Dimitió el divulgador de la naturaleza Nicolas Hulot como ministro de Ecología de Macron, pero su plan de reintroducción de dos osas pardas en el Pirineo sigue en pie, como un tótem del conservacionismo plantado en pleno centro de París. La opinión pública está dividida y un grupo de pastores amenaza con desenterrar el hacha de una guerra que es tan vieja como el neolítico, cuando la tala y la quema arrasaron un paisaje boscoso que acabó convertido en pastizales. Esas mismas praderas verdes de postal salpicadas de rebaños blancos donde unos cuantos miles de años después, algunos sueñan sus vacaciones mientras otros trabajan allí mismo por tenerlas. Y mientras éstos pierden ovejas y aquellos acaban descarriados, el pastoreo se abandona en favor de un turismo que por sí sólo es incapaz de perennizar un paisaje que también es un patrimonio, y que paradójicamente también saldrá perdiendo si se hiberna el plan de reintroducción. Y mientras el debate se enreda como un ovillo de lana, en este rincón del Pirineo que sigue haciendo de frontera centenares de seres humanos de piel parda se afanan en atravesarla para dejar atrás la guerra y el hambre. Y para ellos París no tiene plan alguno si no es el de la expulsión. Porque a pesar de que occidente hace lo indecible para perpetuar los conflictos en África, ellos no están en peligro de extinción. Sólo en peligro.