IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Por mi libertad

De cuántas cosas dependemos para obrar libremente? Sin entrar en la discusión filosófica sobre la libertad, sí existe cierta sensación de autonomía, de madurez, cuando hacemos no solo lo que queremos profundamente, sino también lo que tiene sentido íntimo en relación con quienes creemos y sentimos que somos.

Muchos condicionantes limitan nuestras acciones a lo largo de la vida; algunos de ellos son inapelables y nos afectan a todos: principalmente los que genera el entorno en el que nos ha tocado vivir, nuestras limitaciones físicas o nuestra salud; otros afectan solo a algunos colectivos y aunque el entorno no los imponga, pertenecer a ellos nos dificulta llevar a cabo nuestras aspiraciones, y los demás nos devuelven esa limitación por razones morales, culturales o de prejuicio; y otros condicionantes afectan a los individuos dentro de sus cabezas, como son las creencias que nos hablan de nosotros mismos y nos predisponen a unos resultados u otros.

Si estos tres tipos de condicionantes son férreos, están profundamente enraizados en una sociedad o en una mente, los individuos ni siquiera somos capaces de entresacarlos del fondo, pasan desapercibidos como la polución en el ambiente; pero cuando nos hacemos conscientes, algunos de ellos pueden pasar de imperativos a alternativas, lo cual abre una vía a la libertad de elegir cómo continuar con la vida, aunque no sepamos cómo hacerlo exactamente o no tengamos fuerza aún.

Sea como fuere, hay una porción de nuestra libertad personal íntimamente ligada a la idea y la asunción de quiénes somos, en función de la cual “podemos” –entrecomillo porque usamos este verbo con distintos significados– hacer unas cosas u otras; y tiene tal poder nuestra definición que realmente nos hace capaces o incapaces de por vida. Algunos roles mantienen a las personas sometidas o enfadadas a lo largo de los años, más allá de una razón que pueda argumentarse día a día a medida que pasa el tiempo, en lugar de permanecer como un evento que pasó en un momento determinado de nuestra historia y que no tiene por qué seguir teniendo poder sobre nosotros hoy.

Defender quiénes somos hoy, de una forma actualizada en cuanto a nuestros recursos, potencialidades, aspiraciones y también limitaciones y vulnerabilidades ahora, también es una manera de defender la libertad de todos. Si yo construyo mi identidad en torno a aspectos parciales, externos (y pocos), es mucho más fácil que alguien desde fuera pueda arrebatarnos no solo la libertad de movimiento y elección, sino también nuestra identidad, dejándonos a merced. Erich Fromm, un famoso psicoanalista, hablaba en su tiempo de cómo identificarse con las posesiones era un acto de alto riesgo, ya que, si por alguna razón las perdíamos, él decía «dejamos de ser».

Del mismo modo, hoy, cuando construimos nuestra identidad principalmente en torno a un aspecto dominante, como una idea, una pertenencia, un número de seguidores en los tiempos que corren, y algo cambia en ello –incluso la íntima sensación de estar cambiando de opinión–, nuestra libertad de maniobra se verá limitada y nuestra tendencia a la confusión será mucho mayor, ya que el pilar fundamental de nuestro “ser”, se habrá derrumbado. ¿Por qué es necesaria la formación en artes, filosofía, letras, ciencias, tecnología…? ¿Por qué es tan necesario viajar o imaginar? Quizá no solo por “tener” experiencias que acumular y compartir, no solo por “enriquecerse”, sino también para construirnos y ser más libres si algo cambia drásticamente a nuestro alrededor, y la vida cambia constantemente. E incluso, en un mundo cada vez más empeñado en la especialización, y por tanto en estrechar la identidad, también para que el miedo que nos llega a diario no se apodere de nosotros haciendo que nuestra libertad de inventarnos quede secuestrada. Quizá la libertad no siempre nos la quiten los otros, quizá una parte de ella ya la habíamos entregado.