IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

La transformación de King’s Cross

Interior, día. Corre el año 1988. En un salón adornado con papel pintado floral, moqueta en el suelo y juegos de té de porcelana, una pregunta aflora con marcado acento cockney: «Se acerca el gran día, dentro de poco será tu cumpleaños, ¿verdad, abuela?». La abuela, sin levantar sus gafas de la calceta que teje, responde, en el mismo acento de clase trabajadora londinense: «Sí, espero un telegrama de la Reina». Bajo la atenta mirada de un cactus, cuyo nombre es Thatcher, la película “High Hopes”, de Mike Leigh retrata la sociedad de la zona de King’s Cross, en Londres, en los estertores del thatcherismo. En el filme aparecen las tensiones de una familia de trabajadores que ve cómo su estructura social cambia a medida que van apareciendo nuevos inquilinos de clases acomodadas.

Veinte años más tarde, ese proceso de transformación se ha completado, llegara o no el telegrama de la Reina. El cambio en King’s Cross parte de un Master Plan del 2000, y ha tenido un recorrido irregular hasta hace pocos años, en los que el capital ya calentó motores, y el desarrollador privado Argent completó la urbanización de las 27 hectáreas, contando con un presupuesto global estimado de alrededor de tres billones de libras y 35 arquitectos británicos de renombre, creando una suerte de galería de autores nacionales.

En esta ocasión sacamos a colación la obra que el estudio de Thomas Heatherwick ha desarrollado para la rehabilitación y transformación de la zona de los antiguos cargaderos de carbón, o los Coal Drops Yard, famosos durante la década de los 90 por acomodar el club de música electrónica Bagley. Su análisis nos puede servir para ilustrar el proceso que ha llevado a esta parte del noroeste londinense a convertirse el lugar de moda, y entender por qué Google y Facebook han elegido el barrio como cuartel general.

El estudio de Heatherwick ha estado localizado en King’s Cross desde hace veinte años. Desde ahí, ha podido ver el cambio del barrio a medida que su fama se incrementaba hasta ser uno de los arquitectos punteros de Gran Bretaña (muestra de lo cual es que suyo es el diseño, compartido con Bjarke Ingels, para los cuarteles generales de Google en Londres).

El punto de partida eran dos edificios victorianos de los arquitectos Hubert, un patrimonio al que difícilmente se podía meter la sierra radial. Los dos pabellones servían de acomodo a los trenes que traían del norte de Inglaterra los ocho millones de toneladas anuales de carbón con los que la ciudad se nutría. Su disposición, en “V”, venía determinada por las antiguas líneas ferroviarias (haciendo una curiosa similitud con las vecinas estaciones de St. Pancras y King’s Cross), pero dotaba al proyecto de un problema: ¿Cómo unir las dos piezas? Los promotores pretendían convertir los pabellones en una zona de comercio de diseño de ropa, accesorio, y zona de restauración, y plantearon al arquitecto unirlo con unas pasarelas peatonales.

Para no mojarse. Heatherwick recordó la tradición inglesa de colocar, en mitad del mercado, un edificio sobre pilotes elevados que permitiera usar su espacio inferior para protegerse de la lluvia. Para unir los dos edificios, viendo que el tejado debía reconstruirse, decidieron hacer que una parte de ambos tejados se tocara, casi como un beso, y que bajo ese punto de choque se creara una plaza que diera, en el nivel inferior, protección ante el clima.

Con ese gesto, los dos pabellones pasan a ser un único edificio, y la aparente complejidad de los distintos niveles –una lógica superior, otra inferior, una planta mezzanine…– se simplifican al convertirse el espacio entre pabellones en un patio que ordena todo el lugar. Su virtud se destila cuando circundamos el espacio; desde los laterales, el edificio sigue manteniendo su esencia victoriana, habiéndose respetado en su esencia. Por el interior, se transforma y abre y, aunque los pabellones siguen ahí, dan paso a algo nuevo.

Las críticas a la transformación de King’s Cross han venido desde muchos sectores –Peter Cook lo tachó de “bizcochos apilados”, Zaha Hadid dijo que era “aburrido”–. Hay una sensación de extrañeza general en una zona que ha pasado en poco tiempo –apenas 15 años– a ser una de las más cotizadas de Londres. También afloran críticas por reducir la cantidad de viviendas “asequibles” para poder garantizar los beneficios de la operación. Sabiendo todo eso, es necesario reconocer el músculo del diseño británico tanto en los edificios construidos como en los espacios públicos diseñados.