Iraia Oiarzabal
¡El placer femenino importa!

Prohibición o liberación: una batalla histórica

La controversia en torno a la pornografía no es una cuestión nueva. Las voces a favor de su prohibición ya comenzaron a escucharse a finales de los año 70 del siglo pasado, lo que a su vez alimentó un movimiento favorable a la libertad sexual. De aquella batalla surgieron los cimientos de un debate fructífero para repensar la pornografía.

El movimiento Women Against Pornography (mujeres contra la pornografía), surgido en Estados Unidos, fue el primer grupo influyente a la hora de avivar el debate con un discurso antipornografía que cobró fuerza en la década de los 80. Su campaña logró apoyos políticos y financieros, con la marcha celebrada a finales de 1979 en Times Square (New York) bajo el lema “Mujeres contra la pornografía. Detener la violencia contra las mujeres" como principal referencia de sus movilizaciones.

En respuesta a esta corriente, surgió el llamado feminismo prosexo, que defendía la libertad sexual unida a la liberación de las mujeres. El principio básico de esta corriente era luchar contra el modelo de pornografía que consideraban un «control patriarcal de la sexualidad». La pornografía feminista y el postporno del que hablamos hoy comenzó a fraguarse en medio de este intenso debate también conocido como «las guerras sexuales feministas». De hecho, las WAP y las feministas pro-sexo protagonizaron la Conferencia de Barnard en 1982, dando lugar a los llamados debates feministas sobre la sexualidad.

Las feministas pro-sexo comenzaron a desarrollar sus planteamientos y políticas precisamente debido a que las WAP pusieron la pornografía en el centro de la polémica. Incluso llegaron a aliarse con el presidente Ronald Reagan para intentar prohibir la pornografía. No parece que la estrategia de intentar prohibirla fuese acertada dado que las feministas pro-sexo comenzaron a darle la vuelta al debate en torno al sexo y la libertad de las mujeres para decidir sobre sus cuerpos.

Las giras informativas antipornografía en sex shops y teatros pornográficos en Times Square centraron su actividad al principio para después demandar cambios legislativos para prohibir la pornografía. A fines de la década de 1980, el liderazgo de las WAP cambió su enfoque centrándose en la denuncia del tráfico sexual internacional y, finalmente, desapareció a mediados de los años 90 tras una paulatina disminución de su actividad.

Durante su existencia, las posiciones del grupo fueron controvertidas. Grupos en defensa de las libertades civiles se opusieron a las WAP planteando que sus enfoques legislativos equivalían a la censura. Por su parte, las feministas pro-sexo defendían que las campañas contra la pornografía de las WAP estaban mal dirigidas, ya que amenazaban las libertades sexuales y los derechos de libertad de expresión perjudicando a las propias mujeres y a las minorías sexuales.

Así, a partir de este vivo debate entre quienes defienden la prohibición y quienes reivindican la libertad sexual, se crean los mimbres de lo que después será la pornografía feminista. Se trata de una invitación a todas las mujeres a reconsiderar sus ideas sobre la libertad, la sexualidad, la igualdad y el placer. Para ello consideran esencial ser protagonistas y sujetos de decisión también en lo relacionado a la producción pornográfica para cambiar ese modelo profundamente patriarcal que promulga ideales de violencia y desigualdad. Así, es a finales de los años 80 cuando surgen las primeras películas que pueden considerarse pornografía feminista.

Entre las cuestiones a las que se da importancia está la relacionada con las condiciones de trabajo de las actrices y actores. Con el fin declarado de empoderar a público e intérpretes, se pone especial cuidado en la seguridad y el respeto a los derechos de los protagonistas. Recabando información al respecto, nos encontramos con el estudio titulado “Why Become a Pornography Actress?” (¿Por qué hacerse actriz pornográfica?), publicado en 2012 en el International Journal of Sexual Health, sobre las actrices de cine pornográfico y sus razones para dedicarse a esta profesión. Las dos razones principales aducidas fueron el dinero y el sexo. Según algunas mujeres, esta ocupación les permitía ganar dinero de un modo que les dejaba bastante tiempo libre, mientras que otras consideraban que era una forma de explorar su sexualidad con el fin de disfrutar y experimentar placer.

Algunas de las participantes en el estudio también expusieron las dificultades que conlleva su trabajo, muchas de las cuales achacan a la falta de profesionalidad de sus agentes o de los productores de las películas. Advertían, asimismo, de la estigmatización que sufre esta ocupación entre el público.

Otra corriente en la búsqueda de formas para repensar la pornografía surge con el llamado postporno. Se considera que Annie Sprinkle fue su precursora, conocida por su creación y performance dirigidas a fomentar la crítica a esa pornografía mainstream. Una de sus más sonadas performances consiste en una visita al cuello de su útero como forma de parodiar los mitos que han rodeado a los genitales de las mujeres. Los planteamientos de esta corriente son, si se quiere, más radicales en el sentido que plantea una pornografía alternativa que se salga de los márgenes de la industria.

En cualquier caso, todas y cada una de estas expresiones tienen como punto común la invitación a repensar y revolucionar la pornografía para situarla en términos feministas, de igualdad. Una invitación a hablar y debatir, a explorar libremente los cuerpos, el deseo y el placer. Cuatro décadas después probablemente sigan abiertos muchos debates en torno a esta cuestión, que a su vez muestra la diversidad del feminismo y los retos que esta ola, que plantea profundos cambios en nuestras vidas y nuestras mentes, tiene aún por delante. En cualquier caso, son una pista de que es un movimiento vivo.