Ibai Azparren
Aktualitateko erredaktorea / Redactor de actualidad
Interview
George Monbiot
Periodista

«La política ha sido capturada por el neoliberalismo y ya no hay posibilidad de elección»

Aumento de la desigualdad, pobreza infantil, deslocalización industrial, retroceso democrático, auge de la extrema derecha... El catálogo de calamidades es extenso y, a simple vista, inconexo. Pero para George Monbiot, todas comparten una raíz común: una ideología muy real que opera como si no existiera. Esa fuerza misteriosa que todo lo invade y nadie nombra -o confunde con «el capitalismo de toda la vida»- tiene nombre: neoliberalismo.

(@ Guy Reece)

En “La doctrina invisible” (Capitan Swing), el periodista, ecologista y azote profesional de ricos y gobiernos tibios George Monbiot se alía con el cineasta Peter Hutchison para rastrear cómo una filosofía marginal de los años treinta fue adoptada por las élites como escudo, armadura y catecismo. Y cómo acabó disfrazada de ley natural: algo tan inevitable como la gravedad, pero mucho más rentable para unos pocos. ¿Cómo una idea tan impopular logró imponerse como sentido común global?

Según Monbiot, la trampa fue perfecta: los ricos se convencieron de que lo eran por méritos propios y los pobres de que su miseria era culpa suya. Si no tienes éxito es porque no te has esforzado. Preguntéselo a Llados, sus burpees motivacionales o los profetas entrepeneurs que crean podcast donde desfilan cripto-gurús y empresarios cuya actividad es tan volátil como sus promesas. En el neoliberalismo más salvaje, la culpa del sistema la asume el individuo y, encima, con sonrisa de coach.

El problema, claro, es que «no hay alternativa», como sentenció Margaret Thatcher. Ella, junto con Reagan, fue una de las mecánicas de este capitalismo turbo alimentado y su legado perdura incluso en la izquierda. «Mi gran logro fue Tony Blair», presumió la Dama de Hierro. Para Monbiot, el ex primer ministro británico y su Tercera Vía -junto con la decepcionante presidencia de Obama- son la prueba de que el neoliberalismo no solo colonizó la política, sino que se metió hasta la cocina de la izquierda. En esta entrevista, Monbiot no ahorra leña: reparte sin mirar a quién y advierte que el neoliberalismo ya no necesita ni fingir amor por la democracia. Trump, Bolsonaro, Orbán e incluso Keir Starmer son síntomas de lo que viene. Y lo que viene, avisa, no pinta nada bien. ¿Habrá alternativa o Thatcher estaba en lo cierto?

Su libro comienza diciendo: «Imaginemos que la gente de la URSS nunca hubiera oído hablar del comunismo». ¿Eso ha ocurrido con el neoliberalismo? ¿Por qué es una doctrina invisible? Porque se disfrazó a propósito. Al principio, en los años 30, 40 y 50, sus creadores estaban encantados de llamarse neoliberales. Luego abandonaron la etiqueta y empezaron a decir que no era una ideología, ni una filosofía siquiera, sino simplemente una descripción del orden natural. Como la gravedad o la selección natural: así es como funciona el mundo. Querían que su doctrina extrema pareciera inevitable y, cualquier objeción hacia ella, antinatural. Le pusieron nombres como “thatcherismo”, “reaganismo”, “monetarismo” o “economía de oferta”. Todos igual de engañosos.

El neoliberalismo era una ideología marginal en los años 30. ¿Qué mecanismos han conseguido convertirlo en lo que se supone es una «condición natural» de la existencia humana? Muchísimo dinero. Esa fue la clave. Mientras la mayoría encontraba sus ideas bastante desagradables, hubo gente a la que le encantaron: eran los más ricos del planeta. Y, tras la Segunda Guerra Mundial, empezaron a financiar al movimiento neoliberal.

El capitalismo siempre ha intentado derrotar a la democracia y, durante un tiempo, lo hizo con éxito a través del fascismo. Pero en 1945 el fascismo tuvo ciertos... inconvenientes. Y justo entonces apareció el neoliberalismo, con libros como “Camino de servidumbre”, de Friedrich Hayek, y “Burocracia”, de Ludwig von Mises. No es que dijeran abiertamente «vamos a cargarnos a la democracia»; de hecho, no creo que realmente así lo quisieran, pero sus ideas servían perfectamente para eso: decían que las decisiones debían tomarlas “el mercado”, no la política. Y eso, en la práctica, significa dejar a los ricos hacer lo que quieran sin interferencias molestas como sindicatos, impuestos o servicios públicos.

