MIKEL SOTO
gastroteka

Marie Kondo

La primera vez que oí hablar sobre Marie Kondo y su filosofía para ordenar fue hace un par de años. Me interesaron sus ideas hasta donde las entendí y, sin conocer la letra en profundidad, he de reconocer que me gustó la música. Conociéndome a mí y a mi entorno, no como un evangelio a seguir, es decir, no con la fe y el rigor de archimandrita de algunos marxistianistas de misa y comunión diaria que pretenden, sin contexto histórico o social, aplicar a golpe de tuit y sermón ideas a medio entender y estrategias grupusculares.

Esa “jauría de ignorantes”, decía Federico Krutwig, que se distinguen por «una actitud chabacana y chusmacera, consistente toda ella en hacer una demagogia fácil (...) y lo que es más extraordinario, todo ello en nombre del marxismo». Es decir, que, al igual que Krutwig estudió e integró, por ejemplo, las partes del maoísmo que le parecieron pertinentes y positivas para Euskal Herria, hay que acercarse a las teorías de la japonesa Marie Kondo con un espíritu abierto y respetando siempre el que, según el padre de una amiga, es el artículo 1º: «Conocer al personal». Honestamente, me ha sorprendido el furor que está causando este ángel buenrollero nipón desde que Netflix ha estrenado un programa en el que te enseña cómo puedes ordenar tu casa. Tras la primera actuación de Lola Flores en Nueva York, una genial crítica del “Times” dijo de ella que «ni canta ni baila, pero no se la pierdan» y creo que algo parecido se puede decir de Marie Kondo: «Ni ordena ni obliga, pero no se la pierdan».

Como ocurre con cualquier fenómeno popular, su éxito ha traído el habitual vertido de vinagre, normalmente basado en el desconocimiento, la reductio ad absurdum y una pose crítica de palo que me enerva. Que en el Estado español se trate de ridiculizar a alguien por recomendar, por ejemplo, no tener más de treinta libros en casa en un país sin planes de lectura y con una pasión por los libros tan exacerbada que mantiene a su príncipe de la poesía en una cuneta de Granada es, cuando menos, esperpéntico. El gran ejemplo de demagogia que supone dirigirse a una propuesta cuya base es aprender a ser más felices con menos para espetarle «a dónde va después esa cantidad ingente de desperdicios es algo de lo que no se ocupa Marie Kondo», es lamentable. Kondo nos plantea una forma radicalmente distinta de relacionarnos con nuestras posesiones, en mi opinión más sostenible, menos neurótica y menos capitalista.

Podría decirse que la base de su propuesta es: sostén cada objeto y elige aquellos que te hagan feliz. ¿A qué viene esta digresión en la sección de Gastronomía? A que nuestras cocinas suelen ser vórtices poblados de naufragios de vajilla, promesas de yogurtera, dispares familias de cubiertos, cementerios de proyectos de pastelería, caleidoscopios de vasos. Cocinar es o puede y debe ser un acto profundamente emocional y satisfactorio, y deberíamos hacerlo con los objetos que nos hagan felices. Así pues, tirad todos esos cacharros que sabéis que no vais a usar, y sostened los que necesitéis y os alegren la cocina y la vida.