IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

El clásico de los sentidos

Un oxímoron, como bien sabrá el lector, es aquella expresión que contiene una contradicción en sí misma, al uso de «instante eterno» o «pecado benévolo». El mundo de las ideas arquitectónicas suele verse salpicado con contradicciones de todo tipo, normalmente fruto de la incoherencia: en muchos concursos de arquitectura públicos se exigen actuaciones de recuperación paisajísticas en los pliegos de condiciones, a la par que se sugiere la creación de un edificio singular. En otros concursos, con férreas condiciones de arquitectura bioclimática, se plantea sin pudor la demolición de todo aquello que al proyectista moleste, edificios históricos incluidos. Otras contradicciones patentes suelen ser más sutiles, como aquellos proyectos que buscan un edificio “sostenible” en medio de un páramo donde el único acceso es a través del coche.

Supongo que el arquitecto Thom Mayne tuvo una cierta sensación de oxímoron al describir como «un acto minimalista que refuerza el lugar» un rascacielos de casi 400 metros colocado en el fondo de un valle de los Alpes suizos. A eso, el angelino añadió un «dentro de lo posible», reforzando la excusatio non petita. Este ganador del premio Pritzker, líder del estudio de arquitectura Morphosis, desvelaba el pasado mes de marzo una imagen en la que se veía una fina y alta espiga de vidrio y hormigón destinada a albergar 107 habitaciones y colocada entre dos macizos pétreos, con el pueblo de Vals en un primer plano.

La estampa incendió las redes y foros especializados, aunque conviene saber que existe un elemento determinante para esta explosión y es, sin duda, la existencia de otro hito arquitectónico en la localidad de Vals: las Termas, obra del suizo Peter Zumthor.

Este ha sido uno de los arquitectos más valorados por la crítica y los profesionales del sector. Ganador de un Pritzker, al igual que Mayne, su trabajo viene acompañado de expresiones como «incomparable habilidad e integridad inquebrantable». Más allá de ciertos críticos que han pedido el cese de la veneración al suizo, el edificio de las Termas de Vals es una peregrinación habitual por parte de muchos arquitectos y amantes de la arquitectura. Es comprensible, por lo tanto, que el gesto de Mayne se haya tomado por muchos como una afrenta de signo casi religioso.

El edificio de las termas se coloca sobre una surgente de aguas termales que lleva siendo explotada desde finales del siglo XIX en el cantón de Graubünden, el más oriental de Suiza. En 1960 se construyó un complejo hotelero que, después de una bancarrota, pasó a ser de titularidad pública. En 1996 se inauguró el edificio del spa, diez años después de la convocatoria del concurso ganado por Zumthor y tras cuatro años de proyecto y dos de construcción de la instalación.

El edificio descansaba en una ladera junto al antiguo hotel, sobre una capa de piedra cuarcita característica del lugar. La idea de Zumthor fue la de hacer casi desaparecer el edificio, enterrándolo y colocándolo bajo una cubierta vegetal, al tiempo que utilizaba hasta 60.000 lajas de piedra cuarcita para revestir tanto el exterior como el interior. Colocado sobre la ladera, el edificio asoma por tres de sus fachadas, teniendo enterrada una cuarta.

Y basta. Poco más hizo falta para enamorar a los ya de por sí sensibles amantes de la arquitectura mundial. Un interior sobrio, pero al mismo tiempo revestido de un trabajo de pedrería detallista, y una disposición arquitectónica que dio el pistoletazo de salida a aquello que se llamó, en las décadas de los 90 y del 2000, el «gusto por los materiales». La escuela suiza continuaría con Jacques Herzog y Pierre de Meuron, y el gusto por colocar materiales “desnudos”, preocupándose más por su calidad que por la forma que crean, sería una tendencia que perdura hoy en día.

No obstante, y más allá de los discursos teóricos, hay que reconocer que Zumthor permitió hablar de lo que se siente dentro de una obra de arquitectura, siendo este un discurso que se había perdido en las décadas anteriores, que bebían de un discurso teórico y social, alejado de lo estrictamente humano. Es algo reconocido que la obra de Zumthor, y en especial las Termas de Vals, son describibles tan solo a través de la experiencia, de la fenomenología de su vivencia. No hay que olvidar que las termas son un lugar donde la experiencia corporal es total y la virtud de la arquitectura radica en saber retirarse y servir solo como un telón de fondo, donde el auténtico protagonista es el cuerpo humano y, a la postre, el paisaje circundante.