Angelika Jakob, Fotografía: Nuria López Torres
Hágase la luz

Solar Mamas, la Universidad de los Descalzos

La ONG india Barefoot College –la Universidad de los descalzos– lleva más de 48 años formando y empoderando a mujeres pobres de zonas rurales, primero de la India y después procedentes de otros países para convertirlas en ingenieras solares que puedan fabricar placas y lámparas solares que, al mismo tiempo, iluminen sus vidas.

El indio Sanjit Bunker Roy se instaló en Tilonia. Sus habitantes no entendían por qué alguien elegía para vivir un pueblo donde solo había zarzas, cabras y pobreza, y una pequeña montaña desde la que seguir con la imaginación la línea recta que traza la vía férrea Ajmer-Jaipur a través de la llanura descolorida. El tren, que lleva a la capital de Rajastán, pasa silbando junto a charcos en los que dormitan búfalos y campesinas que parecen manchas multicolores envueltas en la brillante luz polvorienta.

Y entonces apareció aquel hombre joven llegado de una de las grandes ciudades, con formación, dinero y oportunidades, y se instaló a las afueras de la localidad, en el sanatorio para tuberculosos, un lugar abandonado y algo lúgubre. Puso un colchón en el suelo y empezó a perforar pozos. Estaba claro que era de buena familia, pero se relacionaba con las castas más bajas. ¿Habría hecho algo malo?

Un encuentro con esperanzas de futuro. Bhagwat Nandan, un joven maestro de la zona, fue a ver quién era aquel tipo tan extravagante. Ahora Nadan tiene 65 años, está sentado en el suelo de su amplia oficina en el antiguo sanatorio, va vestido de blanco y tiene un aire casi místico. Es el responsable de la formación de las nuevas ingenieras solares de Barefoot College, actividad que ha hecho merecedor al instituto del máximo reconocimiento internacional. «Por aquel entonces, Sanjit tenía una perforadora. Iba por los pueblos abriendo pozos e instalando bombas manuales para los intocables que no podían utilizar las fuentes de agua de las castas superiores», recuerda. «Yo enseñaba en mi pueblo geografía, hindi, matemáticas…, lo que había aprendido en mis diez años de colegio, y ganaba un par de rupias por ello. Sentí una gran curiosidad, así que me fui allí con la bici. Me quedé y organizamos una pequeña escuela».

El señor Sanjit Bunker Roy, sentado con las piernas cruzadas y los pies descalzos en su pequeño despacho de Tilonia, sonríe mientras comenta: «No tenía ni idea de a dónde nos iba a lleva todo esto, simplemente quería ayudar a pequeña escala. Pero cada vez llegaba más gente de los pueblos. Al principio se mostraban algo desconfiados. Enseguida me di cuenta de que cada uno de ellos sabía hacer bien algo específico. Arrendamos el sanatorio por una rupia al mes y en 1972 fundamos el Barefoot College, una escuela de pobres para pobres. Era una idea bastante estrafalaria a la que casi nadie prestó atención. Personas sin formación dando clase a otras personas sin formación».

Una formación básica para mejorar. Lo que pusieron en marcha en Tilonia hace 48 años ha tenido repercusiones hasta el día de hoy en la vida de unos tres millones de personas de 77 países del sur del mundo, que han recibido aquí una formación básica, mejorando de ese modo su vida. La idea más sorprendente: mujeres de todas partes aprenden en Tilonia a ensamblar lámparas con batería y a cargarlas con energía solar. Así han llevado la luz a sus pueblos natales, a unos 500.000 hogares hasta la fecha. Es una historia de éxito tan clara que algunos observadores consideran este proyecto como un modelo para la cooperación al desarrollo de las próximas décadas.

«En los pueblos de Rajastán castigados por la sequía no solo faltan pozos», explica Bunker Roy, «sino también electricidad, educación, asistencia médica, derechos… Estas gentes sencillas han sido olvidadas. Empezamos a resolver estos problemas a pequeña escala con las personas que venían hasta nosotros. No necesitábamos a los expertos instruidos de las ciudades». La idea de que las estructuras y los donativos monetarios decretados desde arriba debilitan la propia iniciativa de los receptores y refuerzan su dependencia ha empezado a imponerse hace poco en las políticas de desarrollo. Sin embargo, a comienzos de los años 70, Roy ya tenía muy claro que en realidad cada persona puede cuidar de sí misma: «Encuentran caminos sorprendentes para sobrevivir».

En la carretera de arena que va del pueblo de Tilonia a los pastos, junto a la bomba de agua, está el acceso al nuevo campus, edificios de una y dos plantas diseminados entre banianos, moringas y árboles de neem. Aquí viven los empleados y sus familias, los huéspedes, los estudiantes y a veces el propio Roy. Este oasis verde, en medio de la llanura repleta de matorral espinoso, es obra de Haruman, un sencillo campesino.

«Inmundicia asilvestrada», refunfuña. «Aquí también la había por todas partes. Nadie podía creer que en el terreno que Roy había comprado para el nuevo campus pudiera crecer otra cosa que estas matas de espinos. Pero él confiaba en la pericia campesina». Hauman señala satisfecho los plantones de su vivero. «Con ellos crearemos jardines llenos de sombra».

Si un jardinero es capaz de conseguir verdes fuentes de sombra en el desierto, ¿por qué las gentes de este lugar no iban a aprender a manejar también la tecnología solar? Cerca de 1.200 millones de personas viven sin electricidad en todo el mundo, solo en la India suman un total de 300 millones. El Barefoot College trata de llevar a las cabañas, al menos, la luz. «Empezó en 1984 como un proyecto muy pequeño», recuerda Bhagwat Nandan. «Yo no tenía electricidad, como muchos otros, pero conseguí un panel solar con el que podía alimentar dos lámparas de poca potencia. Luego empleamos ese sistema en una escuela nocturna para niñas. Después llegó un encargo del Gobierno para equipar a más escuelas. Los maestros tenían que encargarse del mantenimiento de esas pequeñas instalaciones. Y así es como surgió el taller solar para instruirlos. Pero con los hombres había problemas. No trabajaban cuando regresaban a sus pueblos. Así que decidimos formar solo a mujeres».

