Antonio Álvarez-Solís
Periodista
GAURKOA

Sentido único

Debe ser muy joven; quizá esté deslumbrado por el diccionario, pero cuando escribe, malagueño él, procede como aquellos limpiabotas del tiempo de mis abuelos, que enloquecían con el cepillo, pájaro negro en unas manos de niebla, para que los contados españoles ilustres de carrocería resultaran más brillantes aún, al menos en los pies. De cualquier forma, ¿quién es ese barroco compañero que firma ahora en “El País” bajo el nombre de Teodoro León Gross? Acabo de leer dos o tres veces una barroca crónica suya sobre la reunión de los señores Sánchez y Torra en Barcelona, que es un ejemplo luminoso de lo que no debe figurar nunca en un espacio de opinión: el embrollo. En un folio y medio el señor León acumula tal cifra de dicterios sobre la cuestión catalana que uno no acaba de aclarar si proceden del bando catalán o del españolista. El artículo me recuerda a esas bombas de fragmentación que pueden alcanzar indistintamente a unos u otros dada la trabazón del combate. Yo estimo que, pues el señor León es profesor universitario, debería añadir, como otro homenaje al inglés, un «one way» y la flecha correspondiente para que el lector sepa a quienes pretenden herir los insultos referidos, puesto que la indefinición agrava su uso, porque si el insulto empaña siempre la necesaria claridad en el debate, es más insulto si se emplea reiteradamente y en una sola dirección y. además, confusa. No se puede proferir, sin más, esa triste frase de «por aquí hay mucho hijo de puta» sin añadir en catalán, ya que estamos hablando de Barcelona, la indicación de «aquet i aquet». Después la policía estatal que haga lo que proceda para enviar más gente a la cárcel, pues según la nigromante jerezana aún hay mucho catalán suelto.

Como diría el señor Rajoy vamos a comenzar por el comienzo. El señor Torra formuló sus quejas «sine ira et studio» ante el señor Sánchez. O sea, con el empleo de la debida serenidad, Esto empuja al señor León, cronista del suceso, a calificar el comunicado correspondiente de «calculada ambigüedad» o sea, que el señor Sánchez no llegó en ningún momento a defecarse en ningún pariente del señor Torra por la «humillación» sufrida por España como, según sugiere el señor León, hubieran hecho los señores Casanova o Rivera que esta vez se contuvieron empujados por su foto internacional. Algo que hubiera acontecido si Vox, tomando parte en la reunión, hubiera aprovechado la ocasión, según el señor León, para hablar de «infamia» y «traición», por parte de los catalanes; claro. Pero la prensa conservadora, según el señor León, se comportó prudentemente en situación política tan grave. El señor León escribe que es fácil imaginar quien dijo lo de «la rendición de Pedralbes» o convirtió en palabras escritas lo de «Sánchez se vende a Torra», o «el enemigo está en la Moncloa»; pero todo queda en suposición. Y subraya el cronista: «Los vigías de la reserva espiritual de Occidente parecían a cinco minutos de advertir de una confabulación judeomasónica de socialistas y nacionalistas». Y la autoría de esta previsión es plenamente adjudicable. Por su parte el señor García Egea, actual secretario general del Partido Popular, flaneaba por ahí, según cuenta el señor León, gritando «que así se vende una nación», así se «humilla a los españoles». Esto era para el señor Sánchez. Me juego el 0,1% del aumento de mi pensión.

En definitiva, no he logrado aclarar quién decía unas cosas u otras. Ni pude separar lo real de lo posible; si Catalunya acabará siendo un cuartel de la Guardia Civil o un puesto de recaudación fiscal servido por funcionarios con la cabeza protegida por un salacot. Lo que sí resulta claro es que se ha hablado, en la Málaga liberada, de traidores, enemigos, desleales, judeomasónicos, humillados, miserables… El señor León va desgranando la panocha, pero sin dejar claro de qué boca salieron las injurias. ¡Ay, estos malagueños, que no dejan claro siquiera si tienen playa!

Uno cree, con su más delicado cuidado, que los «desleales», tal como giran la velas del molino, han de ser los catalanes, pero desleales ¿a quién? Los catalanes tienen una historia muy anterior a Castilla y, desde luego, a España. Castilla nació en un pequeño rincón donado por los reyes leoneses; un rincón modesto que iba desde el norte de Burgos hasta el mar Cantábrico y la frontera de los vascos donde el bajo latín, el euskera y algunos dialectos prerrománicos andaban revueltos estrechamente, a lo que acabó llamándose castellano. Mas la lengua que generaría el catalán moderno y una política asentada sobre un amplio territorio caracterizado como nacional funcionaban ya en Valencia, que se apoyaba asimismo sobre Mallorca, porque Cataluña se fue edificando como nación de abajo arriba a medida que los condados carolingios fueron adhiriéndose al Condado de Barcelona, convertido al fin en monarquía compartiendo Corona con Aragón, que fue nación, políticamente hablando, también antes que Castilla.

Pero podemos dejar aquí este apunte de historia tintada de medievalismo, al subrayar que Catalunya quedó convertida en país plenamente mediterráneo, ámbito en el que vivió su política, su lengua, su cultura, su arte y su comercio. Ante eso, no debe hablarse, en el conflicto actual, de humillaciones sobre Madrid, de deslealtades por parte de los catalanes, de enemigo, de soberbia, de rebeldía, de sedición…

Si acaso sería juzgar estas acusaciones por parte de Catalunya como inferidas por España, que entregó su corona al imperio germánico, a la familia real de Francia, a los Saboyas. Y su dinero a los banqueros explotadores del norte y mediodía de Italia, a los holandeses, a los alemanes… para mantener un imperio que explotaron comercial e inhumanamente franceses e ingleses. Cuando murió el último Habsburgo en el trono español apenas contaba la llamada España con once millones de habitantes. Después vino el fracaso del siglo XVIII y solamente cuando se hundió definitivamente el Imperio español aparecieron sobre la piel de Castilla los románticos de la generación del 98 y otras glorias de la medicina, la ingeniería y la ciencia en general que ya no pudieron entrar en Europa con el brillo que tuvo el Siglo de Oro, en una lucha heroica, sin embargo, con las hidalguías cortesanas. Una generación que fue quemada poco después, juntamente con la generación del 27, por la inquisición que destruyó, pese a todo, la modernidad que se gestaba impetuosamente en la II República. Solo Euskadi, los Países Catalanes, Asturias en su momento y zonas sueltas por la península, entraron en la modernidad merced a sus vínculos exteriores y su sostenimiento interior. Si planteamos así el problema, ¿puede hablarse de traición por parte de un pueblo que tiene derecho a su soberanía y que quizá vuelva a ser una de las columnas de Hércules cuando acontezca el nuevo giro copernicano de la cultura humana? Todo este futuro quizá haya que vivirlo en hermandad entre distintos.