Iratxe FRESNEDA
Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Chicles de menta

Creo que los chicles de menta nunca dejan de picar, ni siquiera con la edad. Pero, ¿cómo decirle esto a una niña de seis años que se muere por mascar uno? Supongo que con la edad nos vamos acostumbrando, acercando a sabores nuevos y nos abrazamos al picante, a la menta o al mismísimo ajo de territorio vampírico.

Pensando en goma de mascar vinieron a mi cabeza algunos momentos del cine donde los chicles ocupan posición, entre ellas “Grease”, sin el chicle no hay chulería. El chicle es para unos adolescentes de instituto lo que el tabaco de mascar para Clint Eastwood en “The outlow”, masca, escupe y asienta personalidades. Recuerdo bien un videoclip en el que siguiendo las reglas de la “Psicomagia” de Josorowsky, el grupo francés Air daba vida a un chicle. Y si el surrealismo va a llegar a esta columna, me es imposible olvidar un fistro de película como “Hot bubble gum”. El desarrollo del argumento es un poco menos serio que “Saving private Ryang”, donde los chicles pasan de boca a boca y son utilizados para pegar un espejo a una bayoneta. Del idílico mundo de la cuchería de “Charlie y la fábrica de chocolate” a uno de esos alarmistas (seguro que con razón) documentales en los que el chicle se convierte en el enemigo número uno. “Dark side of the chew”, donde el chicle es directamente tildado de basura. Si tuviera vacaciones, seguiría pensando en chicles y cine.