IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

El encanto del mercado

El filósofo Fredic Jameson arrancó la piel de la arquitectura posmoderna cuando describió lo que le sugería el Hotel Bonaventure. En su libro “Posmodernismo, o la lógica cultural del tardocapitalismo”, Jameson describe cómo el edificio, con una piel reflectante tan de moda en aquel lejano 1991, reflejaba la ciudad, al tiempo que la repelía. La construcción, decía Jameson, no quería formar parte de la ciudad, se convertía en autista, se cerraba sobre sí misma y, como gesto final, expelía la imagen de los edificios circundantes a través de su fachada acristalada.

A muchas personas familiarizadas con este análisis es posible que les venga a la cabeza el Bonaventure al contemplar el Mercat dels Encants de la barcelonesa Plaza de las Glorias Catalanas. La cubierta de este nuevo mercado, obra del estudio b720 Fermín Vázquez Arquitectos, refleja los puestos de venta que cobija en su interior, creando un discurso visual que se abre a interpretaciones varias sobre lo que significa la ciudad, cómo la usamos y la manera en que lo privado da y quita vida urbana.

No podemos describir este mercado de los encantos sin hablar de la remodelación de la Plaça de les Glòries Catalanes, convertida en un concurso y proyecto estratégico que trata de sacar a relucir el papel que el mismo Ildefonso Cerdà, ingeniero y arquitecto catalán responsable de la Barcelona moderna, confirió a ese cruce de caminos en el siglo XIX. Las “Glorias” es un punto estratégico en la ciudad, donde se cruzan la Diagonal, la Meridiana y la Gran Vía. Hasta hace poco, la plaza era una maraña de viales elevados y calzadas sin planificación. Nunca consiguió la centralidad que, dentro del Eixample, Cerdà pretendió otorgarle y se convirtió en lugar de actividades informales –mercadillos– e industriales, hasta que llegaron los años duros de la autarquía urbanística, los 60, y las carreteras coparon el espacio.

En un concurso bastante comentado –solo podían presentarse equipos catalanes o, al menos, con aliados locales–, una propuesta de la paisajista catalana Ana Coello planteó el soterramiento de las avenidas que cruzaban la plaza y la cubrición de esta con un bosque y manto vegetal, buscando un cambio de paradigma en las plazas “duras” propugnadas por Oriol Bohigas en esa Barcelona de los Juegos Olímpicos.

Hay quien vendría a decir que todo esto, que ya está en marcha, dejaba atrás una década de agravios contra la ciudad, de operaciones urbanísticas de dudoso calado social (Forum, Torre Agvar y parte del Distrito @22, por ejemplo), dándole una zona común alejada de ese modelo del espectáculo que Barcelona ha promovido desde hace veinte años.

Otras voces podrían argumentar que el mismo ejemplo del Mercat dels Encants es un reflejo de lo que la ciudad va a perder: humanidad. El viejo mercado, el Encant Vell, era un mercadillo de calle cercano al Bosque de los Encantos, adyacente y hoy desmantelado. Tanto uno como otro eran reflejo de una sociedad que, según el sociólogo catalán Manuel Delgado, no comulgaba con las personas de bien; el Bosque era un conocido lugar de cruising y prácticas sexuales, la rotonda de la plaza se usaba como improvisado estadio de fútbol por inmigrantes... En la ciudad ordenada, aquella que teme a las multitudes que no consumen, que no comulgan, que no se homogeneizan, estos espacios son peligrosos. Tampoco hay que pensar, como sostiene Delgado, que todo esto es una obra orquestada para la destrucción de estos espacios. Las cosas, una vez dentro de esa lógica del tardocapitalismo que Jameson anunciaba, simplemente suceden.

Y sin embargo, el mercado parece un edificio que, pese a estar insertado en esos mecanismos, goza de virtudes sencillas y, a la vez, significativas. Vázquez colocó los puestos en una rampa con una pendiente muy suave, que giraba sobre sí misma creando un recorrido que el arquitecto asimilaba a otros mercados de éxito, como el Rastro madrileño. Además, la malla espacial que sujeta la cubierta no busca una correspondencia con la planta, que se coloca con una ligera inclinación. Por último, y tal vez más importante, la cubierta refleja la propia ciudad, haciendo protagonista al caos, al desorden propio de un mercado. Más allá de que el edificio siga ese patrón de los nuevos mercados “lúdicos”, Vázquez y su equipo consiguen transmitir un fragmento de ese caos encantador del antiguo mercado de los Encantos.