IÑIGO GARCÍA ODIAGA
ARQUITECTURA

Nacer fósil

Pocas cosas tienen la potencia que la arquitectura posee para representar los deseos del poder y del dinero de aquel que la construye. Catar es una nación joven en el Golfo Pérsico, una península de arena y petróleo, una lengua rodeada de agua donde el desierto se adentra en el mar. Los cataríes descienden de un pueblo árabe nómada de pastores que se estableció en este desierto marítimo. Algunos se convirtieron en pescadores, otros en recolectores de perlas. Pero la historia del país cambió radicalmente cuando afloraron los tesoros escondidos debajo de la arena y del mar de aquel desierto inhóspito. El dinero del petróleo y el gas supuso una metamorfosis radical del país y sobre todo de su capital, Doha.

Una mirada a las escasas imágenes existentes de esta capital en las décadas de 1950 y 1960, en comparación con las actuales, sirve para comprender cuánto ha cambiado esta parte del mundo. Doha se ha transformado en pocos años, pasando de ser un enclave de pescadores a una gran capital metropolitana. Este proceso de modificación ha prestado una atención desmedida a la arquitectura y ya cuenta con obras como la Biblioteca Nacional de Rem Koolhaas o las esculturas públicas de Damien Hirst. Este hecho verifica que, dejando atrás su pasado de pescadores, los dueños de las energías fósiles del planeta están ya invirtiendo en su reconversión como destino turístico. Una idea de transformación que encuentra además una visibilidad global en la Copa del Mundo de fútbol’2022, que se jugará en Catar por primera vez en invierno y en un país árabe con estadios firmados por Norman Foster o la desaparecida Zaha Hadid.

Dentro de este plan blanqueador del capital extraído del petróleo surge la última obra del arquitecto francés Jean Nouvel. Un edificio que evoca la cristalización de una rosa del desierto, tal vez la formación mineral más típica de la región del Golfo Pérsico. Su forma es altamente escenográfica y quiere enraizar aquella cultura nómada de pescadores de perlas con la historia del lugar y un futuro ligado a la cultura. El proyecto es, en palabras del propio Jean Nouvel, la materialización de lo que Catar es: un lugar de encuentro entre el mar y el desierto.

El proyecto construye a lo largo de sus once galerías el Museo Nacional de Catar, que lleva a los visitantes desde la formación geológica de la península hace millones de años al momento actual del país. Las sinuosas galerías ofrecen un viaje a través de una serie de entornos únicos, que incluyen espacios arquitectónicos, música, poesía, objetos arqueológicos, obras de arte o películas; es decir, una suerte de parque temático cultural.

El museo se sitúa en un lugar que estaba simbólicamente destinado a cumplir este papel: un palacio modesto, noble y simple donde se forjó la dinastía Al Thani, que comenzó la aventura petrolera que cambió la historia del siglo XX. El palacio se encuentra en la entrada sur de la ciudad, la puerta urbana más transitada, ya que también recibe a los visitantes que llegan desde el aeropuerto internacional de Catar.

Un edificio a la altura del petróleo. El Museo Nacional de Catar es la prueba patente de cuán intensa es la energía que el dinero del petróleo y el gas derrocha. Un edificio desmesurado, grandilocuente, en un momento en el que el mundo mira hacia otros horizontes de equilibrio y contención. Por supuesto, será el hogar de los artefactos geológicos y arqueológicos tradicionales; de las tiendas de campaña, las monturas que darán testimonio de la vida nómada ya olvidada; y habrá utensilios de pescadores, botes y redes. Pero, en realidad, todo en este museo trabaja para que el visitante sienta el espectáculo, la sorpresa, en definitiva, el goce del turismo. Su arquitectura y estructura simbolizan, mediante su azarosa forma exterior, las cristalizaciones y formaciones geológicas del desierto, sugiriendo el patrón entrelazado de los pétalos en forma de cuchillas de la rosa del desierto.

La arquitectura se transforma así en un emblema construido. Acero, vidrio y fibra de hormigón levantan un edificio que quiere convertirse en el reclamo de una nueva economía, la turística, y que pretende limpiar tanto la imagen de un país ligado a las catastróficas consecuencias medioambientales del petróleo, como la falta de democracia de los países del Golfo Pérsico. Pero es tal su grandilocuencia, su forzada espectacularidad, que en realidad pone de manifiesto el derroche de dinero que esa economía del petrodólar ha representado siempre. En cierto modo, esa rosa del desierto surge marchita y más que, como una flor que pueda transformar la historia del país, nace fósil, como las energías económicas que la han levantado.