Periodista / Kazetaria
LITERATURA

El monstruo burocrático

Aunque son diversos -y no todos igual de loables- los caminos que conducen al éxito, este siempre anuncia su llegada a través de un fogonazo. En el caso de esta autora madrileña afincada en Sevilla, fue con su obra “Un amor” cuando obtuvo un notorio reconocimiento público que respaldaba una carrera de indudable interés.

Para su nueva novela enfrenta la siempre difícil tarea, en esta ocasión saldada con ejemplar virtud, de transformar lo anodino en fascinante, un ejercicio especialmente demostrativo cuando hablamos de capacidades narrativas. Y, aunque nada puede haber menos excitante que relatar el rutinario paisaje de una oficina de la Administración Pública, su escritura sobria, pero milimétricamente pulida con inquietante trazo, consigue un absoluto efecto adictivo. Al contrario que en el mítico texto de Mariano José de Larra, “Vuelva usted mañana”, aquí el punto de vista invierte su enfoque para seguir el rastro de quienes se encuentran al otro lado de la ventanilla, o de la línea telefónica.

El microcosmos que significa ese territorio abotargado de formularios, ordenadores y largas horas de contemplación, está protagonizado por una joven que solo es capaz de interpretar esa supuesta oportunidad laboral como una apática -y por momentos amoral- vivencia revelada a través de incómodos descubrimientos. Pese al identificativo lenguaje que caracteriza a este laberinto “kafkiano” de normas y reglas, donde las siglas y los temarios para las oposiciones interactúan con los nocivos chismes, su puesta en escena consigue encapsular a la perfección todos los vicios que acoge la propia sociedad en su conjunto, desde el machismo a la sumisión jerárquica.

Sin obviar el ácido relato tejido sobre el funcionariado, especialmente en lo que concierne a su capacidad para generar un inaccesible cuerpo de innumerables tentáculos que le aleja de su servicio público, mucho más relevante resulta su utilización como ejemplo de toda una cultura empresarial y mercantil que tiene como único destino la deshumanización de todas sus partes. Ni la cháchara complaciente, mutada cuando la ocasión lo requiere en afilada espada moralizante, de quienes ostentan el poder puede distraernos de estar ante un castillo infranqueable donde los individuos se convierten en meros engranajes. Si la cadena de montaje dejaba el rastro de su explotador ritmo en el cuerpo de Chaplin en “Tiempos Modernos”, el silencio administrativo se comporta como un aparente mar en calma que se vale de su tedio para abducirnos.