IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

¿Cómo vamos de estrés?

Cuando echamos un vistazo a los datos de la epidemia de estrés que vivimos en esta parte del mundo, es interesante darle una vuelta a los datos para después sacar las conclusiones pertinentes. En un informe presentado por unos laboratorios farmacéuticos y avalado por la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés, y difundido por el Consejo de Colegios de Psicólogos, el año pasado nueve de cada diez personas evaluadas en el estudio declaraban haber sufrido estrés en algún momento y cuatro de cada diez, hacerlo regularmente.

Si se mira desde una perspectiva evolutiva y en cuanto a la ocupación, los que más lo sufren son los estudiantes, les siguen quienes buscan su primer trabajo, y después los empleados, finalmente los que menos lo padecen son los que trabajan en el hogar y los jubilados. De esto se deriva otro dato de la investigación: el grupo de edad que más lo sufre son los menores de 45 años. También tener hijos parece afectar al estrés sostenido, aumentando además en función del número de hijos. En cuanto a las causas alegadas por todos los que adolecen de estrés están: el exceso de actividad o la falta de tiempo, los problemas para descansar y dormir adecuadamente, y en general aspectos de la vida cotidiana; eventos que en sí mismos retroalimentan el proceso de estrés, es decir, descansar mal es una fuente de estrés para el cuerpo y por tanto para la mente, y al mismo tiempo es el efecto de estar estresados.

Si nos fijamos en factores más concretos que lo provocan en términos generales, este estudio señala la enfermedad propia o la de un familiar como los que más preocupan y, entre los que provocan que el estrés sea sostenido, son los problemas laborales los que se llevan la palma.

También nos estresa la tecnología, y entre los 18 y los 34 casi el 30% dice que «no poder desconectar» mantiene la tensión. El resultado de todo esto en cuanto a síntomas se resume en sentir y actuar la irritabilidad, la ansiedad, el insomnio, los dolores de cabeza y musculares y la fatiga, por ese orden. Y estos síntomas mantenidos tienen consecuencias más graves en más de la mitad de los individuos del estudio, al haber derivado en enfermedad física o en depresión.

En la parte final de la cadena, esto les lleva al médico de cabecera 19 veces más que el resto de usuarios de servicios de salud y, una vez allí, la mayor parte de las ocasiones reciben antidepresivos y ansiolíticos como tratamiento. Este informe termina afirmando que la atención psicológica y el cambio en los hábitos de vida aportan mejores resultados que los tratamientos basados en medicamentos.

Con todo esto cabe pensar en el estrés como una de las mayores afecciones mentales y físicas que nos provoca estar en contacto con el ambiente. Es un “malestar de interacción”, por llamarlo de alguna manera, y no el fruto de una mala gestión individual de la vida. En otras palabras, cuando nos relacionamos con otras personas en nuestros entornos vitales, estamos formando parte de su “medio ambiente”, con nuestras maneras, nuestra indiferencia, exigencias, acercamientos o cuidados y, por tanto, aportamos presión o despresurización a la vivencia del otro de su propio entorno.

Y, curiosamente, al igual que sucede con los síntomas circulares del estrés, que son causa y efecto al mismo tiempo del propio estrés (por así decirlo, nos alarmamos a nosotros mismos con nuestras propias reacciones al entorno), también ofrecer al mundo una cara más amable es un incitador a vivirnos más amablemente.

Podemos ser nuestro propio tratamiento, tanto personal como social, una vez que nos demos cuenta de que todas las interacciones con los demás no solo les está haciendo la vida más fácil o más difícil a ellos, sino que también estamos activando la circularidad del estrés dentro de nosotros mismos. El estrés es circular, tiene retroceso, y contagioso, pero el cuidado también.