Raimundo Fitero
DE REOJO

Fósil

Cada fiesta es una liberación de fantasmas que acuden a una cita de calendario acompañados de un historial y una promesa. Suena el primer txupinazo, saltan las comparsas, corren los vendedores de hielo, afloran las tentaciones. En cada discurso inaugural se encierra un deseo o una frustración. Los tópicos bailan al son del nivel de colesterol, la ingesta de alcaloides y la redundancia de los medios de comunicación que hacen que la espontaneidad antigua se convierta en una parodia ejemplarizada, en un recurso de manual, hasta convertir la esperanza festiva en un catálogo de comportamientos recalcitrantes hasta dibujar la sombra de un fósil.

Así bailaba, así, así, con el pebetero de los JJ.OO. apagándose para dejar al descubierto un país que es como un continente, Brasil, hecho unos zorros, con inestabilidad política, economía desbordada y una insatisfacción social que puede estallar en cualquier esquina sin fijarse en los metales colgados en los cuellos de sus deportistas mejor pagados. Contar medallas es como contar palillos en las franquicias de tabernas vascas que inundan los litorales peninsulares. Un acto inútil.

Así que para purgar mis pecados piscineros, mis paseos invernales por las riberas de los ríos más largos del planeta, decido mortificarme viendo “La Sexta noche”. ¿Por qué me dejaste hacerlo Capitán Trueno? Sufrí calambres. Unos sudores pestilentes al confirmar que siempre es el mismo programa. No hay variación, es un fósil televisivo, tóxico, inocuo, un mal club de la impostura, con la mayor concentración de fraseología de cambio, de no pensamiento, una lucha terciaria entre peones de unos organismos prefabricados para atentar contra la racionalidad política, un indecente insulto a la ciudadanía. Una versión perversa de un espectáculo televisivo llamado “periodistas y corruptos y viceversa”.