Zahida Membrado
radiografía de la ola xenófoba

Hungría o la construcción del odio contra el más débil

«¿Está de acuerdo con hacer frente a la baja natalidad con más ayudas a las familias en lugar de recurrir a la inmigración?». Con esta pregunta arranca la Consulta Nacional sobre la Familia lanzada por el Gobierno húngaro para pulsar la opinión de la población sobre cómo revertir el declive demográfico que sufre el país. Una pregunta que encierra la obsesión contra la inmigración del Ejecutivo liderado por el primer ministro de extrema derecha Viktor Orban, quien se presenta como el único capaz de «salvar» a Hungría de la «invasión de extranjeros que promueve la Unión Europea» con las políticas de asilo de refugiados.

La demonización de la inmigración ha sido el principal elemento de propaganda en las sucesivas campañas electorales de Fidesz, el partido que lidera Orban y que gobierna holgadamente con dos tercios del Parlamento en su poder. Cuando, en 2015, Hungría se vio sorprendida por la crisis de refugiados, con la llegada de migrantes procedentes de la ruta de los Balcanes tocando a su puerta, el Gobierno levantó una valla de cuatro metros de alto y 175 km de largo en la frontera con Serbia, una alambrada que extendió meses más tarde a la frontera con Croacia, y que generó una caída drástica de las peticiones de asilo a Budapest. En la actualidad, la realidad es que Hungría es un país sin inmigrantes, y pese a ello, los extranjeros siguen siendo el blanco de ataque de prácticamente todos los partidos del arco parlamentario. Los mensajes xenófobos han calado tan hondo en la sociedad que ningún partido se atreve a entonar un discurso que no implique mano dura contra el extranjero. Y todo ello, sostenido por un alegato nacionalista ultra que reniega de términos como multiculturalidad y diversidad y sueña con una sociedad 100% europea, blanca y cristiana.

Zsuzsa Mekler, coordinadora del centro Aurora.

«No queremos aumentar la natalidad con extranjeros». La ministra de la Familia, Juventud y Asuntos Internacionales, Katlin Nóvak, representa a la perfección este ideal húngaro. Con 41 años y madre de tres hijos, de ella dependen las políticas impulsadas para aumentar la demografía y es ella quien se dirige directamente a los húngaros cuando les pregunta: ¿Queréis más bebés húngaros o queréis más inmigrantes? Recibe a 7K en su amplio despacho oficial, en el centro de Budapest. «Es legítimo impulsar la natalidad con la llegada de extranjeros, como hacen los gobiernos de la Europa Occidental, pero nosotros tenemos derecho a rechazar esta política, y así lo hacemos», arranca. «Estamos ayudando económicamente a las parejas jóvenes que tienen el deseo de tener descendencia, algo que otros países no hacen». Un deseo que en Hungría solo pueden llevar a cabo las parejas heterosexuales, pues las homosexuales tienen prohibido casarse, acceder a la adopción y someterse a terapias de reproducción asistida. Sostiene Katlin Nóvak que «toda familia necesita a un hombre y a una mujer, y solo a un hombre y a una mujer», apoyándose en la tradición judeocristiana y en la biología. «No es algo que nosotros nos inventemos, es simplemente biología. Tan simple como eso, y siempre ha sido así». Demografía y odio al extranjero van de la mano en Hungría. El Gobierno ha sabido comunicar a la perfección el miedo a que «decenas de millones de africanos» lleguen a Europa buscando una vida mejor. «Si les dejamos entrar, nuestra cultura e identidad europeas se verán gravemente modificadas», sentencia.

