IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

La confusión

Pensar con claridad para poder decidir con claridad y actuar, probablemente pase también por sentir con claridad, con consciencia. Si bien conocemos el funcionamiento del cuerpo y sabemos que sus sistemas están conectados y son interdependientes, la mente nos suele resultar más oscura, intrincada y misteriosa; casi impredecible por inaprehensible. Sin embargo, también en ella hay sistemas interdependientes que se organizan jerárquicamente. Por ejemplo, todos conocemos la experiencia de confusión, una sensación por lo general desagradable que parece poner en pausa la disponibilidad de nuestros recursos para atajar una situación o recorrer mental y lógicamente un problema.

Para tomar decisiones en la vida cotidiana empezamos a plantear en nuestra mente los escenarios posibles y coherentes dada la encrucijada que toque en cada momento. Nos proyectamos a nosotros mismos, a nosotras mismas, en una situación que aún no ha pasado, sobre la que también sentimos. En otras ocasiones hemos hablado de la potencia de la fantasía y aquí viene muy al caso. El poder de nuestra imaginación es tal que terminamos por no diferenciar lo imaginado de lo real. De hecho, nuestra imaginación nos sirve porque nos permite vivir como real por un rato algo que aún no lo es, permitiéndonos sentir lo que sentiríamos si tomáramos este o aquel camino, y reaccionar a tiempo y con cierta seguridad.

Si lo que sentimos es intenso, al igual que si lo estuviéramos viviendo aquí y ahora, nuestra capacidad de pensar se verá comprometida. También lo hará si en ese imaginar tratamos de tomar una decisión mientras intentamos ponernos en la mente de otra persona, en particular si dicha persona es cercana y le influye nuestra decisión. Por ejemplo, sería lógico sentir durante un momento la confusión al planear abandonar inesperadamente una relación importante. Durante ese tiempo, no solo pensamos qué pensarán, sentimos nuestra necesidad de irnos al mismo tiempo que la inquietud imaginada del otro.

Tampoco podríamos reaccionar con tanta certeza y frialdad como lo podemos hacer en el trabajo, si de lo que se trata es de confrontar emocionalmente a un progenitor o a un hijo. Otra situación que genera confusión es cuando unos sienten profundamente a otros, en particular cuando se cumplen las siguientes circunstancias: cuando las relaciones son muy estrechas y asimétricas, hay una parte que inunda a la otra con sus preocupaciones, sus exigencias o críticas y esta relación es aparentemente irrenunciable, la confusión se instala en forma de duda sobre la propia percepción, la valía de los propios deseos o siquiera la capacidad de sobrevivir sin el criterio de la otra persona. En este caso la confusión es profunda porque vivimos una suerte de invasión que nos hace elegir entre nuestro criterio y el de esa persona sin la que no creemos poder sobrevivir –«¿y si lo que yo pienso, siento o hago me deja solo?»–.

También en relaciones estrechas, como la de padres e hijos, estos últimos a menudo perciben lo que los primeros no son capaces de expresar explícitamente pero sin embargo transmiten implícitamente. En relaciones íntimas, en general, se puede llegar a captar las intenciones que el otro no dice tener o incluso niega pero que son sentidas en sus actos, generando una confusión sobre a qué responder, si a lo que nos dicen o a lo que vemos. En resumen, la confusión no simplemente es la falta de un criterio claro, ese es el resultado de un intento de resolver un conflicto interno entre diferentes razones, entre razón y emoción, entre diferentes emociones, o entre pensamientos y sentimientos propios conjugados con los ajenos. En otras palabras, la confusión es indicativo de que hace falta alguna conversación importante con alguien importante.