El grupo CNA presentará finalmente el lunes un ERE de extinción que afectará a Edesa Industrial y a su filial Geiser, lo que supondrá la pérdida de alrededor de 350 empleos y el cierre de la planta de Garagartza en Arrasate, la que en su día albergó la emblemática fábrica de Fagor Electrodomésticos, cuna de la Corporación Mondragon y uno de los símbolos del movimiento cooperativo del valle del Deba.

Sobre las verdaderas razones de este cierre apenas tres años después de que fuera adquirida por el grupo catalán, en este momento, solo cabe especular. En cualquier caso, el mercado no entiende gran cosa de plantas simbólicas, pero sí en cambio de marcas. Si una fábrica no responde a los requerimientos siempre volubles de las corporaciones termina cerrada rápidamente. Sin embargo, la vida de las marcas va mucho más allá de la producción de las fábricas que las vieron nacer. Por esa razón, y según ha trascendido, la empresa propietaria, que contaría con un socio inversor, tendría un plan centrado en la comercialización que no contemplaría la producción en el valle. Es decir, el grupo tendría un plan dirigido a la venta de artículos producidos en otros lugares y que buscaría fundamentalmente la explotación de la marca. Tal vez haya sido este el objetivo último de toda la operación desde el principio.

Todos los días se cierran pequeñas empresas y talleres sin que en la mayoría de los casos tenga mayor repercusión; y sin que ningún representante institucional aparezca por allí, aunque en conjunto puedan suponer mayores pérdidas de empleo. Sin embargo, cuando las empresas son de cierta envergadura, la cuestión cambia. El problema deja de ser estrictamente económico para adquirir una dimensión social y, sobre todo, política, que pone de manifiesto la contradicción entre la gestión privada de las empresas y el carácter cada vez más social de la producción. Y en esos momentos queda en evidencia la absoluta falta de implicación política de los responsables institucionales.