¿Y cómo lograron convertir esas ideas en sentido común? Crearon un marco argumental que podían vender. Fundaron la Sociedad Mont Pelerin, y con ella una “Internacional Neoliberal”: think tanks que no pensaban mucho, pero presionaban muy bien, departamentos académicos, periodistas afines, asesores, etc. Y claro, si tienes suficiente dinero, puedes contratar a gente muy lista para afinar los mensajes, probarlos, adaptarlos y repetirlos hasta que empiecen a sonar razonables. Poco a poco, sus ideas fueron entrando en la clase política. Milton Friedman lo dijo claramente: había que esperar a que la socialdemocracia entrara en crisis. Y si se podía acelerar, mejor. Así que derribaron los controles de capital, los controles de cambio... El capital presionó mucho para liberarse de esas restricciones keynesianas. Y por esa razón, y otras, a finales de los años 70, la socialdemocracia keynesiana tuvo grandes problemas. Y ese fue el momento en que los neoliberales pudieron intervenir y decir: «Aquí está nuestra solución. Aquí está la alternativa». Llegaron con su solución bajo el brazo. Y con Thatcher y Reagan esperando turno.

 

Fotografía: Guy Reece
Fotografía: Guy Reece

Aparte de Thatcher y Reagan, dice que la principal victoria del neoliberalismo fue penetrar en la izquierda. ¿Qué daño hizo la «Tercera Vía» de Tony Blair o Bill Clinton? Han hecho daño a muchos niveles. Uno, al socavar el Estado distributivo, pero también al destruir la fe en la política. Como la política ha sido capturada por el neoliberalismo -tanto la derecha como la izquierda- ha desaparecido la posibilidad de elección. El neoliberalismo ha reducido lo que el Gobierno puede hacer, gobierne quien gobierne. Porque, para ellos, el Gobierno debe intervenir menos, cambiar menos. Y eso significa que los ricos pueden hacer lo que quieran, y el capital moverse sin restricciones, mientras que el poder del Estado se encoge.

Y la gente acaba renunciando a la política... Lo vemos ahora mismo en Reino Unido. Elegimos un Gobierno laborista con la promesa de “cambio”, y no ha habido ningún cambio. De hecho, en muchas cosas son peores que los conservadores: más recortes, más austeridad, más destrucción del ecosistema, y siguen suministrando armas a Israel en pleno genocidio. Todo esto va minando la esperanza. Y entonces, una y otra vez, aparece la extrema derecha.

Son oportunistas, no les importa qué políticas defienden, quieren poder y harán cualquier cosa para conseguirlo. Se apropian de todo tipo de discursos y dicen: «El sistema político está fallando, tu vida empeora. La culpa es de los inmigrantes, de los musulmanes, de las mujeres, de las personas trans...». De cualquiera, menos del capital. Dicen que están fuera del sistema, que vienen a barrer con todo. Y aunque son los más corruptos, su promesa cala porque la política tradicional ya no ofrece absolutamente nada.

Eso es Trump, ¿un oportunista? Hombre, no es exactamente un neoliberal. Tiene políticas extremadamente neoliberales, como desmantelar departamentos gubernamentales enteros, recortar masivamente al Estado, bajar impuestos a los ricos... Pero también tiene algunas políticas que no lo son, como los aranceles o tratar de acabar con la globalización, por ejemplo. Pero esto es lo que digo sobre la extrema derecha: son oportunistas. Él entró en un vacío político. En una situación en la que la política tradicional ha fracasado para la gente. Y él, como oportunista, ha podido explotar esa situación.

En su libro critica al expresidente estadounidense Barack Obama, por desaprovechar la crisis financiera de 2008. ¿Fue una oportunidad perdida? Una oportunidad enorme perdida. De hecho, toda su presidencia lo fue. Tenía un apoyo popular gigantesco, podía haber hecho casi cualquier cosa y eligió no hacer prácticamente nada. Es una tragedia. Era un hombre muy encantador, muy elegante, pero sin ningún compromiso político firme ni objetivos claros. Muy parecido a Keir Starmer ahora mismo en el Reino Unido, que no es encantador ni elegante, pero tampoco tiene ningún compromiso firme con ninguna política en particular. Y, además, está rodeado de asesores políticos maquiavélicos, algunos de ellos profundamente siniestros.

