DAVID BROOKS
IRITZIA

La docena trágica

Hace 12 años, el 15 de febrero, millones de personas se manifestaban en todo el planeta contra lo que entonces era inminente guerra en Irak. Hoy, aunque ya se ha declarado concluida dicha contienda en por lo menos dos ocasiones (primero con Bush, que proclamó: «misión cumplida», solo para multiplicar la presencia de tropas; y más recientemente, por Obama), así como la de Afganistán, el presidente acaba de solicitar al Congreso una nueva autorización bélica para continuar las operaciones militares contra el Estado Islámico (EI) en Irak y Siria, y contra otras agrupaciones «terroristas». Parece que no se cansan de la guerra.

Mientras tanto, las “libertades” y los derechos que Estados Unidos afirma defender con estas guerras han sufrido sus mayores ataques no por “terroristas”, sino por las mismas autoridades.

La lista es larga, pero incluye violaciones de privacidad por el espionaje masivo de las comunicaciones de millones de civiles por todo el planeta, la instalación de un campo de concentración en Guantánamo y el uso de tortura; operaciones encubiertas de asesinatos y secuestros, el espionaje policial a comunidades musulmanas y agrupaciones pacifistas e intentos de sofocar la libertad de expresión tanto en las calles como en los medios.

Si el objetivo del “terrorismo” es sembrar el terror, la respuesta política se ha basado en fomentar el temor.

Con eso, las políticas justificadas por la defensa de las libertades y los derechos han logrado lo opuesto. Los resultados han sido denunciados a lo largo de los últimos doce años por las principales organizaciones nacionales e internacionales, desde Amnistía Internacional, Human Rights Watch, el Center for Constitutional Rights y el American Civil Liberties Union hasta la Organización de Naciones Unidas.

Reporteros sin Fronteras ha hecho público su informe anual sobre la libertad de prensa en 180 países, y ha ubicado a Estados Unidos en el lugar 49, tres lugares más bajo que hace un año. Indica que este país continúa su tendencia a la baja por lo que llama «guerra sobre información» y señala varios casos de periodistas sujetos a persecución legal por el gobierno federal, desde James Risen del “New York Times” hasta Wikileaks.

De hecho, la organización cita a Risen, quien dice que Estados Unidos «es un Estado orwelliano que se proclama como el más transparente». Reporteros sin Fronteras denuncia que el régimen estadounidense ha usado el pretexto de seguridad nacional para suprimir la libertad de información, igual que varios regímenes autoritarios. «Con ese pretexto –señala–, el gobierno estableció el sistema de vigilancia masiva revelado por Edward Snowden y otros». Y recuerda que en el gobierno de Obama, por lo menos ocho filtradores de información al público, incluidos Snowden y Chelsea Manning, han sido acusados según la Ley de Espionaje, comparado con un total de solo tres en todos los gobiernos anteriores, desde que se adoptó esa ley en 1917.

Leonard Downie, exdirector del “Washington Post” y uno de sus editores durante el escándalo Watergate, encabezó la investigación del Comité de Protección de Periodistas sobre la libertad de información en este país en 2013, y escribió en sus conclusiones: «la guerra del gobierno sobre filtraciones y otros esfuerzos para controlar información es lo más agresivo que he visto desde el gobierno de Nixon».

También es cierto que los medios –con notables excepciones– no evitaron caer en la trampa oficial. Dean Baquet, actual director del “New York Times” y ex director de “Los Angeles Times”, reconoció hace poco en entrevista con “Der Spiegel” que esos medios, entre otros, fracasaron en su misión: «después del 11-S la prensa tradicional no fue suficientemente agresiva para hacer las preguntas sobre la decisión de ir a la guerra en Irak, ni para hacer las preguntas difíciles sobre la guerra contra el terror».

Pero sigue sucediendo. Hace unos cuantos días, en el noticiero local de NBC en Nueva York, una reportera informó sobre la nueva autorización de guerra solicitada por Obama, afirmando que era para enfrentar a grupos que «no valoran para nada la vida humana». Ese tipo de frase se repite incesantemente, presentado como hecho, no como opinión.

En marzo se cumplirán 12 años de guerras. Entre 135.000 y 152.000 civiles han muerto solo en Irak y millones han sido desplazados, heridos y aterrorizados en varios países atacados en la guerra contra el terror. Más de 6.800 militares estadounidenses han muerto en Irak y otros 2.356 en Afganistán. Frente a esto, es difícil saber quién valora o no la vida humana, y mucho menos las libertades y derechos por los cuales oficialmente se sacrificó tanta vida humana.

¿Dónde están los millones de personas que llenaron las calles del mundo hace 12 años?