Koldo LANDALUZE
«Sieranevada»

La comida que derivó en cena

Todas las sensaciones que lega en el espectador el visionado de “Sieranevada” giran en torno a los extremos. Para muchos es una joya y para otros es una letanía difícilmente soportable. También existe un terreno intermedio, en el cual me incluyo, en el que es posible disfrutar de la interminable velada que plantea Cristi Puiu a lo largo de un intenso retrato coral que pretende ser una pequeña semblanza de la sociedad rumana actual. Para tal fin, utiliza como excusa algo al que los vascos no somos ajenos, una reunión en torno a una mesa que escenificará una comida familiar. El punto de partida es tan interesante como arriesgado, ya que el autor de “La muerte del Sr. Lazarescu” convierte al espectador en un invitado más al situar una cámara en un punto concreto y elaborar mediante ella y con ligeros movimientos una serie de cuadros de secuencia en la que parece que estamos clavados en mitad de un pequeño apartamento que poco a poco se va llenando de gente o colocando la perspectiva de la cámara en el asiento trasero de un coche para ser testigos –cual niños sentados en la parte trasera del vehículo– de las singulares trifulcas que comparte un matrimonio.

Zurcida mediante muy medidos y largos planos, la pericia que demuestra Puiu en buena parte del metraje termina por cansar en la recta final debido a una reiteración en la maniobra de los encuadres y en unas secuencias y diálogos extenuados o exprimidos al máximo que poco o nada ayudan a la resolución del final. Lo que comienza siendo una reunión en torno a un banquete con el que se quiere recordar la figura del patriarca fallecido hacía más de un mes, se transforma en una imprevista bomba de relojería en la que salen a relucir los arquetipos de un grupo humano que habla sobre lo acontecido en París tras el asalto a Charlie Hebdo o las teorías conspiranóicas que llenan internet. Todo ello sucede mientras los integrantes de esta familia entran o salen del encuadre al dirigirse a la cocina, el baño o los invitados circulan por la casa habitada.

Puiu se ha contagiado de sí mismo y a creído tanto en sus posibilidades que prolonga en exceso el metraje y, quizás queriendo hacer compartir la agonía que padecen los personajes que querían comer pero que dudan de que incluso puedan cenar, marca un tempo a la narración en la que quedan en evidencia muchas de las intenciones que asomaban al comienzo. Si lo que quería era provocar entre el respetable esa sensación de agobio que a ratos transmite el trajín que se desarrolla en la casa, lo consigue pero sacrifica el factor sorpresa en beneficio de algo tan efímero como pueda ser el rugido de un estómago vacío que ansía recibir esos platos que nunca llegan a la mesa.