Volviendo a Obama, ¿qué podría haber hecho con ese capital político? La crisis financiera fue la apertura perfecta para decir: «Vamos a construir algo nuevo, algo mejor, un sistema más distributivo, una sociedad másjusta, más verde». Y no hizo ninguna de esas cosas. Llamó a los bancos, los convocó a una reunión y ellos pensaban que iban a ser reprendidos, que les impondría nuevas reglas, que se acababa su fiesta. Pero en vez de eso, Obama les preguntó: «¿Qué necesitáis?». Y ellos contestaron: «Mucho dinero... mucho, mucho dinero, y libertad para hacer lo que queramos». Y eso es exactamente lo que obtuvieron.

Así que, en lugar de usar su poder para transformar el sistema, lo utilizó para consolidar la destrucción de la política como herramienta de cambio. Y lo más impactante y trágico es que él encarnaba la esperanza. Tenía detrás a una enorme masa de personas que querían un cambio, pero una de las primeras cosas que hizo al llegar al poder fue cortar lazos con los movimientos sociales que lo habían llevado hasta allí. En vez de movilizar a la gente -porque, si estás en cualquier punto a la izquierda de Vlad el Empalador, tienes que movilizar a la gente si quieres tener éxito en política-, los dejó de lado y dijo: «Yo me encargo». Y no se encargó en absoluto.

 

Fotografía: Guy Reece
Fotografía: Guy Reece

Tras la austeridad de 2008, la pandemia y el regreso del proteccionismo de Trump, ¿estamos viviendo el final del neoliberalismo o su versión más honesta? Bueno, Trump sin duda está poniendo fin a algo, pero no está claro a qué y no sabemos qué vendrá después. Podría ser la fase final y autodestructiva del neoliberalismo, o el paso a algo aún peor. Pero ni él ni el trumpismo van a sostenerse, son una etapa intermedia hacia otra cosa. Y este es justo el momento en que la izquierda debería intervenir y ofrecer una alternativa, pero lo estamos haciendo fatal. Cuando nos preguntan qué queremos, las respuestas van desde «keynesianismo recalentado» hasta «un poco menos de neoliberalismo». Hay una gama muy amplia de respuestas, la mayoría bastante vagas. No tenemos un programa claro, y es urgente construirlo.

¿Las propuestas no son lo bastante audaces? Para empezar, no estamos coordinados. Siempre hablamos de colectivismo y solidaridad, pero peleamos como gatos en un saco. Somos muy individualistas. La derecha, que predica el individualismo, actúa como un banco de peces: todos dicen lo mismo y aplican las mismas políticas a la vez. No digo que debamos imitarlos, pero sí que deberíamos coordinarnos mucho mejor en torno a un conjunto claro de políticas. Hay ideas brillantes ahí fuera, propuestas fantásticas de muchos pensadores, pero todas compiten entre sí. Y lo que necesitamos urgentemente es un movimiento que agilice esas ideas, que saque lo mejor de ellas y cree un programa coherente, y luego cuente una historia muy simple y clara que permita a la gente entender ese programa.

Habrá algo que le dé esperanza. Nunca sabes de dónde va a venir la esperanza. Lo he visto a lo largo de mi carrera: justo cuando todo parece perdido, aparece un gran movimiento social. A veces desde los lugares más insospechados, como una niña de 15 años sentada frente al Parlamento sueco. ¿Quién lo habría imaginado? Así es como puede empezar.

Por otro lado, lo que está ocurriendo ahora en EE.UU., donde hay grandes protestas, es muy alentador. Parece un buen comienzo, pero no basta con oponerse al poder. También hay que proponer una alternativa y esa ha sido la gran debilidad de los movimientos sociales en los últimos veinte años: mucha oposición, muy poca propuesta. El mejor ejemplo es Occupy [Wall Street]: fue brillante ocupando espacios, atrayendo atención... pero deliberadamente no tenía ningún programa político. Lo siento, pero eso no basta. Tienes que decirle a la gente lo que quieres, mostrar una salida clara hacia algo mejor. Y contarlo en una narrativa sencilla: esto eres, esto es lo que te pasa, esta es la causa, este es el camino y así es como vamos a recorrerlo.

