Iñaki Zaratiegi
De las barricadas parisinas a la soledad bardenera

Pedro Osés, una vida entre pinceles

El navarro XII Salón del Cómic ofrece una doble muestra del veterano creador Pedro Osés: la revisión del álbum de 1984 sobre la Comuna de París y cuadros sobre el clásico “La historia interminable”. Los pinceles que dibujaron el Mayo del 68 o múltiples realidades y fantasías se relajan hoy en luminosas acuarelas.

Fotografía: Idoia Zabaleta I Foku
Fotografía: Idoia Zabaleta I Foku

Contemplando su flaca y despeinada figura en la exposición que protagoniza en el espacio Condestable de su ciudad, el tiempo parece detenido ante Pedro Osés Navaz (Iruñea, 1942). Se inaugura la XII edición del Salón del Cómic de Nafarroa (hasta el 3 de octubre) en la que participa por partida doble. En el noble espacio de la calle Mayor se muestra la actualización de su cómic de 1984 “Los apaches de París”, celebrando el 150º aniversario de la revolución de la Comuna. Y el espacio Civican muestra una selección del cómic inédito sobre el clásico “La historia interminable” del germano Michael Ende, del que también se exhiben filmaciones hasta el día 30 en la muestra colectiva “Escenarios fantásticos” de la Biblioteca de Navarra.

Caminante empedernido, prefiere charlar a pleno sol bajo la estatua de San Francisco y su lobo en la cercana plaza dedicada al animalista de Asís. Repasando su vida y obra, remarca Pedro que primero se dedicó oficialmente a la escultura y que fue la pintora y enseñante Isabel Baquedano (1929-2018), en la Escuela de Arte y Oficios, quien le ayudó al tomar los pinceles.

Los tebeos habían entrado antes en su vida y en la escuela infantil de los Maristas dibujaba espadachines y chicas para sus colegas. La culpa mayor la tuvo la colección de historietas de un amigo de su tío que trabajaba en Distribuidora Navarra de Publicaciones. «Tenía una habitación llena de tebeos raros, difíciles de encontrar: ‘El hombre enmascarado’, ‘Cisco Kid’ del mexicano Salinas, cómics de la también mexicana editorial Novaro como los de Roy Rogers…».

«El encierro», del año pasado.

 

Escuela de Pamplona. Osés se centró en la pintura en plena década de los sesenta cuando los esquemas culturales del franquismo se resquebrajaban y surgían novedades como la llamada Escuela de Pamplona. Un grupo de jóvenes pintores (el propio Pedro, Juan José Aquerreta, Joaquín Resano, Pello Azketa, Periko Salaberri, Mariano Royo, Luis Garrido…) que se movían en el realismo crítico con atrevimientos creativos llegados de allende las fronteras. Contaban con la complicidad de su colega Xabier Morrás, que había vuelto de Londres con ideas avanzadas y dirigía la sala de arte de la Caja de Ahorros en la entonces calle Mártires de la Patria.

En 1965 el Museo de Nafarroa albergó la primera exposición colectiva “Pintores navarros de hoy”. Osés participó con “Vecina al sol”, cuadro pop en blanco y negro. Tras la explosión parisina de Mayo del 68 y «asfixiado por el clima político, social y cultural», viajó a la capital gala en compañía de su colega Aquerreta, «esperando grandes cambios de aquel movimiento». Ambos plasmaron el eco artístico de su escapada en una serie de cuadros sobre las barricadas del Barrio Latino que expusieron en marzo de 1970 en la galería de la CAN. Una comprometida y rompedora manera de entender la pintura pasando al lienzo fotos de las jornadas de la revista “Paris Match”.

Osés insistió en 1971 con “Evocación de Gary Hemming”, muestra sobre el aventurero escalador norteamericano que se había suicidado en 1969, de nuevo sobre fotos tomadas de “Paris Match”. Le quedó grabada su reflexión «vivo habitualmente en el reino de los sueños, pero la montaña me devuelve a la realidad». Participó en correrías locales: decorar el Disco Club 29, primera discoteca iruindarra, en la Calle Navarrería –una noche la Policía los vio manchados de brochazos y acabaron en comisaría sospechosos de realizar pintadas– o el colectivo comiquero “Hamelín”.

Era el momento del gran salto y probó suerte en Madrid donde se relacionó con lo más destacado del realismo (Luis Gordillo, Antonio López, María Moreno, Amalia Avia, …). Pero se asfixió: «Podías entrar en aquel mundo y buscarte la vida como artista, pero vi enseguida que yo era más de pueblo, que necesitaba vivir con el campo y el monte cerca».

Caricatura del expresidente navarro Miguel Sanz muy enfadado.

 

Viva la Comuna. Hubo otra exposición iruindarra «más autobiográfica e introspectiva, con los amigos, crítica social, relación con la montaña…» que duró cuatro días porque estalló una huelga general que paró la ciudad [debió ser la movilización por Motor Ibérica en el verano de 1973].

A finales de década pasó por una etapa social reflejando «aspectos grotescos de nuestra civilización, en decadencia, que me motivaron para desarrollar una serie esperpéntica, pintura social, pero sin drama, caricaturesca» sobre la publicidad, las revistas y el famoseo. Una temática que continuó en los 80 recogiendo el nuevo mundo de los aparatos y juguetes electrónicos, algún personaje musical como Eddie Cochran o «cronistas de la mugre social y política» (John Lydon, de Sex Pistols), el ciclista Poblet, Samuel Beckett o los sanfermines. Un periodo comiquero de colaboración con revistas como “El Víbora”, “Makoki” o “Disco Expres” y con compadres como Resano o Ernesto Murillo “Simónides”. Dibujó también para la publicación del Gobierno de Gasteiz “Habeko Mik” y como ilustrador para Pamiela o Elkar.

