Amaia Ereñaga
diez objetos y lugares para una vanguardia

La marca Bauhaus

Su influencia se ve en la arquitectura de nuestras ciudades, en los muebles de Ikea que decoran nuestras casas o en un simple smarphone. Es centenaria, aunque tiene los atributos que se le suponen a la juventud: pensamiento libre, rupturista y de vanguardia. Hablamos de la Bauhaus, la escuela de arte y diseño fundada en Weimar (Alemania) en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial, en un tiempo convulso donde eclosionó como un movimiento artístico convertido en un referente internacional en arquitectura, arte y diseño. La Bauhaus ha sido sacralizada, criticada, idealizada... y su centenario, celebrado a lo grande, trae cola y provoca preguntas, porque ¿fue tan progresista y radical como se nos vende? ¿Y si lo fue, se ha «domado» su legado?

Pongámonos en situación: estamos en la Alemania de la República de Weimar, ha acabado la Gran Guerra y, el 12 de abril de 1919, el arquitecto Walter Gropius funda en la ciudad de Weimar una escuela en la que se fusionan las Bellas Artes con los estudios de Artes y Oficios. La bautiza Bauhaus (de la unión de Bau o construcción y Haus o casa) y en ella los estudiantes recibirán una formación multidisciplinar, porque Gropius está convencido de que a través de la reforma de la enseñanza de las artes se logrará la transformación de la sociedad burguesa.

Aquel centro de artesanía, diseño, arte y arquitectura se convirtió en la escuela más famosa del siglo XX. Resulta llamativo que un proyecto todavía incipiente consiguiera que artistas ya famosos, como Paul Klee, Oskar Schlemmer o Wassily Kandinsky, se involucraran como profesores. Solo de pensar que astros del arte actual aceptasen ir a una ciudad de provincias a dar clases, y juntos además, da la risa y da también una idea de lo que supuso la Bauhaus en sus escasos catorce años de vida. La falta de apoyo del Gobierno condenó a la institución a una existencia nómada, con tres sedes –Weimar en 1919, Dessau, en 1925 y Berlín en 1932, en vísperas de su cierre–, hasta que el nazismo le privó del oxígeno para vivir, porque veía en ella un elemento subversivo debido al alto compromiso de izquierda de sus integrantes. El exilio forzoso de gran parte de ellos en la Segunda Guerra Mundial y después la Guerra Fría, con la sede de Berlín en la parte occidental y las otras dos en la RAD, le dieron la puntilla, aunque con los años “reapareciera” como universidad. Con el tiempo, ese “estilo Bauhaus” se ha convertido en el producto cultural más exportable de Alemania. Precisamente la celebración por todo lo alto de su centenario ha provocado un amplio debate en los medios alemanes, porque hoy en día, incluso aquellos que hablan sobre el Bauhaus, rara vez saben por qué luchó y por qué se mantuvo unida. Aún más, no está claro qué lectura podría tener para el siglo XXI. Estos días la revista “Die Zeit” ha recordado el concierto de la banda ultraderechista de punk Feine Sahne Fischfilet programado el pasado año en el campus Bauhaus de Dessau, feudo del partido fascista AfD, y que la Fundación Bauhaus tuvo que suspender debido a las protestas. En un comunicado, esta alegó que es «apolítica» y que quiere distanciarse de «todo extremismo político, sea de derechas, de izquierdas u otros». Una declaración que no suscribirían sus fundadores.

1.-Haus am Horn. Así llamada por el lugar donde está ubicada –el monte Horn, en Weimar–, esta casa en realidad es un experimento. Construida en 1922 para la exposición de presentación de la Bauhaus, fue diseñada por su profesor más joven, el pintor Georg Muche (1895-1987), aunque en su construcción y el interiorismo colaboraron todos los talleres y gran parte del alumnado. En 1996, fue declarada Patrimonio de la Humanidad como parte del conjunto “La Bauhaus y sus sitios en Weimar”. Muche diseñó un hogar para una familia joven de tres a cuatro personas que podía prescindir del servicio de limpieza, y en el que la mujer debería ser relevada de las tareas domésticas con materiales de fácil cuidado y tecnología moderna. Era la perfecta wohn-maschine o máquina para vivir. El edificio –una casa sencilla, cúbica y blanca– también se usó como campo de experimentación para probar nuevos materiales y tecnologías.