Eso lo han hecho todos los movimientos exitosos. Y ahí está nuestra falla. En “La doctrina invisible”, Peter y yo proponemos algunas vías posibles, pero no pretendemos ser los gurús con todas las respuestas. No somos Marx y Engels. La política ya no debería funcionar así, no debería depender de hombres blancos envejecidos acariciándose la barba diciendo: «Aquí está la solución». Tiene que ser un movimiento enorme que reúna la inteligencia colectiva de la gente. Nosotros solo decimos: «Mirad, puede ser así o asá». Hay que tener ideas, sí. Pero esas ideas deben construirse con otras e integrarlas. Así es como tiene que funcionar.

En su libro dan mucha importancia a la participación democrática. ¿Pero la izquierda sigue necesitando al Estado liberal? Sí. No creo que sean cosas contradictorias. Quiero un Estado fuerte que grave a los ricos, financie servicios públicos, cree una red de seguridad económica y mejore la vida de las personas. Pero no basta. Uno de los errores del keynesianismo fue pensar que todo podía hacerse desde el centro; al final, eso solo genera dependencia del Estado y debilita la comunidad. Necesitamos las dos cosas: provisión estatal y una ciudadanía empoderada políticamente, que sienta que controla la política, no que la política la controla a ella.

Vivimos en democracias muy débiles, ¿verdad? Es que nuestros sistemas jerárquicos no fueron diseñados para la democracia; la democracia se añadió después, como un parche. En Reino Unido, el símbolo del Parlamento es una corona: poder que no rinde cuentas, detrás de una reja de castillo con pinchos, con cadenas a los lados. El sistema te está diciendo lo que es, créelo. Y nuestra estructura política es predemocrática.

Sí, hay elecciones cada cinco años, pero, una vez con mayoría, un Gobierno puede hacer lo que quiera. Con la tecnología digital, podríamos tener una democracia mucho más participativa y deliberativa.

No deberíamos ser entes suplicantes, esperando que el Estado centralizado nos deje caer algo desde arriba, sino que, en mucho mayor medida que hoy, podamos tomar decisiones colectivas a nivel local y trasladar esas decisiones hacia arriba, en lugar de tenerlas impuestas desde arriba.

Como ecologista, ¿qué le sugiere ver a Elon Musk gastando miles de millones en explorar Marte, convencido de que algún día podremos vivir allí? ¿Es ese el capítulo final del capitalismo: asumir que este planeta ya está perdido y buscar otro que explotar? El capitalismo siempre está empujando su frontera: quema recursos, comunidades, ecosistemas y luego pasa al siguiente sitio. Su patrón es: auge, colapso, abandono. Y ahora, el abandono ha llegado al planeta entero. Gente como Musk y Bezos quiere largarse. Pues que se jodan, que se vayan y les pagamos el billete si hace falta, porque aquí, en la Tierra, no están ayudando. El problema es que parecen empeñados en arrastrarnos con ellos.

Pero ellos, los neoliberales, que tienen muchos seguidores, han convertido «libertad» en su estandarte y les ha funcionado. Volviendo al principio: ¿Han sido más inteligentes, más estratégicos... o simplemente más ricos? Las tres cosas. Ser más rico te hace más listo, no porque el dinero te dé inteligencia, sino porque puedes contratar a gente muy inteligente. Pueden pagar los sueldos más altos y así tienen a personas muy astutas trabajando para ellos. Pero nuestro lado tiene los números: millones de personas desesperadas por un cambio real. Solo que necesitamos darles un eje, una historia que diga: «Aquí hay ideas coherentes, aquí hay un futuro mejor y puedes hacer que ocurra, aportando tu propia brillantez». Todo cambio real necesita un ecosistema de personas, no solo manifestantes y periodistas radicales, también contables radicales, abogados, economistas, maestros, jardineros, mecánicos…

Cuando me preguntan «¿qué puedo hacer?», siempre digo: «Haz lo que ya sabes hacer, pero ponlo al servicio de esta tarea de transformación».