IKER FIDALGO ALDAY
PANORAMIKA

Plástico

Muchos son los lenguajes y las disciplinas del arte contemporáneo y la fisicidad de la creación artística sigue siendo una de las características que lo define. El objeto, la creación de estructuras o piezas con corporeidad propia, como contenedores de materia poética que albergan la capacidad de comunicarse con el público asistente. Esta necesidad de lo tangible fue superada por las propuestas conceptuales, audiovisuales, de cuerpo, las instalaciones e incluso por el arte ligado a internet. Pero aún así, lo plástico sigue soportando una carga indiscutible en el presente de la creación artística.

Por más que existan prácticas curatoriales que disuelvan la necesidad de lo espacial, la composición del discurso en sala sigue estando centrado en la disposición de elementos bidimensionales o tridimensionales. Gran mérito de esta situación descansa sobre la educación que el propio sistema del arte proporciona. El público acostumbrado al museo de arte contemporáneo o a la galería privada, entiende que entra en un local en cuyo interior se disponen elementos que ocupan un espacio concreto. Un recorrido que visitar, una experiencia visual y física al mismo tiempo y una lectura de elementos que guían, carteles, texto, hoja de sala.

Por tanto, lo que sí se puede afirmar con seguridad es que la producción de arte se engarza en lo formal y en lo matérico, pues este es su terreno primigenio y uno de los lugares comunes más visitados por todas las partes implicadas.

La artista madrileña Cristina Gutiérrez-Meurs (Madrid, 1966) abre el programa expositivo Barriek 2019 en el Gabinete Abstracto de la Sala Rekalde de Bilbo. Gutiérrez-Meurs obtuvo en el año 2005 la beca para producción de proyectos artísticos impulsada por la Diputación Foral de Bizkaia y forma parte de la selección de artistas que el propio programa ha realizado para este año.

“Trapos sucios” es una instalación que se extiende hasta el 10 de marzo, cuyo elemento central y protagonista es una estructura de la que cuelgan un gran número de corbatas que quedan a una altura capaz de invadir el espacio vital de cualquiera que se sitúe debajo. En cada una de ellas, un hilo negro y de gran grosor aparece bordando un nombre sobre la superficie sedosa de las corbatas. El hilo cuelga hasta formar una maraña, como un goteo oscuro e infinito que surge de las prendas. Cada nombre representa una persona. Cada persona es una mujer víctima de la violencia de género. La instalación se completa con una serie ilustraciones en torno a la violencia contra las mujeres conjugando collage y dibujo de línea. Si bien los códigos utilizados en la pieza parecen pecar de sencillez o incluso trasladarnos a resoluciones plásticas muchas veces vistas, su presencia es lo suficientemente fuerte como para interpelar de manera frontal y honesta cualquier mirada que se le acerque.

El Espacio Marzana de Bilbo presenta hasta el 1 de marzo la exposición de Pedro Salaberri (Iruñea, 1947). El veterano pintor propone una colección de piezas centradas en la representación de un paisaje próximo y conocido por el propio autor. La aparentemente fácil resolución de las pinturas proporciona una ingenuidad a cada lienzo que les permite agarrarse a una frescura palpable desde el primer momento. Los colores planos nos colocan, por el tiempo en el que vivimos, en un lenguaje de lo digital mientras la superposición de los mismos como recreación de profundidad nos brinda una experiencia estética de fácil acceso. La rutina del paseante, la convivencia con el entorno y su incidencia en la conformación identitaria y el arraigo, son conceptos que subyacen tras nuestro encuentro con la muestra de Salaberri.