Empezar desde cero. “¡Screwdriver!” exclama Manna, la instructora, mientras levanta un destornillador. “¡Screwdriver!”, responden cuarenta mujeres al unísono. Estas ingenieras solares en ciernes aprenden los nombres de 23 herramientas al comenzar sus seis meses de formación. Luego le toca el turno a los componentes que se necesitan para construir una lámpara solar. Finalmente, tienen que calcular valores de resistencias. Para ello salen a la gran pizarra y apuntan los valores correctos delante de las demás mujeres. Alguna de las alumnas jamás ha escrito una palabra y la mayoría de ellas nunca han hablado delante de tanta gente. Con un sistema sencillo de repetición y mucha práctica, se acaban haciendo con el procedimiento sin ningún problema. Una vez concluida su formación, estas mujeres regresarán a sus pueblos natales provistas de luz y de confianza en sí mismas.

El curso termina hoy para Theresa, Maijaimu, Anjai, Luntholu y Marina. Estas cinco mujeres procedentes de remotas aldeas de Nagaland, en el interior del noreste de la India, ya pueden ensamblar y reparar lámparas e instalar paneles solares. El mismo día que estas terminan su formación dentro del grupo destinado a mujeres indias, llega un grupo de 40 mujeres de trece países diferentes (Senegal, Mauritania, Botswana, Siria, México, Madagascar, Somalia, Kiribati, Mali, Togo, Micronesia, Myanmar y Cabo Verde) para iniciar un curso de seis meses. Estas mujeres de lenguas y culturas tan diferentes convivirán durante medio año con un mismo objetivo; llevar luz a sus vidas, mejorar sus condiciones de vida y las de su comunidad, a la vez que todo este aprendizaje y experiencia las fortalecerá y empoderará. Regresarán a sus pueblos y aldeas como ingenieras solares donde podrán formar a otras mujeres, y de esta forma generar un efecto en cadena.

Aminata Diallo viene de Senegal y habla de la sequía que amenaza sus cosechas y de la instalación de riego en la que le gustaría invertir su salario como ingeniera solar. Kingeline, de Madagascar, necesita tener luz para las noches para aprender a leer. Amina, de Siria, quiere emplear su sueldo solar en enviar a sus hijos a la escuela superior.

Una gran empresa ha donado el material y ha cubierto los gastos del viaje de las alumnas. Ahora bien, esta tecnología no es totalmente gratuita, de lo contrario las instalaciones y el trabajo de las ingenieras solares se valoraría menos, así que la comunidad fija un precio para la energía solar. Equivale a lo que tenía que pagar hasta ahora una familia por velas y queroseno.

Agua, luz, trabajo, derechos, educación, salud, igualdad: la mayoría de las organizaciones se centran en un único problema. Pero en Barefoot College los diversos proyectos de ayuda se han desarrollado de forma tan orgánica como el huerto de Hanuman. En 1988 Bunker Roy comenzó el experimento educativo junto a Bhagwat Nandan: desde entonces más de 7.000 niños han terminado con éxito la escuela en Barefoot College; hay guarderías y escuelas nocturnas para los que tienen que trabajar durante el día, internados para aquellos que se han marchado de casa o que han sido maltratados y, por supuesto, formación para futuros maestros. Bunker ha creado incluso un parlamento infantil en el que los alumnos pueden practicar la convivencia en democracia. En el hospital del campus pasan consulta dentistas, médicos, un patólogo y comadronas que no cuentan con una formación clásica. Incluyen asistentes sanitarios para los pueblos que han quedado fuera de la red de atención médica. También han puesto en funcionamiento un taller que fabrica cocinas solares dirigido por tres mujeres indias. Las cocinas son sumamente prácticas y ecológicas. Las mujeres de las zonas rurales no necesitan caminar kilómetros para ir a buscar leña para cocinar y, de esta forma, se evita la deforestación del entorno. Los artesanos de la zona también tienen su espacio en uno de los campus de Barefoot College, donde talleres de carpintería, telares, papel maché y costura, entre otros, elaboran productos artesanales que se venden en Tilonia y parte de la India.

Uno de los talleres hace unas llamativas marionetas que se utilizan en un proyecto educativo y que, a través de una pequeña compañía de títeres, recorre escuelas, pueblos y lugares de la región sensibilizando a la población sobre temas relacionados con la ecología y la importancia de tener agua de calidad, en una zona del país donde la escasez del agua y el acceso a ella es un gran problema. Desde Barefoot College se lleva a cabo un control mensual sobre la calidad del agua de los diferentes pozos y fuentes de una gran parte de la región. Una pequeña estación de radio emite todas las tardes un programa desde el campus viejo donde se abordan los diferentes temas en los que trabaja la ONG. Su editora, Aarti, le pone mucho humor para que se haga ameno y entretenido para su audiencia.

Pero los cambios progresan lentamente y hay que ser perseverante. Eso le resultaba muy difícil a Bunker Roy en sus primeros años en el campo. «La paciencia, por ejemplo», sonríe y balancea ligeramente la cabeza, «Lo interminable que resulta todo. No me fue fácil acostumbrarme a eso. Pero hay que dejar que las personas hagan las cosas por sí mismas. Nuestro futuro depende de que la gente corriente pueda solucionar sus problemas de forma autónoma».