IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

A solas con su pasado, acompañados en su futuro

Dos capacidades básicas nos tiran en direcciones opuestas cuando se trata de atravesar una crisis: la capacidad de adaptación y la de establecer patrones. La primera nos prepara para adoptar nuevas posturas, tomando en consideración los hechos que vivimos de una forma adaptativa, es una capacidad creativa, indispensable para surcar nuevos caminos hacia nuevos horizontes. La segunda nos capacita para unir los puntos y asociarlos para obtener una imagen suficientemente estable de nuestro entorno físico o social como para predecir lo que va a suceder en él; somos bastante buenos en ello. De hecho, somos bastante buenos en el empleo de ambas capacidades pero, como ya podemos anticipar, es fácil que entren en conflicto ante la incertidumbre.

Por un lado, intentaremos reconocer esa realidad incierta, por si se parece a algo conocido y podemos reaccionar con recursos que ya conozcamos. Por otro lado, las diferencias que detectamos con respecto a lo conocido nos empujan a inventar una nueva manera de adaptarnos, lo que suele ser un trabajo, a su vez, incierto. Y, a pesar de estar preparados para esa invención, la dificultad que esta comporta suele inclinarnos a tratar de hacer algo muy humano: intentar que las circunstancias externas encajen en nuestra idea inicial, en alguno de esos patrones conocidos a los que nos referíamos. Por ejemplo, tenemos una discusión con nuestra pareja en la que rápidamente interpretamos un mal gesto como una manera de hacer de menos alguna de nuestras ideas o formas de hacer las cosas, entonces, reaccionamos a esta interpretación defensivamente como si fuera así, lo que a su vez provoca nuevos gestos de incomprensión en nuestro interlocutor, lo que prolonga nuestras reacciones en un ciclo de estímulo-respuesta que puede tardar mucho en extinguirse o cambiar.

En este relato que camina al desencuentro y parece conocido y lógico dentro de sus reglas para ambos interlocutores, probablemente también hayan quedado fuera de nuestra interpretación otro grupo de datos que no llegamos a tener en cuenta, por sutiles y por ser algo difícil de tratar. Cuando las reacciones son excesivas para el estímulo, por ejemplo en este caso, si en esa escalada terminamos insultándonos o haciendo una demanda muy superior al gesto inicial –-como «pues ahora te vas a dormir a otro sitio»–, normalmente quiere decir que hay otros asuntos entre nosotros que no estamos queriendo o pudiendo afrontar directamente pero yacen latentes casi a cualquier interacción. Entonces, la mala respuesta o el mal gesto surgen como el chorro de una olla a presión cuando nos apretamos más de la cuenta.

Si ambas partes de la pareja se desbordan con esta facilidad, probablemente el asunto pendiente que tanto les activa emocionalmente haga que no puedan activar esa capacidad creativa para resolver lo que sea que tienen entre manos. Rebajar las hostilidades en ese momento tiene que apoyarse en un “nosotros” previamente construido, es difícil construir el consenso cuando se necesita justo en medio de la crisis si no ha habido antes un hábito de tener en cuenta al otro o de ceder la emoción propia para tratar de entender qué “enciende” al compañero.

Tampoco es posible construir ese consenso sin la certeza de que «sea lo que sea lo afrontaremos juntos». Quizá esta pareja del ejemplo esté esperando un hijo que va a desafiar la vida previa y tiene miedo a perder su identidad, o puede que una enfermedad aparentemente superada de algún familiar aceche en la fantasía de uno de ellos. Y puede que sus antiguos patrones no sepan responder a situaciones nuevas, que haya que co-crear un patrón nuevo ante una situación nueva en la que ambas partes parecen desbordadas. Afrontar la incertidumbre del futuro juntos es, entonces, un descubrimiento que compartir, admitiendo, eso sí, lo que aún no sabemos hacer.