Iñaki Egaña
HISTORIA DE LA REIVINDICACIÓN OBRERA

Los primitivos Primeros de Mayo en Euskal Herria

Manifestación en Eibar en los años 30. (Fotografía: Centro de la Memoria Historica. Salamanca)

No hay una jornada internacional de tanto seguimiento planetario, desde 1890, como la del Primero de Mayo, día de la clase trabajadora. Una fecha que desde 1910 ha tenido el 8 de marzo, día mundial de la mujer trabajadora, a babor si la comunidad asalariada hubiera navegado en una barca, y que desde 1975 se convirtió en Día Internacional de la Mujer. El Primero de Mayo fue el icono proletario, la visibilización de las luchas y reivindicaciones del conjunto de la clase obrera, hombres y mujeres, a lo largo y ancho de los cinco continentes. También, y desde aquel año tan lejano de 1890, en Euskal Herria.

Entre Manchester y Liverpool, en apenas un reducido espacio, surgió una industria que revolvería el destino de la humanidad. Fue una revolución textil con una sombra alargada hacia otros sectores, que suscitaría una de las páginas más lóbregas del género humano. Jornadas de más de 16 horas, condiciones de trabajo infrahumanas, explotación infantil… Dickens y Victor Hugo tuvieron el temple literario de trasladarlas al papel. Marx, Engels, Proudhon el político. Millones de obreros anónimos fueron el impulso popular.

A medida que la esclavitud se fue aboliendo, la carga explotadora recayó en una clase emergente, hasta entonces fundamentalmente agrícola. Las condiciones de los esclavos se traspasaron a los nuevos proletarios. En Chicago (EEUU), las protestas por las condiciones de trabajo tuvieron un certero mensaje en el año 1886. Jornada de 8 horas, en la mayoría de los casos la mitad de lo que trabajaban cada día. Huelga general, decenas de miles de manifestantes y represión policial, con juicios posteriores a los convocantes y cinco sentencias a muerte.

Los ejecutados (uno se suicidó previamente) fueron conocidos como los “Mártires de Haymarket”. Tres años más tarde, en 1889, una recién creada Internacional Socialista (la segunda), decidió que al año siguiente habría que recuperar la memoria de los trabajadores fallecidos de Chicago. Haciéndose eco de su reivindicación de la jornada de ocho horas, armó un llamamiento para el Primero de Mayo de 1890. Un llamamiento convocado por las delegaciones de los veinte estados que asistieron al congreso.

En Euskal Herria, el movimiento obrero estaba focalizado en su casi totalidad en las minas de los montes de Triano, en el valle de Somorrostro y, en particular, en las de Zugaztieta, Reineta, Burtzako y Gallarta. También en los hornos de Barakaldo y Sestao. Durante años, Zugaztieta fue el centro organizado. Bilbo, el escaparate al que trasladar las protestas.

Imagen tomada en la localidad vizcaína de Pobeña, cerca del año 1900. En la misma se observa a dos mujeres picando material en las minas. (Fotografía: Ayuntamiento de Muskiz. Fondo Macc Lennan)

 

El Primero de Mayo en Euskal Herria se celebró en los centros obreros mineros, aunque con tres días de retraso. Y ese retraso podía haber originado un relato propio porque, si fueron cuatro los llamados “Mártires de Haymarket”, en la mina de Gallarta, un cartucho que explotó precisamente el 1 de mayo de ese 1890, se llevó la vida de seis jóvenes trabajadores: Domingo Arana y Segundo Ruiz, de Aramaio; Domingo Lurinaga, de Zeanuri; Isidro Abasolo, de Eskoriatza; Maximino Fernández y un sexto del que ni siquiera se conocía su apellido. Su nombre era Zacarías. El más joven, Abasolo, de 18 años. Podríamos haberlos conocido, en esa fecha tan señalada, como los “Mártires de Gallarta”.

Esta novel celebración del Primero de Mayo tuvo un desarrollo inesperado, porque sirvió como detonante de una huelga que comenzó con destellos salteados e inconexos y fue creciendo y encendiendo el alma colectiva de los mineros, que vivían en barracones, que cobraban en vales de intercambio, que no tenían asistencia médica, que eran explotados en jornadas interminables y que tenían una esperanza de vida que no alcanzaba los 27 años. El detonante había sido el despido de cinco trabajadores de la mina de La Orconera, por su implicación en la organización de los actos del Primero de Mayo y la solidaridad de sus compañeros para que fueran readmitidos.

