Alberto PRADILLA
REPETICIÓN DE ELECCIONES EN EL ESTADO ESPAñOL

La paradoja italiana o el riesgo de superar al PSOE y quedarse fuera

Las perspectivas electorales de cara al 26J no vaticinan grandes cambios respecto a diciembre. La pugna entre PSOE y Podemos es posiblemente la batalla más incierta. El inédito «sorpasso» no tendría por qué ubicar al partido de Pablo Iglesias en una mejor posición. Ferraz simboliza el régimen y su gran aportación es estar presente en cualquier quiniela.

El PSOE es el partido clave de cara a la segunda vuelta de las elecciones. En la política española nunca ha dejado de serlo. Sin embargo, algo ha cambiado en Ferraz. Al contrario que en décadas anteriores, cuando la formación que lideraba entonces Felipe González era el pilar fundamental del régimen desarrollado a partir de la Constitución de 1978, su valor ahora es la capacidad de pivotar. Como Luis XIV, el PSOE no forma parte del régimen, sino que «es» el régimen. Y el mayor servicio que puede hacer al «establishment» es estar presente en cualquiera de las combinaciones poselectorales, sea por acción o por omisión. Al igual que en estos últimos cuatro meses, lo más probable es que Pedro Sánchez tenga ante sí dos opciones: dejarse llevar por la «gran coalición» en cualquiera de sus fórmulas o intentar un Gobierno «progresista» con Podemos. Eso si la noche electoral no le guillotinan. Que no se descarta.

No hay más margen, por mucho «espíritu de la Transición», ese zombie que nunca muere, quiera convencernos de que cualquier diferencia es solventable con buena voluntad y de que repetir comicios son el fracaso de los políticos por «no ponerse de acuerdo». Semejante «cuñadismo», digno de cualquier capítulo de «Cuéntame», no sirve para explicar la realidad porque obvia una cuestión fundamental: existen programas incompatibles, no se ha cerrado la crisis de régimen y no hay razones tan de peso como para que Pablo Iglesias pactase un Ejecutivo en el que estuviera Ciudadanos. Al menos, por ahora.

Tanto el CIS como las sucesivas encuestas prevén que los números no bailarán en exceso. Es decir, que los votantes no apostaron por el pacto sino que cada uno buscó la papeleta que consideró más oportuna. Así que igual el «juego de la culpa» no es tan determinante. El ser humano se rige por costumbres y nada ha cambiado lo suficiente como para creer que esto vaya a modificarse. Que se lo digan a Mariano Rajoy, que a pesar de que los escándalos de corrupción en Génova no cesan, puede ver cómo su partido reflota sin mover un dedo.

Solo hay un resultado y una decisión que pueden marcar la diferencia. El resultado: que Podemos e IU, dando por hecho que habrá confluencia, superen al PSOE y le lleven a la tercera posición por primera vez en la historia reciente del Estado. La decisión: que Ferraz, sea cual sea su resultado, decida «por responsabilidad» abstenerse y permitir un Gobierno de PP y Ciudadanos. No hay más opciones. Ambos hechos, el resultado y la decisión, están interconectados y, por desgracia para Iglesias, podrían abrir la paradoja de que una victoria en las urnas implicase unas condiciones más desfavorables no solo para negociar, sino de cara al incierto ciclo político que se abre.

Imaginemos que el partido morado supera al PSOE. La lógica diría que sería Pablo Iglesias quien debería liderar un Gobierno. ¿Alguien cree que en Ferraz aceptarían la idea? ¿De verdad consideramos que podrían incluso sopesarla? El régimen pesa, también culturalmente. Así que la secuencia lógica, al menos en mi opinión, sería la defenestración de Sánchez, la apertura de la enésima crisis en un partido que no levanta cabeza pero que sigue ejerciendo de pegamento para el sistema y el reajuste interno. ¿Y, mientras? «Responsabilidad», que se traduce en una abstención que beneficie al partido más votado, en este caso el PP. Que no haya ocurrido todavía, aún cuando es evidente que el pacto «a la valenciana» estaba descartado, es producto, como leí a Guillem Martínez en «Cntx», de la incapacidad del PSOE para explicar virajes que no serían menos dramáticos que los anteriores (republicanismo, marxismo, reforma del 135, por poner algunos ejemplos). Sin embargo, si a pesar de volver a tirar los dados todo vuelve a quedar igual, quizás se encontraría una razón para «sacrificarse» por los intereses de los que mandan.

Cualquiera podría pensar que situarse como único partido en la oposición sería un regalo a un Podemos que solo tendría que esperar, implacable, y recoger los restos del PSOE. No es tan fácil. Convertido en «intocable», estigmatizado y reducido a comparsa porque nadie quiere pactar con él en el Congreso, su posición sería parecida a la del Partido Comunista Italiano tras la II Guerra Mundial. Siempre cerca, pero incapaz de tocar poder institucional hasta el «compromiso histórico» apadrinado por Enrico Berlinguer. También existe otra opción: que Podemos siga la estela de Syriza y gane terreno ante el progresivo desgaste de la «gran coalición» y con la ayuda de la imposición europea. Un nuevo y largo ciclo.

Una remota tercera opción sería que, si salva los muebles, Sánchez rompa con Ciudadanos e intente algo distinto mirando a su izquierda. Con el poco apoyo interno que tiene, ni siquiera el bloqueo del proceso catalán (el único movimiento que ha amenazado el «estatu quo») parece permitirle gestos aventurados. En política no se elige el terreno de juego, viene dado. Y el del 26J está ya marcado.