando a duras penas sobrevivían los últimos representantes del “cangaço”, que era el modo de vida de estos bandoleros. Y es así como nace Corisco, interpretado por Othon Bastos, y cuya figura se ha convertido en todo un icono del cine de aquel periodo. En directa oposición surge Antonio Das Mortes, cazador de cangaçeiros, que en la encarnación de Mauricio Do Valle tendría su propio largometraje dentro de la trilogía del Sertao.

El otro gran protagonista de la película, y esta vez colectivo, es el campesinado. A él pertenecen Manoel (Geraldo Del Rey) y Rosa (Yoná Magalhaes), una pareja obligada a cruzar el Sertao en su huida, después de que él mate a su patrón, un terrateniente esclavista. Como fugitivos caerán primero en las garras del predicador Sebastiao (Lidio Silva) y, finalmente, en las del mencionado Corisco (Othon Bastos), que son respectivamente el dios y el diablo del título. Un peregrinaje o calvario que está narrado por el ciego Julio, ya que estas historias Glauber Rocha las recopiló de los ciegos que cantan los romances que recogen el folklore del lugar. El cineasta bahiano aplicó a un contexto tan extremo una lectura acorde con su ideología marxista, incidiendo en que ni la iglesia ni el bandidaje pueden aportar soluciones reales a la zona más deprimida del país, doblemente castigada por la represión que representa el mercenario Antonio Das Mortes.