IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBÉNIZ
ARQUITECTURA

El patito feo de Hokkaido

Takagi Yoshichika es un arquitecto japonés con una producción pequeña, relativamente conocido en Europa por un premio a la arquitectura emergente otorgado hace unos años por la prestigiosa revista “Architectural Review”. Su portfolio es un pequeño catálogo de maneras distintas de afrontar la renovación o ampliación de un espacio de vivienda.

La casa de Furano, en la isla de Hokkaido, es una renovación de una casa de campo, en un entorno netamente agrícola. La casa original fue construida en la década de los 70 y, por ende, no cuenta con la belleza que conferimos al entorno rural, y se puede enclavar más en un entorno industrial (con edificios de chapa, bloques de hormigón, invernadores y tractores), que en una zona idealizada de granjeros con casas antiquísimas. Es, dicho de otro modo, un patito feo.

Su reforma parte de una premisa muy habitual en el entorno rural; la vivienda se queda pequeña para la siguiente generación, y se divide para albergar dos unidades familiares distintas, en este caso dos generaciones distintas. El piso inferior se habilita para los abuelos, mientras que los hijos y los nietos se colocan en los pisos superiores. La estrategia que se usa pasa por introducir un nuevo espacio que, además de proporcionar más metros cuadrados, dignifique el patito feo.

En el caso de Japón, su casa tradicional, la minka, ha sido una referencia para la arquitectura occidental desde su popularización durante la ocupación estadounidense tras la Segunda Guerra Mundial. A los modernos les fascinaba la manera de modular el espacio japonés, ya que la medida tradicional, el ken, tenía el valor de dos esterillas tatami, 90 por 180 centímetros. Ese tipo de referencias vernáculas se han perdido en Occidente (no es extraño ver tratados de arquitectura que modulan con “varas castellanas” una casa), pero en Japón sigue vigente, e incluso en las agencias inmobiliarias crean esquemas de colocación de tatamis para que la gente se haga una idea de cómo de grande es una estancia.

Japón lleva al paroxismo la modulación por una sencilla razón constructiva; al ser una potente zona sísmica, las edificaciones tradicionales niponas huían de los muros de piedra, y utilizaban entramados de madera que, ante las sacudidas laterales y verticales de un terremoto, resisten mejor el vaivén debido a su flexibilidad. Precisamente en el ejemplo de la casa de Yoshichika, la ampliación de la vivienda se realiza sumando un ken a una de las fachadas, aprovechando para crear un espacio doble, casi a modo de invernadero, mediante el cual mantener una conexión entre las dos familias. Este espacio doble se completa con un añadido en forma de balcón, como un comedor para la casa superior.

Las referencias a la arquitectura vernácula son constantes, aunque este no es un proyecto que parezca, a primera vista, una casa rural, no al menos con las gafas europeas. Sin embargo, el edificio utiliza muchas lógicas de viviendas vernáculas. Para empezar, las minka se han elaborado siempre con materiales baratos y disponibles en el mundo agrario. Las estructuras de madera se ataban o bien con trabas labradas de madera –la carpintería tradicional japonesa es de las mejores del mundo–, o bien con cordeles, ya que los remaches de hierro eran costosos. En el diseño de Yoshichika, la madera aparece sin tratar, colocada sobre la antigua estructura de los años 70 mediante placas de acero visto. Tirantes, refuerzos y anclajes aparecen sin ningún disimulo ya que, al final, se trata de una casa de campo.

Una casa deformada. El añadido también plantea una reminiscencia al doma, el espacio anterior de la casa –que es donde colocamos los tatami para entrar descalzos– hecho tradicionalmente con tierra prensada. En este caso, el doma es la parte ganada, que se queda como un espacio a medio camino entre el dentro y el fuera.

Por último, en la minka rural tradicional (llamada nouka) de Hokkaido, la techumbre era de paja apilada, formando un puntiagudo tejado con el que salvar las heladas de la isla. Durante los años 60 y 70, esta forma fue transformada para crear un espacio bajo cubierta, haciendo que la cumbre del tejado se desplazara y creando casas “deformadas”. Estos tejados se han convertido en elementos habituales en el agro de Hokkaido, aunque se ven con los ojos de una “traición” a la tradición a favor de un aumento en los metros construidos. Yoshichika plantea que esta casa “deformada” no es un elemento de vergüenza, y potencia esa imagen, haciendo que el añadido a la casa refuerce esa deformación.