Pablo GONZÁLEZ
Tbilisi

RUSIA BUSCA UNA IDENTIDAD QUE OFRECER AL CÁUCASO MEDIANTE EL PODER BLANDO

Georgia se ha convertido en el campo de batalla de las influencias occidental y rusa en el Cáucaso Sur. Después de perder una clara identidad ideológica con la caída de la URSS, Moscú intenta ofrecerla con la religión, la visión conservadora de la familia y los lazos económicos.

En la actualidad, en el Cáucaso Sur se libra una lucha de poderes blandos entre EEUU y Rusia. El objeto de la disputa es atraer a su campo a Georgia. Moscú busca una nueva identidad que le permita seducir a otras naciones sin usar la fuerza, sólo mediante la diplomacia, la economía y la promoción de unas ideas que le hagan atractiva para sus vecinos, un conjunto denominado poder blando. En el caso georgiano, parece que la postura rusa destinada a sustituir al comunismo como ideología va tomando cada vez más forma de una mezcla de elementos comunes, como son la economía y la diplomacia, con otros más peculiares y adaptados a la región, como la religión ortodoxa y una visión conservadora de la familia.

Entre los vecinos rusos en el Cáucaso, hoy en día solo Georgia está en disputa en lo que se refiere a su alineamiento estratégico. Azerbaiyán, gracias a sus recursos energéticos, puede permitirse una política exterior propia, que, por cierto, cada vez se aleja más de los valores occidentales. Armenia, a su vez, parece de momento un aliado estable de Moscú pese a los evidentes problemas internos derivados de las protestas de los últimos meses.

Rusia sufre desde el fin de la Unión Soviética un claro problema de identidad y del uso del llamado poder duro, las intervenciones militares. Con la caída del sistema que promocionaba el comunismo como ideología oficial, Moscú no ha sabido encontrar, por ahora, una nueva ideología con su conjunto de valores atractiva para sus vecinos, y menos para naciones más lejanas. Aunque en algunos lugares sigue vigente la idea popular que asociaba a Rusia con el socialismo, la realidad económica rusa dicta que hoy eso no tiene ningún viso de realidad.

Ha empleado el poder duro en varios conflictos en su periferia, dentro y fuera de la actual Rusia, desde el fin de la URSS. Al tiempo, ha intentado mostrarse como garante de la seguridad ante varias disputas territoriales, como las de Transnistria en Moldavia, Abjasia y Osetia en Georgia o el más reciente del Donbass en Ucrania. Ninguno le ha dado frutos positivos para su política exterior.

Los expertos señalan que, a parte del error de apostar por el uso de la fuerza, Moscú no ha invertido lo suficiente, sobre todo en comparación con Washington, en explicar y mostrar qué es lo que puede ofrecer a sus vecinos. Frente a los cientos de ONG estadounidenses y europeas, apenas una decena de organizaciones rusas opera fuera de sus fronteras. Además, los países occidentales han combinado hábilmente la presión económica con la creación de lazos con las élites locales, mientras Rusia hasta no hace mucho no recurría tanto a la presión económica y apostaba por figuras políticas surgidas todavía en la URSS, como Voronin en Moldavia o Shevarnadze en Georgia, personajes desacreditados en gran medida a ojos de sus ciudadanos deseosos de savia nueva.

Iglesia y familia tradicional

En Georgia, país con el que llegó a estar en guerra en 2008, Rusia parece tener, paradójicamente, unas buenas perspectivas con su nueva estrategia de poder blando. En una sociedad patriarcal y de gran respeto a las tradiciones como la georgiana, el mensaje ruso relativo a la defensa de la familia tradicional frente a la «inmoralidad» europea y el avance del islam, promovido supuestamente por EEUU, está cuajando. Este mensaje ideológico se combina con el turismo ruso en el país y la apertura cada vez más amplia del mercado ruso a los productos georgianos. Para una nación de cuatro millones de habitantes, eminentemente agrícola y con tradición soviética de zona de descanso, la estrategia rusa parece acertada. Además tras la derrota de las fuerzas más prooccidentales en los años 2011 y 2012, se volvió a permitir la emisión de los canales rusos en la televisión por satélite, muy extendida en el país. La gran producción cultural, películas, música o libros en Rusia y el hecho de que incluso muchas de las películas occidentales sean dobladas solo al ruso y no al georgiano, es un añadido cultural.

El mayor aliado, debido a la coincidencia de conceptos y modelos, de las ideas promovidas por Rusia es la Iglesia ortodoxa georgiana. El actual patriarca, Ilya II, es la figura pública con mayor aceptación (roza el 90%) entre los georgianos, superando al Ejército, situado en segundo lugar. Precisamente Ilya II fue el encargado de dar la bienvenida a los participantes del X Congreso Mundial de las Familias celebro en Tbilisi en mayo, un encuentro de organizaciones de países de todo el mundo unidas por la defensa de la familia tradicional. En la cita había representantes de EEUU, varios países europeos y por supuesto una nutrida representación rusa, cuyo Estado parece que pretende a llevar la voz cantante en este materia en el espacio postsoviético. La reunión fue un gran éxito y movilizó a miles de personas el 17 de mayo por las calles de Tbilisi. Coincidencia o no, el mismo día estaba previsto un pequeño acto a favor de la comunidad LGBT, que fue suspendido ante la presencia de los defensores de lo «tradicional».

¿Significa todo esto que el acercamiento de Georgia a Rusia es indiscutible? Desde luego que no. Los problemas territoriales relacionados con Abjasia y Osetia del Sur siguen muy presentes entre los georgianos y los políticos defensores de las ideas prooccidentales continúan ocupando la mayoría de los puestos clave a día de hoy. Aun así, los esfuerzos rusos en la búsqueda de una identidad atractiva que ofrecer en el Cáucaso parece que van dando ciertos resultados.