La creciente movilización asustó a la patronal vizcaina que ordenó detener a los líderes obreros, entre ellos a Facundo Perezagua, y llamó al Ejército y en concreto a un anciano ya general José María Loma, natural de Gesaltza Añana, al que trataban como héroe libertador en la Segunda Guerra Carlista. Loma medió, pero reconoció la inhumanidad de las condiciones de los mineros (llegó a decir que los cerdos vivían mejor). Amenazó con retirar a sus tropas, lo que provocó la derrota coyuntural de la patronal. Aquella huelga victoriosa de 1890, derivada del Primero de Mayo, fue un hito mayúsculo en la historia y en la épica de Euskal Herria.

El recorrido de la huelga minera provocó un contraataque de los enemigos de clase en las décadas siguientes. La primera cuestión fue la referida al control de las manifestaciones. Durante años, las minas de Triano y Bilbo fueron plazas tomadas exhaustivamente por la Guardia Civil y, sobre todo, por el Ejército que, a través del cuartel de Garellano y de otras unidades llegadas incluso desde África, patrullaron por las calles.

La segunda se refirió a los símbolos. La victoria de los huelguistas de 1890 y la expansión por todo el mundo del Primero de Mayo como emblema proletario, llevó a la élite política vizcaina a hacer cuatro celebraciones simultáneas, en los tres primeros días del mes, con el objeto de superponerlas mediáticamente a la celebración obrera: “La independencia de España”, de 1808 contra las tropas napoleónicas, la guerra del Callao entre España y Perú (con una plaza en Madrid en su nombre), el levantamiento del sitio de Bilbo durante la Segunda Guerra Carlista, y la festividad de la Santa Cruz. Aunque 130 años después puedan parecer celebraciones secundarias, entonces concitaban el centro de la apuesta política institucional vasca. El Primero de Mayo quedaba relegado a unos pocos párrafos, mientras que el resto llenaba portadas y contenidos.

Los actos, por lo general, tenían una doble vertiente. Por la mañana se celebraba un mitin en Zugaztieta, con la presencia de varios líderes mineros. Y, por la tarde, entre las tres y las tres y media, se celebraba un acto masivo en la Plaza de Toros de Vista Alegre, con los mismos oradores, seguido de una manifestación posterior. En alguna ocasión las fuerzas policiales-militares superaron el millar de agentes, tantos como manifestantes.

Las pancartas aludían a los gremios o a las federaciones socialistas, embriones del PSOE, con un lema mayoritariamente repetido a lo largo de los años: “Jornada laboral de 8 horas”. Algún lema se salía de la norma como el que apuntaba a “Ocho horas de trabajo, ocho de descanso y otras ocho de educación”.

Primero de Mayo de 1931. (Fotografía: Archivo Municipal de Gasteiz)

 

La mayoría de los mineros “bajaban” de Zugaztieta a Bilbo a pie, en romería, acompañados de acordeones. Solían llevar un lazo rojo en la solapa de su chaqueta. Tras los discursos de los oradores, los presentes cantaban “La Marsellesa”, himno revolucionario que también se convirtió en el oficial del Estado francés. En 1893 se interpretó, por vez primera y por parte de la banda de música Santa Cecilia, el Himno del Primero de Mayo, recién compuesto por el anarquista italiano Pietro Gori sobre la música de la ópera “Nabucco”, de Verdi: “Despertad, oh falanges de esclavos de los sucios talleres y minas; los del campo, los de las marinas, tregua, tregua al eterno sudor”. Desde 1910, se cantó asimismo “La Internacional”.

También en 1893 dos de los oradores, Esteban Salsamendi y José Salaverri, efectuaron sus discursos íntegramente en euskara. Un acontecimiento que demostraba que no todos los mineros eran migrantes. En 1896, después del mitin correspondiente, unos jóvenes asaltaron la tienda de Zugaztieta y la desvalijaron de alimentos. Uno de los empleados mató a un asaltante, de 22 años. La Policía ocultó su nombre.

De entre los oradores y líderes políticos sobresalió la figura de Facundo Perezagua, uno de los personajes más influyentes y carismáticos en la historia de Euskal Herria. Su grandeza política no se corresponde con el legado que ha dejado en la crónica vasca de los últimos siglos. Quizás por esa costumbre exclusivamente suya de ser azote de los periodistas que trabajaban en su mayoría para medios conservadores. Los llamaba “cagatintas”. Una de sus frases más sentidas, la lanzaba al comienzo de sus mítines, cuando estaban rodeados por la Guardia Civil. «No somos criminales, somos trabajadores a quienes explotan».

La Guerra de Cuba, que comenzó en 1895, distorsionó la vida política y económica del país, que vio cómo sus jóvenes eran enviados al otro lado del Atlántico. Las minas sufrieron un retroceso. El general Valeriano Weyler, capitán general de la zona vasca en la Segunda carlistada, fue el encargado de, según sus palabras, «acabar con el separatismo isleño». Su actividad en Cuba fue considerada precursora de la de los campos de exterminio nazis.