Cruzada del Gobierno húngaro contra Soros. Esta llegada masiva de extranjeros a Europa cuenta, según el Gobierno, con la ayuda inestimable del controvertido magnate judío de origen húngaro George Soros. El multimillonario canaliza a través de la Open Society Foundations (OSF) fondos a numerosas ONGs de todo el mundo involucradas en diversas causas sociales. En Hungría, la OSF ha ayudado a decenas de organizaciones a llevar a cabo distintas labores sociales como la asistencia y ayuda a los migrantes durante el proceso de petición de asilo. Una afrenta en toda regla a la política antimigratoria de Viktor Orban, quien ha iniciado una cruzada sin parangón contra la actividad de George Soros. En junio del año pasado, los esfuerzos por frenar toda interferencia de Soros en Hungría llegaron a su cénit con la aprobación en el Parlamento de la ley “Stop-Soros”, de efectos devastadores para el tejido civil húngaro. Por medio de esta ley, hoy resulta ilegal asistir a las personas sin permiso de residencia o estatus de refugiado, ya que se incurre en una nueva categoría de delito: Promoción y apoyo a la inmigración ilegal.

Previamente a su aprobación, el Ejecutivo hizo pública una lista de doscientos «mercenarios financiados por George Soros» y que incluyó a Amnistía Internacional, organizaciones de derechos humanos y de investigación contra la corrupción política, periodistas y profesores. La caza de brujas terminó con un aumento de la carga impositiva sobre las donaciones procedentes del extranjero destinadas a dichas organizaciones, y en especial las canalizadas desde EEUU a través de la OSF.

«Si Soros quiere interferir en la vida pública de Hungría que concurra a las elecciones. Lo que no puede hacer es inmiscuirse en los asuntos de nuestro país desde el exterior, financiando a organizaciones que promueven la inmigración ilegal», recalca Nóvak. Durante los meses de campaña anti-Soros, Hungría se llenó de vallas publicitarias en las que podía verse al magnate abrazando a extranjeros por la espalda e invitándoles a venir a Europa. La utilización de su figura para cargar contra la inmigración llegó hasta tal punto que la televisión pública emitió un espacio propagandístico de dibujos animados que mostraba al millonario estadounidense inundando Hungría desde el cielo con miles de inmigrantes en caída libre.

Katalin Novák, ministra de Familia, Juventud y Asuntos Internacionales, posa en su despacho. Ella es quien ha lanzado la pregunta: ¿Queréis más bebés húngaros o queréis más inmigrantes?

 

La xenofobia, en todos los estratos de la sociedad húngara. Desde la OSF, uno de sus máximos responsables en Hungría, que prefiere no ser identificado, denuncia cómo la xenofobia ha calado profundamente en la sociedad. Las encuestas sitúan la inmigración entre las principales preocupaciones de la población por delante de la corrupción. Y todo ello, en un país sin inmigrantes. Los mensajes de exaltación identitaria crecen en paralelo a la economía, que aumenta por encima de la media europea, con un crecimiento del PIB del 4,1% en 2018, lo que proporciona un respaldo masivo a Fidesz, la formación que lidera Viktor Orban y con la que accedió en 2018 a su tercer mandato.

El arco político parlamentario húngaro está copado cómodamente por la extrema derecha. Si Fidesz tiene la mayoría absoluta, el principal grupo de la oposición, Jobbik, se sitúa todavía más a la derecha de Fidesz. En cuanto a la izquierda, desde el instituto de análisis político Policy Solutions advierten que está «dividida y fragmentada». Este think tank húngaro apunta que «Orban ha cruzado varias líneas rojas y se ha acercado en los últimos años a políticos xenófobos y euroescépticos como Marine Le Pen, Geert Wilders, o las formaciones AfD y la Liga Norte». En setiembre de 2018, Viktor Orban dio un paso más en su afán de poder y control y creó el mayor imperio mediático de toda Europa, la Fundación de la Prensa y los Medios de la Europa Central (Közép-Európai Sajtó és Média Alapítvány), que aglutina 476 medios de comunicación de corte conservador y de derechas. Este conglomerado mediático monocolor y controlado directamente por el presidente lleva a cuestionarnos «si Hungría ha dejado de ser una democracia para convertirse en una autocracia», señalan desde Policy Solutions. «Son muy pocos los medios independientes que pueden seguir trabajando libremente en Hungría y el alcance de sus informaciones llega a una minoría».

