EDITORIALA
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La noria política catalana y el casino represivo español

Si se atiende tan solo al último minuto de la actualidad catalana, la sensación es de vértigo. Si se abre el foco, hay elementos de juicio mucho más estables: hay que recordar el intento permanente y sostenido en el tiempo por acordar un referéndum con el Estado español; la mayoría absoluta a favor de poder decidir democráticamente el futuro del país; un mandato para convocar el plebiscito; más de dos millones de personas que votaron en medio de una represión salvaje; y una Declaración de independencia suspendida por el president, Carles Puigdemont, como muestra de la voluntad de negociar… las fórmulas para que se respete la voluntad de la ciudadanía catalana. No parece realista que se dé en pasillos una vía para acordar una rendición habiendo vencido en la calle. Es cierto, no obstante, que los catalanes quizás minusvaloraron la fuerza que tenían ellos y ellas mismas, primero, y luego no midieron la fuerza del Estado. Pero hasta el momento se han mostrado políticamente muy inteligentes y socialmente valientes, más teniendo en cuenta el desequilibro de poder que supone en este mundo ser una nación frente a un Estado. La unidad es uno de sus valores más preciados, y no deberían jugar con ella. Mientras, siguen decantando independentistas hasta que esa mayoría sea inapelable.

Por la parte española el vértigo proviene de otra parte. De la certeza de que no van ni a ceder, ni a negociar ni a frenar. Quieren humillar a Catalunya. Hasta el momento su mayor logro operativo son dos rehenes. Nada más, y nada menos. Pero tienen un plan de guerra. La ruleta represiva sigue girando, y eso marca otros plazos, otra dureza.

En Euskal Herria se conoce bien ese juego. Para combatirlo hay que recuperar la templanza, ser ejemplares en la solidaridad con Catalunya y actuar con respeto, articular la mayoría social y decantar también en clave democrática. No conviene marearse con la noria ni con la ruleta. Hay que buscar una dinámica propia, un proyecto ganador.