Mariona Borrull
Periodista, especialista en crítica de cine / Kazetaria, zinema kritikan berezitua
CINE

El trasnoche eterno de la Torre Eiffel

Hijo de Irène Jacob y Jérôme Kircher, el actor Paul Kircher (24 años) ha crecido demasiado rápido. Paul debuta en 2020 con “T’as pécho?”, y dos películas después ya consigue su primera (y muy discutida) Concha de Plata gracias a “Dialogando con la vida” de Christophe Honoré, con Juliette Binoche y Vincent Lacoste. El año siguiente, camina la alfombra roja de Cannes junto a Romain Duris en “El reino animal”, la película consagración de Thomas Cailley (“Les combattants”), y repite apenas un año atrás con “Sus hijos después de ellos”, un melodrama muy pero que muy enfant terrible firmado por los hermanos Boukherma. Esta llegará en mayo a nuestras salas y, en efecto, se siente como una allegada hipermoderna de los Romeos rebeldes y motociclados de los años cincuenta.

Es como si tanto él como su hermano, Sam Kircher, hubieran nacido ya consagrados. De hecho, la primera película de Sam, “El último verano de Catherine Breillat”, es un romance intergeneracional empapado sin remedio del inconfundible olor a moho tras el posicionamiento anti-#MeToo de su directora. La segunda película del Kircher menor, la “Morlaix” de Jaime Rosales, vuelve a ser tozudamente vieja y nouvellevaguiana (libre de serlo, si preferimos verla así…). Ni Paul ni Sam han aparecido nunca en el célebre catálogo de “caras a tener en cuenta” de la revista “Numéro”, aunque Paul sí fue catalogado como “estrella” de la Generación Z en “Harper’s Bazaar”. Mi intuición dice que eso no puede ser bueno. Antes de las estatuas, tienen que venir las ideas e, incluso antes, las preguntas… ¿No?

Resulta sencillo atribuir este descalabro percibido a la vejez inherente del cine francés, tan sólido, extenso y divulgado que todo lo que produce se siente conocido de sobras. También a su endogamia perpetua: Olivier Nakache y Eric Toledano (“Intocable”) me comentaban que la industria preferirá explotar las agendas de Vincent Lindon o Léa Seydoux para asegurarse el éxito en taquilla, antes que apostar por la starlette. Pero incluso ellos -y quién mejor que ellos, autores de “C’est la vie” o “Un año difícil”, para hacer de portavoces del mainstream- citaban como “nuevas caras” del cine galo a nombres ya muy divulgados: Noémie Merlant, Romain Duris, Pio Marmaï, Camille Cottin. Buenas y comerciales, seguro, ¿pero “nuevas”?

Algunos nombres propuestos por la “Número” en sus acteurs et actrices à suivre anuales: de “Sus hijos después de ellos”, destacan al matón antagonista de Paul Kircher, Sayyid El Alami, quien fue descubierto en la miniserie “El caso Oussekine”, de Antoine Chevrollier (“Baron Noir”). O Alice Da Luz, que fue una esposa maltratada en “Mali Twist” y jefa de cocina en “Carême, chef de reyes” (Apple TV+). No les conoces, aún, y lo tienen algo más difícil. No solo por no ser “hijos de”, sino también y especialmente por ser jóvenes racializados.