Durante estos primeros años, las capitales vascas, con la excepción de Baiona, conocieron también el despliegue de sus manifestantes que reivindicaban unidad obrera, ocho horas de límite diario y mejora en sus condiciones. En la capital labortana, los hornos de Bokale favorecieron la creación de la primera célula socialista y las concentraciones del Primero de Mayo, pero ya en la primera década del siglo XX, al igual que entre los zapateros de Maule. En 1892, Nicolás Bernardino Luqin, que había dado el mitin del Primero de Mayo en Iruñea, apareció muerto esa noche en el Arga. Nunca se esclareció el hecho, pero sus compañeros apuntaron a un crimen de motivación política.

La escisión en la Internacional entre las corrientes socialista y comunista provocó también una disgregación en la organización del Primero de Mayo. Una separación que en el Estado ya se había dado previamente entre socialistas y anarquistas, sin apenas repercusión en Euskal Herria por la escasa influencia, en aquellos años, de las ideas libertarias. En general, los socialistas celebraron el Primero de Mayo con sus manifestaciones callejeras y actos en lugares cerrados, mientras que los comunistas vieron sus peticiones sancionadas sistemáticamente por los gobernadores que les prohibieron todo tipo de actos callejeros.

Portada de la publicación «Erri»., del Partido Comunista de Euzkadi. Facundo Perezagua en la revista «Vida Socialista». A la derecha, grupo de Dinamiteros Vascos en 1934 (Fotografía: Biblioteca Nacional de España - Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca - Fondo Juantxo Egaña)

Lo paradójico de la separación fue que, durante la Segunda República, los gobernadores republicanos siguieron prohibiendo a los comunistas manifestarse, encerrando sus actos en teatros, donde Dolores Ibarruri fue la oradora central. Las banderas rojas fueron consideradas ilegales y el Partido Comunista adoptó para los Primeros de Mayo una nueva estrategia: colgarlas de los cables de alta tensión. Iniciativa que ETA copiaría en la década de 1960 con ikurriñas.

En 1930, a la salida de la celebración del Primero de Mayo en el cine de los Campos Elíseos de Bilbo, las fuerzas policiales a caballo embistieron contra los manifestantes comunistas, disparando balas de fuego e hiriendo a decenas de personas, de las que 25 fueron hospitalizadas. La obsesión con los sectores comunistas fue tal que, al año siguiente, los guardias de asalto cargaron contra una multitud que acababa de escuchar el concierto semanal en el Arenal. El gobernador se excusó, alegando la tensión en la que vivían sus fuerzas policiales.

El sindicato abertzale SOV (Solidaridad de Trabajadores Vascos) creado en 1911, tuvo un recorrido limitado en las celebraciones del Primero de Mayo. En sus publicaciones apenas le dieron espacio a la jornada reivindicativa durante sus primeros años de vida, destinados principalmente a socializar su mensaje y lograr una afiliación sostenible. En el congreso que celebraron en 1933 en Gasteiz, decidieron el cambio de nombre, que ha llegado hasta nuestros días: ELA-STV (Eusko Langileen Alkartasuna).

Sin embargo, aún con la denominación primitiva, ya hicieron una apuesta definitiva el año anterior, 1932, por el Primero de Mayo. Se trató de una concentración nacional en el castillo de Butroe, en la localidad vizcaina de Gatika. Decenas de autobuses llevaron a sus afiliados hasta el castillo, donde el acto fue una mezcla de romería y mitin sindical. Desde entonces, no dejaron de celebrar la jornada.

Antes de la Guerra Civil y la posterior prohibición de las celebraciones obreras en el Estado español, el último Primero de Mayo fue el de 1936. En Bilbo, Facundo Perezagua, que había fallecido el año anterior, fue rehabilitado por el alcalde republicano Ernesto Ercoreca y el acto oficial municipal fue oficiado por el secretario del Partido Comunista, el donostiarra Juan Astigarrabia. Incluso el gobernador civil –cómo cambiaban los tiempos– fue aplaudido cuando la manifestación pasó por su sede. En Donostia y Baiona fue también una jornada festiva.

Pero los vientos de guerra eran ya cercanos. En Oñati dispararon a un “rojo” desde el Círculo carlista. La Guardia Civil no se anduvo con contemplaciones y detuvo a 47 socios carlistas. En Araba, el detenido fue Luis Martínez Hidalgo, alcalde conservador de Bastida, y sospechoso de haber herido de bala a un vecino. Fue puesto en libertad al día siguiente. Los hechos más violentos se produjeron en Nafarroa. En Atarrabia, Kaseda y Los Arcos, donde derechistas atacaron a los manifestantes. Y los más graves en Kaseda, ya que a los detenidos se les ocuparon varios cartuchos de dinamita dispuestos para provocar una masacre.