Periodista / Kazetaria
LITERATURA

Lo que la realidad esconde

La revelación de un secreto, entendido como la aparición sorpresiva de un giro argumental, es un bien demasiado escaso como para sostener de manera exclusiva el mérito artístico de una novela. Dicha argucia, por su propia naturaleza, tiende a evaporarse sin dejar huella más allá del primer impacto.

Una cosa muy distinta es asumir la narración como un ejercicio consistente en descorrer paulatinamente la cortina de una trama que va acumulando en torno a sí elementos inesperados. Dicha característica, llevada a su expresión más extrema, es a la que se encomienda la obra más (re)conocida de este autor quebequés, quien en 1998, quince años antes de su desaparición, concibió con ella uno de esos retos creativos definidos por una desconcertante fascinación.

Iniciado como un tétrico sainete, dado un punto de arranque consistente en la rocambolesca epopeya que para dos jóvenes hermanos supone encontrar un ataúd para su padre fallecido, su despliegue, con destino hacia un cuento de terror, recala por igual entre géneros como el gótico sureño o el relato costumbrista, uno, eso sí, aderezado de bizarro surrealismo. Una versatilidad encauzada e integrada gracias en parte a una particular prosa de trote vivaz que, al ser propiedad de uno de los hijos, acumula y reproduce todos los déficits de este. Incongruencias y vulgarismos léxicos consecuencia -y aquí radica uno de los elementos sustanciales y destacados del libro- del absoluto aislamiento, territorial pero también intelectual, al que han estado sometidos.

Es precisamente la desaparición de su progenitor -y, dada la condición de “reclusos”, también su único mentor- lo que propicia una salida al mundo que significa en paralelo el descubrimiento de una situación particular que paulatinamente atravesará desde la mueca humorística al desconcierto, para desembocar en un desgarrador paisaje. Por eso, al igual que sus protagonistas irán desprendiéndose del velo impuesto, quien se acerque a estas páginas es aconsejable que prescinda de cualquier coraza lógica que estorbe la inmersión desprejuiciada en un texto como este.

Del mismo modo que toda realidad, por muy turbulenta que sea, necesita de herramientas válidas para ser descifrada, su interesada invisibilización igualmente es consecuencia de unos vocablos que pueden tener su origen en textos sagrados o brotados de la maléfica entraña humana. La libertad, aunque suponga reconocer el infierno que nos rodea, también se trata de una cuestión semántica que se conjuga en diccionarios y escritos.