Pero el tebeo “Los apaches de París”, publicado en dos partes por Pamiela, con Javier Mina al guion, fue su trabajo más significativo. Un militante cómic sobre la revuelta social de la Comuna parisina. «Fue un momento muy importante, se levantaron en armas y París fue libre durante un tiempo. Pero no se conoce, el nombre le suena a la gente a comuna hippy. Yo lo descubrí en el centenario de 1971, en la revista ‘Triunfo’, y me quedé alucinado: habiendo incluso vivido en París, no tenía ni idea. Pensé que era obligado hacer algo, me lo curré a tope con Javier buscando información, viajamos a París a fotografiar lugares, me tiré casi un año dibujándolo y salió nuestro primer álbum, lo que hoy se llamaría novela gráfica». En el 150º aniversario comunero, el Salón navarro lo recupera con una exposición de láminas y un fanzine (Osés colabora en la junta organizativa de este colectivo que emana seriedad y originalidad comiqueras).

«La civilización puede ser letal» (1995).

 

En el fin de siglo ofició de ilustrador para libros como “Juramento hipocrático” o “El Príncipe”. Trabajó en el mundo de la ilustración para menores y como enseñante y dejó constancia de su amor por la literatura juvenil con las comentadas pinturas sobre “La historia interminable”.

Pasó una etapa más esotérica, lindando con lo espiritual (años después dibujaría al filósofo Jiddu Krishnamurti) y trabajando al aire libre. Con protagonismo en sus cuadros para algún indio americano, animales silvestres o la activista californiana Julia Hill, que vivió 738 días en una secuoya de 1500 años para que no la talaran. Un talante ecologista que se reflejó en motivos como “A esta velocidad nos la vamos a pegar. Abiadura honetan pikutara goaz”.

Espacio de sanación. El nuevo siglo conocería sus coletazos como autor de cuadros de estudio con la inquietante “Madonna de Chernóbil” o trabajos geométricos en torno a los “Círculos en los campos de cereal” que le sirvieron como enseñante para ordenar su «alborotado» mundo mental. Pero sus pinceles se entregaron definitivamente a las acuarelas de paisajes, montañas, árboles, ruinas, pantanos…

Una «reconciliación con la naturaleza, que es el espacio de sanación, donde poder respirar» que se sintetizó en la exposición “Al aire libre / Atari zabalean” de 2018. El fruto de sus excursiones campestres sin prisa ni cámara fotográfica, dibujando sobre el terreno, paseando sobre todo por la Navarra Media, Zaraitzu, Bardena…

Osés repite visitas a lugares como la arruinada Venta del Moro de Eslaba, junto a las viejas piedras de lo que fue ermita. Su amplia colección de acuarelas incluye alguna escapada al Alto Tajo o la playa gerundense de S’Agaró –«una excepción porque la playa de aquí no me atrae nada, siempre hay gente. Busco sitios recónditos y hasta misteriosos y ahí encontré ese espacio con apenas dos personajillos en la roca y me gustó»–.

Podría parecer que ya no hay mensaje, que ha renunciado a la intención primigenia de «contar historias que sirvan para algo, que hagan pensar, que diviertan también». Pero explica que «los lugares tienen su historia, sitios por donde han pasado generaciones dejando una huella que siempre te dice algo. No hay guión cuando transmites eso, pero los elementos, las piedras, te cuentan algo. Esos cabezos y esa torre en las Bardenas con la leyenda del bandido Santxikorrota, los animales, el campo… Esa cueva pirenaica de Ezkaurre donde dicen que coronaron al primer rey navarro. Al pintar esos lugares cuentas de alguna manera lo que allí se ha vivido o imaginado».

Una historia sin final. Independiente, consecuente y alejado del oropel comercial al que renunció tras su fallida escapada madrileña, sigue dibujando el optimismo de los colores más naturales de la vida y confiesa que se ha movido siempre en la precariedad laboral. «Me tuve que dedicar a la enseñanza, sobre todo con críos, que me dieron mucha vitalidad y lecciones de inteligencia. Eso me recuperó económicamente. Después lo fui dejando, viví en pueblos y ahora estoy afincado en Pamplona, en la Milagrosa, un barrio que me gusta».

El año pasado su mirada limpia se nubló y pintó algún deprimente cuadro pandémico. «Es un momento difícil, lo tienen todo a su favor. Pero no hay que quedarse en casa, el encierro fue la peor época de mi vida. Al principio me acojoné y me lo creí, pero después vi que todo era raro y no me creí casi nada. Al margen de conspiraciones, lo tienen todo muy estudiado y yo intento aclararme con lo que está pasando. Y no han ganado, esto no es el final de la historia».

El instinto rebelde y socializante asoma a su animada mirada cuando explica la humilde actividad sociocultural del barrio. «Hay vida, por ejemplo, alrededor de la Biblioteca municipal, gente que ha vuelto. Hablamos mucho y salen cosas: el euskera, cursos de historia... Observo los movimientos socioculturales auto gestionados que surgen y creo que es el camino: trabajar en colectivo para abrir el arte a la sociedad».