Carlos GIL
Analista cultural

Transido

Entre tu interés y mi ansiedad se crea un espacio donde germinan los mejores versos. La rima de tus labios se escapa libertaria de tu cuerpo y me atraviesa poniéndome en movimiento continuo y otorgándome un ritmo que escarmienta a los vagos tendones que esperaban el agua caliente de una bañera de espuma literaria. Estoy arrinconado en una sala oscura y la luz sobre la sábana blanca me obnubila a base de rechazos. No más de tres segundos puedo verte la cara cada vez, inmediatamente me cambian el plano, veo a tu antagonista o al monstruo que el director construyó en sus noches de ausencias. Es un acto de hipnosis, no de belleza ni de emociones, sino de excitación y sobreactuación tecnológica. Y, sin embargo, te amo con la distancia del tiempo y la constancia del destino. Mis recuerdos son del patio de un cine de sesión doble que en la noches de verano podía escuchar las voces y músicas desde mi ventana que daba allí. Mi mamá me tiraba desde la ventana el bocadillo de la merienda entre película y película. Cine Emporio de mi acné y mis sueños eróticos. Tengo añoranzas del olor de la gaseosa chispeante. El cine que nos hizo, que nos confundió, que nos hizo cómplices y solidarios. Hoy veo poco cine. Cine sin alma. Cine sin trama. Cine con efectos especiales que dejan al argumento convertido en prospecto de dentífrico. Todavía espero descubrir alguna película que me deje de nuevo transido de cine.