IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Esa vocecita crítica

En esta temporada extraña, si hay alguien con quien vamos a pasar los días es, con nosotros mismos, con nosotras mismas. Y en tiempos de incertidumbre, la “relación” con nosotros mismos es algo a tener en cuenta. Quizá suene extraño, pero muy habitualmente las personas tenemos diálogos internamente y, en particular, cuando tratamos de resolver situaciones nuevas que nos estresan, nos cansan o nos asustan.

La capacidad de metapensamiento es propia de los seres humanos, y pensar en lo que estamos pensando o poder observar la manera en que lo estamos haciendo, nos permite identificar precisamente esa “voz interior”. Lejos de místicas o alucinaciones patológicas, esa voz representa una parte de nosotros que se pone al mando en situaciones de emergencia.

En otros momentos la hemos oído en momentos de incertidumbre, con una cierta amenaza potencial a nuestra vulnerabilidad. En ocasiones, constituye una fuente de fuerza, guía e incluso compañía. Sin embargo, en otras ocasiones esta adquiere un tono más censor y, o bien antes o después del evento, nos oímos precavernos por algo que va a suceder inevitablemente, o después del mismo nos sermoneamos por lo que “ha vuelto a pasar”. Esta figura mental se presenta como una autoridad, una voz omnisciente y casi omnipotente que nos dirige –porque nosotros, espontáneamente, no tenemos “potencia”–.

Lo paradójico es que, lejos de sentirnos respaldados, cuando la escuchamos así nos sentimos ajenos, objeto de su observación y juicio, y menos. Entonces, esa voz no nos ayuda. En esos momentos, usa frases totalitarias, pero no siempre ajustadas a la realidad, ofreciéndonos más creencias sobre nosotros, los demás o la vida, y menos hechos, si bien, usa estos para justificar sus mensajes. Se sirve de lo que pasa para recordarnos esos mensajes antiguos que en otros tiempos hemos pensado sobre nosotros.

En cierto modo, si podemos distanciarnos un poco de ella, si no nos invade, podemos darnos cuenta de que está usando probablemente conclusiones de otras épocas, unas que tenían algún sentido en aquel momento; y también nos propone soluciones o prevenciones de otra época.

Normalmente esto sucede cuando sentimos que está en juego nuestra vulnerabilidad. De hecho, como una madre o un padre severos, tratan de ser muy firmes para evitar “el peligro”. Paradójicamente, en muchos casos, el peligro de sentirse abandonados, despreciados, o solos. Así que, para evitarlo nos sometemos a las guías que esa voz parece conocer mejor que nosotros (y sabemos que todas las voces son “Yo” aunque notemos cierta distancia), aunque el resultado se suele parecer a lo que tratamos de evitar, solo que, tomando la iniciativa de evitarlo, nos ahorramos el impacto, el susto de no ver venir la decepción o el abandono. Algo así como “no me echas, me voy”, o “si yo no te gusto, tú a mí tampoco”; en cualquier caso, actuando así no cubrimos nuestras necesidades aunque mantengamos algo más de poder.

De lo que nos cuesta percatarnos es de la necesidad de actualizar a esa voz. Como irrumpe tan intensamente, es como si no tuviéramos tiempo de responderle, de pensar o de sentir cosas distintas basadas en las evidencias que tengo hoy, algo como “ya te escucho, pero yo hoy ya no soy así” o “si me rechazan hoy puedo encontrar lo que necesito en otro sitio”, “que entonces no pudiera o no supiera no significa que hoy sepa, pero puedo encontrar las maneras de saber y los apoyos que necesite”.

Recordemos que esa voz tiene una historia, y nuestra relación interna con ella también, que tendremos que agradecerle cuando nos ha sido útil, pero quizá hoy ya no estamos tan desvalidos como para confiarle el resultado de todo lo que sea potencialmente amenazante o incierto. Eso sí, si asumimos el mando, también las responsabilidades serán nuestras.