Koldo LANDALUZE
«Irrintziaren oihartzunak»

Recuperando nuestra memoria filmada

Estoy convencido de que en su obstinada locura, el capitán Acab jamás escuchó el bramido de Moby Dick. Supongo que el capitán del “Pequod” tan solo se escuchaba a sí mismo mientras otorgaba sentido a la cacería fantástica de la gran ballena blanca. En su primera incursión al otro la de la pantalla, Iratxe Fresneda nos invita a no ser ajenos a ese bramido que impacta y causa desgarro y que nos recuerda que, si bien existen ballenas para ser cazadas, también las hay que en su desesperanza o simple dejadez, acaban varadas en playas anónimas. La ballena que persigue Fresneda no entra en este último apartado, porque su criatura fantástica está enraizada en esa clase de luchadoras que prefiere acabar con un arpón en su lomo a perecer en el olvido de una costa. En su ruta, la autora se sirve de una sola brújula, el eco legado por algo que un buen día fue filmado y que merece ser rescatado del olvido y, de paso, devolver el nombre a la creadora de aquella película.

Por todo ello, “Irrintziaren Oihartzunak” es algo más que un mero ejercicio de arqueología cinematográfica, es una carta de navegación a través de la cual seguimos el rastro de una pionera que, allá por los convulsos setenta, fue aguijoneada por el veneno del cine y plasmó sus inquietudes en un filme que fue reflejo de lo que acontecía por aquellos días en aquella Euskal Herria que recordamos a través de imágenes granuladas en blanco y negro. El humo y la insurgencia de aquellas calles inspiraron a la protagonista de este excelente documental, la cineasta Mirentxu Loyarte –la ballena perseguida recupera su nombre–, una obra fuertemente enraizada en aquella corriente creativa que elaboró propuestas como “Ama Lur” o la serie “Ikuska” y en la que la ciudadanía vasca se redescubría a sí misma en la pantalla. En su encuentro –filmado por una cámara que se distancia sutilmente de la conversación que comparten la cazadora y la presa–, Loyarte aporta el testimonio de una pionera, una mujer que aportó con su película “Irrintzi” una mirada cargada de simbolismo y poesía en torno a la realidad de aquella Euskal Herria en blanco y negro que rezumaba humo e insurgencia en el asfalto.

El componente arqueológico es evidente a lo largo de este meticuloso trabajo, pero lejos de ser un frío tratado academicista, Fresneda dota de alma y sentido a las inquietudes de una creadora que en su fuero interno seguro ha imaginado un millón de secuencias basadas en su anhelada adaptación de “Las carabinas de Gastibeltza”, del eterno pirata Marc Légasse. Sin prisa pero sin pausa, “Irrintziaren Oihartzunak” sigue la estela de una búsqueda, la persecución de un fantasma que fue anónimo y que recupera su nombre. Resulta difícil no conmoverse cuando la protagonista  nos descubre sus emociones al topar con la copia, celosamente guardada en la Filmoteca Vasca, de una obra que forma parte de su vida y, de ahora en adelante, de nuestra historia.