 

2.-Tetera Marianne Brant modelo MT49. Realizada con láminas de latón plateado, con el pico colocado ingeniosamente para evitar el goteo y concebida como una unión de formas sencillas –pensadas así para su fabricación industrial–, la tetera de Marianne Brant (1893-1983) es uno de los objetos más icónicos de la Bauhaus. Es también solo uno de los muchos heredados de esta mujer que se coló en un mundo de hombres. Marianne Brant (nacida Lieben) iba para pintora hasta que ingresó en la Bauhaus en 1923. La escuela, en aquella época de entreguerras, fue la primera en admitir a mujeres, aunque las pocas que entraban eran encauzadas hacia los talleres textiles o cerámicos. Esta pionera fue la primera en aprender y trabajar en el taller del metal, donde tuvo como maestro al húngaro László Moholy-Nagy, a quien sustituyó en 1928. Que una mujer liderara un taller no fue del agrado de ciertos miembros de la Bauhaus y las presiones harían que no durara mucho tiempo en el cargo. En su paso por la institución, diseñó algunos de sus objetos más conocidos, como el modelo Kandem 702, un flexo copiado y reproducido mil veces. Cuando se habla de la Bauhaus siempre se citan nombres masculinos, pero también hubo grandes mujeres como Brandt, quien está reconocida como una figura destacada en la historia del diseño moderno.

 

3.- Silla Wassily. Esta silla baja, diseñada en 1926 por el húngaro Marcel Breuer (1902-1981), fue considerada revolucionaria tanto por el material empleado como por su forma de producción: ¿Tubos de acero y cuero curvos en una silla de oficina? Lo nunca visto. Hay que tener en cuenta que en aquella época trabajar con acero era complicado y llevarlo al ámbito del mobiliario, aún más. Por cierto, Breuer se había inspirado en el manillar de su bicicleta Alder. Inicialmente llamada Modelo B3, esta silla no fue diseñada para el pintor ruso Vassily Kandinsky, profesor también en la Bauhaus, como se cree habitualmente; la cuestión es que en los años 60 se le cambió el nombre por razones de marketing: Kandinsky era más famoso. De origen judío, con la llegada del nazismo Breuer tuvo que exiliarse a Estados Unidos, donde adoptó un nuevo lenguaje arquitectónico, el brutalismo, que destaca por el uso preferente del hormigón y de formas pesadas. Entre sus obras principales destaca el Whitney Museum of Art de Nueva York. Otras sillas famosas son la Brno Chair, que sustituye las cuatro patas por una única barra en forma de C que soporta todo el asiento, y la Barcelona Chair, diseñadas ambas por Mies van der Rohe, entonces director de la escuela, y Lilly Reich.

 

4.- Lámpara MT8. Esta simple lámpara esférica blanca que reposa sobre un cilindro y una base de vidrio es un ejemplo perfecto de las líneas elegantes y limpias que hicieron famosa a esta corriente artística. Creada en 1924 por Wilhelm Wagenfeld (1900-1990), esta obra maestra se ha establecido en numerosas oficinas, incluida la del propio Gropius en Weimar, el bastión de la Bauhaus. Los críticos a menudo han mostrado lo contradictorio que resulta que un movimiento que buscaba la pureza se haya convertido en símbolo de elitismo. Las copias más sencillas de la lámpara Wagenfeld valen más de 400 euros.

 

5.- Cuna Baby Cradle. El trabajo de Wassily Kandinsky fue la raíz de donde salió la cuna concebida por el arquitecto alemán Peter Keler (1898-1982), quien la diseñó en 1923 inspirándose en el libro sobre la teoría del color del maestro de la abstracción; en concreto, en el uso de los colores primarios. La base presenta un cuerpo de bloques de color en rojo y amarillo, con un balancín circular azul, una policromía que tiene la marca de la “casa Bauhaus”, y también está compuesta por formas simples como triángulos y rectángulos. Más que como cuna, se usa como revistero.

 

6.- Tejido pictórico. Con la llegada de los nazis, muchos bauhausers tuvieron que emigrar a los Estados Unidos. Entre ellos se encontraba el matrimonio formado por Josef (1888-1976) y Anni Albers (nacida Annieliese Fleischmann, 1899-1994): él, un famoso artista y profesor; ella, una tejedora eclipsada por la reputación de su marido. Se instalaron en Carolina del Norte, donde fueron contratados como profesores de una escuela libre recién creada que se convertiría en referente de la modernidad norteamericana, el Black Mountain College. Ahora que en 2019 varias exposiciones internacionales reivindican a las compañeras de los grandes creadores del siglo XX, figuras olvidadas que no tuvieron el estatus pasivo que la historia oficial les otorgó, no estaría mal recordarla a ella. Berlinesa, refinada y culta, Anni había sido encauzada hacia los talleres más “femeninos” de la escuela, pero de esa exclusión hizo su arma y se dedicó a dar rango de arte al tejido, experimentando con materiales –celofán, cobre, hierba...– y colores, evocando visiones espirituales o paisajes imaginarios. Anni acuñó el término “tejido pictórico” para los tapices que hacía a mano en el telar.

