FRANCISCA GUAL ORS
ARQUITECTURA

Infancias transformadoras

¿Los centros de enseñanza se diseñan adaptándose a sus usuarios? Los hermanos Landia, del estudio ELE Arkitektura, realizaron cambios en el colegio San Antonio de Durango. Con el rediseño del patio, el claustro y la fachada principal, lograron espacios más apropiados y enriquecedores.

Nueva cubrición parcial translúcida del claustro.
Nueva cubrición parcial translúcida del claustro. (Aitor Estévez)

La infancia, con su perspectiva lúdica y espontánea, puede convertirse en un recurso para transformar el entorno. Su capacidad para reinterpretar lo cotidiano como escenario de exploración se vuelve una herramienta para pensar, desde la arquitectura, contextos más inclusivos, dinámicos y sensibles. Sin embargo, integrar la mirada de niñas y niños no implica reducir los espacios a una estética infantil, sino reconocerlos como agentes sociales y culturales capaces de modificar aquello a su alrededor.

En esta línea, los hermanos Eduardo y Eloi Landia, del estudio ELE Arkitektura, realizaron en 2021 una primera intervención en el colegio San Antonio de Durango. Ante la petición del centro de reconvertir los espacios exteriores, se abordan tres ámbitos de la infraestructura docente existente: el patio, el claustro y la fachada principal. A través del uso de formas geométricas, el proyecto crea una identidad visual coherente que conecta las diferentes zonas, ofreciendo entornos adaptados tanto a la diversión como al aprendizaje.

 

Zonas de juego junto a la medianera del colegio. (Aitor Estévez)

El rediseño del patio se aleja de los esquemas tradicionales, que suelen centrarse en un único deporte hegemónico, relegando otras actividades y a quienes las practican a la periferia. En lugar de porterías o áreas delimitadas, se incorporan zonas de juego en una estructura metálica anexa a la medianera, que define el cerramiento perimetral y acompaña el nuevo acceso principal.

La malla actúa como una piel permeable que envuelve y delimita sin condicionar las relaciones visuales. En el patio cubierto de la parte trasera, se diseña una topografía geométrica de madera que evoca paisajes, fomentando la creatividad y la interacción de los usuarios. Se establece un nuevo tablero de juego, una superficie libre de normas rígidas que deszonifica el espacio, permitiendo que se exploren habilidades sin jerarquías ni estereotipos de género y promoviendo un recreo diverso e inclusivo.

 

En esta imagen y en la de abajo, topografía geométrica de madera en la parte trasera del patio. (Aitor Estévez)

Por otro lado, el claustro se reconfigura para resolver el desnivel existente entre el vaciado y los pasillos perimetrales. Una cubierta translúcida de ETFE lo cubre parcialmente, permitiendo su uso durante todo el año y garantizando la entrada de luz natural. En el plano del suelo, formas circulares dan lugar a zonas de estancia indeterminadas y adaptables a múltiples actividades comunitarias.

La transformación de la fachada principal se centra en simplificar lo existente, eliminando todo aquello innecesario. El alzado original, repleto de intervenciones y de una acumulación de estratos inconexos tras años de modificaciones, es depurado mediante una estrategia contemporánea. En lugar de seguir sumando nuevas capas, se limpia formal y materialmente lo preexistente. El estudio también apuesta por conectar visualmente el interior de la escuela con el espacio público, desdibujando los límites entre ambos y promoviendo la integración del equipamiento con el tejido urbano inmediato.

 

(Aitor Estévez)

En el colegio San Antonio, la arquitectura se pone al servicio de la imaginación, demostrando cómo los más pequeños pueden ser protagonistas en la creación de contextos que potencien su desarrollo integral. El resultado es un entorno en el que todas las formas de entretenimiento tienen igual valor. Se impulsa una manera de hacer que, lejos de reforzar barreras funcionales y sociales tradicionales, prioriza la diversidad.

Esta intervención no solo redefine las superficies de juego, sino que también establece un nuevo modelo basado en el poder transformador de la infancia. El movimiento y la coeducación se consolidan como elementos esenciales para construir escenarios donde niñas y niños no solo sean usuarios, sino también agentes activos de cambio en la configuración de espacios más humanos y enriquecedores.