Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «La bailarina»

Ascensión y caída de una bailarina visionaria

En este su debut en el formato largo, Stéphanie Di Giusto ha querido subvertir los códigos del biopic mediante una serie de situaciones en las que lo real desaparece de escena y delega su protagonismo a simples cuestiones imaginarias que poco aportan a un argumento que recrea la enésima lucha de superación personal que emprende una artista.

En esta oportunidad, el escenario es acaparado por Loïe Fuller, una bailarina que fue considerada durante la Belle Epoque como visionaria y que revolucionó los encorsetamientos de la danza contemporánea incluyendo en su imaginario de movimientos efectos visuales de luz, una escenografía sencilla pero de gran impacto y un vestuario de corte futurista. A través de este filme seguimos la estela de esta joven bailarina que empleará todas sus fuerzas en dinamitar los conceptos básicos de la danza y, de paso, se enfrentará a sus fantasmas personales los cuales adquieren la fisonomía de sus padres, un mecenas caído en desgracia y la fulgurante Isadora Duncan, el terremoto danzante que acabó con fulminar su meteórica carrera artística.

La irregularidad gobierna por completo este filme que en momento alguno se atreve a soltar amarras de un formalismo que se pretende ocultar mediante recursos narrativos que coquetean con diferentes géneros, incluído el western. A la cantante Soko le ha correspondido sustentar la errante personalidad de Loïe Fuller mediante unos recursos excesivamente subrayados en ocasiones.

En su empeño por dotar de mayor interés a la trama, Di Giusto incluye un puñado de licencias ficticias que no hacen más que entorpecer el desarrollo de un engranaje narrativo que queda eclipsado por momentos por la puesta en escena. para colmo de males, la danza –epicentro de toda la tragedia– se asoma a la pantalla como una mera excusa casi decorativa.