 

7.- Manilla Door Knob. Diseñada por Walter Gropius (1883-1969) en 1923 para el edificio Bauhaus de Dessau, este picaporte de puerta simple y funcional y de estilo industrial, tiene un mango cilíndrico y un vástago cuadrado, y es posiblemente el producto más vendido de los surgidos en esta escuela. Actualmente German Tecnoline es la única firma que produce en exclusiva la reproducción autorizada de los diseños icónicos de los fundadores de la escuela Bauhaus.

 

8.- Tel Aviv. La dimensión arquitectónica es, sin duda, lo más emblemático de este movimiento. Ejemplo de ello es, por ejemplo, la sede de Naciones Unidos en Nueva York, con sus líneas puras, o Tel Aviv, porque ninguna ciudad en el mundo tiene una colección tan extensa de edificios de este estilo como la israelí, hasta el punto de que la llamada Ciudad Blanca tiene la designación de Patrimonio Cultural de la Humanidad de la Unesco por ese motivo. Diseñados a partir de la década de 1930 por arquitectos judíos alemanes huidos de la Alemania nazi al entonces protectorado británico de Palestina, estos barrios forman parte del primer plan urbanístico encargado, a su vez, por el primer alcalde de la ciudad, que había sido fundada en 1909 con el asentamiento de una comunidad judía en la zona. Los más de 4.000 edificios que componen las zonas residenciales de Tel Aviv utilizan menos vidrio que sus predecesores alemanes y se benefician de los balcones para capturar la brisa del Mediterráneo y luchar contra el calor. Los tejados a dos aguas son sustituidos por terrazas planas y en ellos priman las reglas básicas de la Bauhaus; es decir, el carácter funcional y el uso de materiales baratos para propiciar la construcción rápida y masiva.

 

9.- Club Náutico de Donostia. Pues sí en los años 20 y 30, la Bauhaus influyó poderosamente en el urbanismo vasco. En el origen está el viaje de formación que Gropius realizó al Estado español (1907-1908) atraído por la tradición de las escuelas taller y su artesanía cerámica, y que concluiría más tarde con su conferencia “Funktionelle Baukunst” (Arquitectura funcional) dictada en castellano en Madrid, Bilbo y Donostia (1930) y Barcelona (1932). En Bilbo, por ejemplo, en diciembre de 1931, la Junta de Viviendas Municipales del Ayuntamiento, presidida por el arquitecto Tomás Bilbao, convocó el concurso de viviendas municipales de Solokoetxe II, en cuyas bases se recogieron ideas de diferentes profesionales, principalmente las que Gropius pronunció en su conferencia. En Donostia también se pueden encontrar muestras de su influencia, como el edificio del Club Náutico, con su característica estructura de barco varado. Proyectada por José Manuel Aizpurua y Joaquín Labayen, esta edificación situada en Ijentea es uno de los primeros ejemplos existentes en Euskal Herria del racionalismo arquitectónico o estilo internacional. Tiene también su historia, porque sus autores, involucrados entonces en las vanguardias, fueron dos declarados falangistas. De hecho, Aizpurua fue fusilado por los milicianos en 1936 en Ondarreta. Otro ejemplo es La Equitativa, edificio situado en la entrada al barrio de Gros. Y una curiosidad: los maestros de la escuela también viajaron por aquí buscando inspiración, como Kandinsky y Klee, quienes estuvieron más de un mes de vacaciones en la costa vasca en 1929, con visita a Iruñea incluida, el mismo verano en que Josef y Anni Albers recalaron en Donostia.

 

10.- Casa Farnsworth. Construida entre 1945 y 1951 en Illinois, fue diseñada por Ludwig Mies van der Rohe (1886-1969) como segunda vivienda para la doctora Edith Farnsworth. Esta casa está situada en un prado, rodeada de árboles frente al río Fox en Plano (Illinois) y es, junto al edificio de oficinas Seagram Builing de Nueva York –un rascacielos de vidrio ahumado y aluminio–, una de las obras más emblemáticas de este arquitecto que hizo del “Menos es más” su máxima. Der Rohe era ya un arquitecto famoso cuando tuvo que exiliarse: era el último director de la Bauhaus y, cuando llegó a EEUU, fue nombrado director de la escuela de arquitectura de Chicago. Junto con sus coetáneos Walter Gropius, Le Corbusier y Frank Lloyd Wright está considerado como uno de los mayores arquitectos del siglo XX... aunque hay quien no es de la misma opinión, como es el caso de Tom Wolfe, el escritor y “padre” del llamado Nuevo Periodismo, quien les puso de vuelta y media en “¿Quién teme al Bauhaus feroz?” (1982). El libro es un análisis de la cultura americana centrado en las repercusiones de la llegada de los miembros de la Bauhaus a su país, un movimiento convertido en un mito y que Wolfe ridiculiza con su venenosa y divertida pluma. Porque, ¿no es una paradoja en sí que quienes querían acabar con la arquitectura burguesa impusieran en EEUU, la Babilonia del capitalismo, una arquitectura fría y abstracta que prohíbe el lujo y hasta el optimismo?