Gergely Dobay, su portavoz. Vive en Eslovaquia y estudia biología.

 

HVIM, la mayor organización neonazi del país. En la sociedad civil, la mayor organización de extrema derecha e ideología neonazi de Hungría se manifestó el pasado 9 de febrero por las calles de Budapest para reclamar el retorno de los territorios que le fueron arrebatados al país tras la Primera Guerra Mundial y la desintegración del Imperio Austrohúngaro, cuando más de cinco millones de húngaros fueron forzados a vivir fuera del nuevo perímetro fronterizo. Gergely Dobay es el portavoz de esta organización, que responde a las siglas de HVIM, y recibe a 7K en una cafetería en Komárom, la ciudad más próxima a la frontera con Eslovaquia. Este joven de 31 años es húngaro, toda su familia es húngara, pero nació y vive en Eslovaquia. Su pertenencia a la minoría húngara en el país vecino forjó en él un sentimiento ultranacionalista que le llevó a los 15 años a unirse a la HVIM.

Gergely es un hombre culto. Estudia un doctorado sobre biología y no oculta sus opiniones. «Somos un movimiento revisionista y nuestro fin es recuperar los territorios perdidos y anexionados a otros países en el siglo pasado. Además, también somos conservadores y estamos en contra de la democracia. No puedo estar de acuerdo con el hecho de que todo el mundo pueda votar. ¿Cómo podemos dejar votar a los gitanos, gente que no paga impuestos y que no tiene ninguna cultura?», lanza. A este rechazo sui generis del sufragio universal se suma su carácter profundamente homófobo y racista.

«No me importa lo que hagan dos gais en la cama, pero lo que no podemos permitir es que se manifiesten cada año con esos trajes de piel y esas bragas de hilo y hagan alarde de su condición sexual», opina con expresión de repugnancia. ¿Y si un buen amigo te confiesa que es homosexual? «Intentaría ayudarle; existen terapias que corrigen esta anomalía». ¿Y si tu hermana inicia una relación con un extranjero? «¿Extranjero de dónde?». De África o Asia. «Es altamente improbable que eso ocurra, pero no lo podría tolerar. No podemos aceptar que Europa se llene de extranjeros y solo aceptaría que se casara con un hombre blanco».

La HVIM la integran una mayoría de hombres y algunas mujeres. Sus tentáculos llegan a varios países de la Europa central con población húngara: Rumanía, Eslovaquia, República Checa y Polonia. Se manifiestan de forma frecuente en estos territorios y son débilmente confrontados por la población contraria a su ideología. Ello se debe a que los movimientos antifascistas son todavía muy marginales en Europa del Este, razón por la cual cuando grupos de extrema derecha como HVIM marchan por el centro de Budapest gritando soflamas xenófobas y homófobas, no encuentran resistencia. Su presencia está normalizada.

Dado que es nuestro interlocutor quien introduce durante la conversación la derrota de Hungría y de la Alemania nazi en la II Guerra Mundial, le pregunto qué piensa de Adolf Hitler. «Fue un político que hizo cosas buenas, pero también cometió algunos errores», sentencia. ¿Errores como el Holocausto, por ejemplo? «No puedo expresar mi opinión sobre el Holocausto porque la élite occidental europea ha convertido en delito cualquier opinión revisionista sobre este episodio del siglo XXI». Y, apelando a la falta de libertad de expresión impuesta por la Europa “democrática”, evidencia su discurso negacionista del genocidio judío, que encierra una total ausencia de empatía con el ser humano. Solo si es blanco, cristiano y heterosexual merece su respeto y el de sus colegas.

