Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ
CRISIS POLÍTICA EN TURQUÍA

La jugada de Erdogan: ¿Cambio de cromos o nuevas elecciones?

Ahmet Davutoglu ha sido la última víctima del presidente turco, un estratega acostumbrado a ganar y que podría forzar unas nuevas elecciones para alcanzar, con un nuevo visir, su gran objetivo: una mayoría holgada que le permita sustituir el actual sistema parlamentario turco por uno de corte presidencialista.

Cuando uno se pregunta qué queda del Partido Justicia y Desarrollo (AKP) que inició la revolución democrática en 2002 no encuentra más que un nombre: Recep Tayyip Erdogan. El resto de altos cargos que ayudaron a modificar las rígidas bases del kemalismo se han esfumado y han sido sustituidos por una hornada de leales al erdoganismo. La última víctima ha sido Ahmet Davutoglu, quien llegó más tarde como experto técnico y subió escalones de la mano de Erdogan.

El giro autoritario del presidente tiene como único objetivo sustituir el actual sistema parlamentario por uno presidencialista para aferrarse al poder hasta 2023, cuando se cumple el centenario de la República fundada por Atatürk. Y para esa aventura Davutoglu ya ha cumplido su misión en el tablero de Erdogan. «El hecho de que mi periodo haya terminado mucho antes de los cuatro años no es una decisión mía, sino una necesidad», dijo en su despedida quien logró en noviembre un 49,5% de los votos.

El próximo 22 de mayo se celebrará el congreso extraordinario del AKP, de donde saldrá el nuevo primer ministro turco, probablemente del ala dura del erdoganismo. Independientemente del nombre, es evidente que será una marioneta de Erdogan, quien ayer reiteró su apuesta presidencialista: «No hay marcha atrás. Todo el mundo tiene que aceptarlo ya».

Saber con exactitud qué ha sucedido entre el presidente y Davutoglu es complicado por el hermetismo del AKP. Todo este revuelo podría ser una estrategia para envolver a los turcos en un nuevo viraje político o ser una disputa real. No hay que olvidar que Erdogan es un maestro en el arte de camuflar la realidad, y podría haber orquestado estas diferencias con el beneplácito del propio Davutoglu.

Siguiendo los hechos conocidos, la primera controversia llegó en febrero 2015, cuando Davutoglu pretendía aprobar una nueva ley de transparencia para atajar la corrupción. Erdogan se opuso, aseverando que era una decisión prematura. Más tarde la figura de Hakan Fidan, el director de la Inteligencia turca, volvería a reflejar la disparidad de opiniones: Davutoglu quería que ingresase en las listas electorales, algo a lo que Erdogan se negó, alegando su indispensable papel en la seguridad del Estado. En ambos casos, el pulso lo ganó el presidente.

Durante la primavera, la brecha pública no ha dejado de crecer en cuestiones como el control del Banco Central, la vuelta a la mesa negociadora con el PKK y la libertad de información. En abril, los líderes de opinión de la prensa islamista advirtieron de que no era posible seguir por la senda de Davutoglu, de quien decían que no presionaba con contundencia para el cambio constitucional.

La primera estocada a su poder se la dio el Comité Central del AKP al retirarle la potestad para colocar a los líderes locales. La puntilla, el propio Erdogan, quien recordó que «es importante no olvidar cómo llegaste a ser lo que eres, lo que hay que hacer ahí y cuáles son tus objetivos». El dardo envenenado parecía destinado a Davutoglu y es una referencia clara al paternalismo que impera en el AKP.

El jueves, el que fuera arquitecto de la política de los «cero problemas» con los vecinos dejó un cargo que a efectos prácticos se ha convertido en ceremonial.

Esta decisión suma aún más inestabilidad a un país que ha visto reavivado el conflicto kurdo, sufre el contagio de la guerra siria y es incapaz de controlar su moneda. Con el Parlamento dividido, reticente a ceder en sus pretensiones, y una sociedad neurótica por los atentados y la inestabilidad política, la posibilidad de lograr un acuerdo parlamentario para cambiar la Carta Magna es mínima, ya que las comisiones llevan años negociando sin acercarse al consenso en los principales artículos.

Por eso, y pese a que el portavoz presidencial rechazase unos nuevos comicios, diferentes analistas aventuran que el pueblo turco volverá a votar a finales de año. Ese puede que sea el objetivo de Erdogan, quien buscaría al menos 330 de los 550 escaños para enviar la reforma constitucional a un referéndum. Así lo intentó tras las elecciones de junio, cuando entorpeció la formación de una coalición y mandó al pueblo turco a votar de nuevo.

Hoy la situación de la oposición es dramática, con los primeros espadas del panturco MHP despellejándose entre sí por el poder, y el HDP sufriendo los efectos de la nueva lucha en Kurdistán Norte.

Estos problemas en la oposición no hacen sino envalentonar a un autoritario Erdogan, quien se ha percatado de que ambos grupos parlamentarios podrían no llegar al 10% del corte electoral. Esto permitiría al AKP alcanzar incluso los 367 diputados que posibilitarían el cambio en la Carta Magna sin referéndum. De ocurrir, sería la definitiva jugada maestra de Erdogan para implantar la Nueva Turquía, el único sueño que le queda por cumplir para coronarse como el sultán neotomano, aunque para ello haya sacrificado al visir Davutoglu.