Intimidación fascista. Dos horas después de esta entrevista, arranca en el centro Aurora de Budapest un encuentro de estudiantes para debatir cómo combatir a los grupos fascistas desde las distintas minorías sociales. La reunión se produce días después de que miembros de la HVIM arrebataran una bandera arcoíris a un grupo de jóvenes. Los neonazis les han amenazado con presentarse hoy en el centro y reventar la reunión. Justo a la hora que debía comenzar, a las 20.00, la puerta del Aurora está abarrotada de gente protegiendo el local. A tres metros de la entrada principal, cinco neonazis les increpan y amenazan. Desde la acera de enfrente, una decena de policías vigila la escena sin inmutarse. Al cabo de media hora, los agresores se cansan y se van. La policía se queda un rato más por si regresan.

«Es la primera vez que conseguimos que no entren. El año pasado irrumpieron violentamente en una reunión sobre diversidad sexual. Pero esta vez les hemos hecho frente», explica en el bar del Aurora un líder antifascista que prefiere ocultar su nombre. «En Europa del Este existe aún un fuerte sentimiento anticomunista, es por ello que los movimientos de extrema izquierda todavía son minoritarios». A nivel político, no es más optimista. «La izquierda en Hungría no tiene futuro. Está en conversaciones con el partido ultraderechista Jobbik para hacer un frente común de oposición a Fidesz. Todos son racistas y por eso se entienden», afirma. Antes de que los inmigrantes se convirtieran en 2015 en el mayor chivo expiatorio de la ultraderecha húngara, los gitanos ocupaban ese lugar.

El 97% de los jóvenes romaníes no va a la universidad y se les considera ciudadanos de segunda. Paradójicamente, la crisis migratoria y el racismo contra los extranjeros desplazó el foco de rechazo de los gitanos hacia los inmigrantes. Y cuando los inmigrantes desaparecieron de Hungría, el siguiente blanco a atacar fueron las ONG que ayudaban en el pasado a los inmigrantes. «Siempre buscan un enemigo débil al que odiar», sostiene el activista.

Andras Nyirati (derecha), en Pécs. Es el  coordinador de numerosas ONGs y está relacionado con la Open Society Foundations (OSF) del multimillonario estadounidense George Soros.

 

Andras Nyirati, activista incómodo. A 250 kilómetros al sur de Budapest, en la ciudad de Pécs, Andras Nyirati lidera una importante fundación que este año ayudará a más de sesenta organizaciones dedicadas a combatir la pobreza y la desigualdad en toda Hungría. Su conexión con la OSF hizo que meses atrás el ayuntamiento de Pécs hiciera un llamamiento a toda la ciudadanía de la ciudad con propiedades inmobiliarias para que se abstuvieran de alquilarles un local. «Nos quedamos sin sede, en la calle». Pero, para sorpresa de todos, días después del mensaje del consistorio, la gente se enfrentó a las autoridades y se inició una campaña a favor de Nyirati. La ciudadanía se indignó afeando el intento de la administración de influir en decisiones personales. «Un día, una mujer muy mayor nos llamó ofreciéndonos su propiedad en alquiler, que es donde nos encontramos ahora», explica sentado en la nueva sede, recién inaugurada.

La organización que dirige András Nyirati, un hombre con una larga trayectoria como activista y defensor de los derechos humanos, llega a lugares remotos donde la población tiene difícil acceso a la educación. Aldeas de un centenar de habitantes, comunidades gitanas donde los niños son por sistema marginados o familias pobres cuyos hijos nunca pueden realizar ninguna actividad extraescolar. También trabaja con asociaciones que promueven el deporte, el servicio de guardería, la defensa del medio ambiente o el apoyo a la comunidad LGBT: «Tenemos líneas de actuación muy diversas y miles de personas se benefician cada año de la labor de la fundación. Los periodistas del imperio mediático de Orban informan de estas acciones, pero ocultan el nombre de nuestra fundación para silenciar todo lo que tenga que ver con George Soros. Hemos denunciado al ayuntamiento por difamación y hemos perdido el primer juicio. Ahora hemos apelado a una instancia judicial superior. Veremos qué pasa, tenemos confianza. Nos queda mucho por hacer».